Por Alieto Aldo Guadagni
Esta década ha sido muy favorable para la economía mundial, ya que todos los mercados registran indicadores positivos: crece la producción y el empleo, se expande el comercio internacional, las tasas de interés son bajas y los índices de inflación son mínimos. Ha sido un escenario ideal para avanzar en la liberalización del comercio mundial, particularmente en el sector agrícola, abriendo los hoy cerrados mercados de los grandes países industrializados. La liberalización hubiese ayudado a construir una globalización más equitativa y eficaz en la reducción de la pobreza que afecta al mundo en desarrollo.
Por este motivo fueron muchos los que creyeron que la Ronda Doha, bautizada exageradamente como la Ronda del Desarrollo, tendría un resultado exitoso, cuando fue convocada a fines de 2001, poco después del atentado terrorista de las Torres Gemelas de Nueva York; lamentablemente nada de esto ocurrió.
Lo grave es que después de este fracaso de Doha se corre un riesgo nuevo, y es que el proteccionismo aumente, si es que en los próximos años la evolución de la economía mundial no es tan favorable como hasta ahora.
La Ronda Doha agoniza de un accidente múltiple de tránsito motivado por la intransigencia de la Unión Europea en abrir sus mercados agrícolas, la negativa de los Estados Unidos en reducir sus subsidios y la nula vocación de apertura de países como Japón, Corea, Noruega y Suiza.
Nadie quiere quedar ahora como el malo de la película, por eso todos se esfuerzan en caracterizar al “otro” como responsable de este fracaso de la dirigencia política de las grandes naciones desarrolladas en cumplir sus promesas, las de favorecer el crecimiento de los países que dependen de sus exportaciones agrícolas para abatir la pobreza.
Los que nunca dejaron dudas sobre su posición y nunca alentaron falsas esperanzas fueron los franceses, quienes siempre dejaron en claro que no tenían ninguna vocación por abrir sus mercados.
El pasado mes de junio fracasó la reunión cumbre de Postdam, donde las cuatro naciones negociadoras (Estados Unidos, Unión Europea, India y Brasil) no pudieron llegar a un acuerdo. Esto significa que no se podrán concluir exitosamente las complejas negociaciones antes de fin de año. Pero en 2008, tendrán lugar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos y las condiciones no serán favorables para la liberalización del comercio, teniendo en cuenta las graves preocupaciones que la competencia de las crecientes exportaciones chinas les crean a las autoridades norteamericanas.
El negociador Kamal Nath, ministro de comercio de la India, conjuntamente con el canciller Amorim, del Brasil, expresaron, al concluir la reunión de Postdam, que los “países ricos actuaron con arrogancia e inflexibilidad”, al ignorar que las liberalizaciones eran más urgentes e importantes en la agricultura que en la industria. Y están en lo cierto, ya que, según el Banco Mundial, la liberalización agrícola representa nada menos que dos tercios de los beneficios de una liberalización de todos los bienes, a pesar de que la agricultura representa apenas el 4% del PBI mundial. Esto es así porque las restricciones al comercio agrícola son varias veces superiores a las vigentes en los bienes manufacturados.
La equidad en las negociaciones exigía que la liberalización debía ser mayor y sustancial en el sector más protegido, subsidiado y distorsionado del comercio mundial –la agricultura– procurando que se equipare rápidamente al bajo nivel de protección que hoy existe en la industria manufacturera en el mundo. La Ronda Doha fracasa así por la falta de voluntad política y, sobre todo, por la carencia de un liderazgo internacional de envergadura en lo que alguna vez se bautizó como la Alianza Atlántica entre Europa y los Estados Unidos.
Pero no todo son malas noticias para nuestro campo. Este año, tendremos una cosecha récord de casi 100 millones de toneladas, o sea, un 25% más que el año pasado. La soja y el maíz, impulsados por excelentes precios, representan más del 70% de esta gran cosecha.
La Argentina es un país excepcional, ya que no sólo exporta energía (aunque cada vez menos), sino que también es un eficiente exportador agroindustrial, para lo cual nunca ha requerido subsidios fiscales. Por estas razones, la futura evolución de los precios energéticos y agropecuarios será crucial, por su impacto directo sobre la marcha de nuestra economía, ya que existirá una tendencia a que ambos precios evolucionen de una manera similar.
Los altos precios del petróleo están hoy alentando la producción de biocombustibles en Brasil, Europa, Estados Unidos y otros países como el nuestro. Se estima que la participación de biocombustibles en el consumo mundial de los vehículos se multiplicará cinco veces, trepando de una participación de apenas 1% a algo más del 5% hacia 2020.
Dedicando hoy un quinto de su cosecha total de maíz al etanol, Estados Unidos sustituye un 3% de su consumo de naftas. Las proyecciones indican que, hacia 2010, esta sustitución llegará apenas al 8%, pero para ello deberán procesar nada menos que el 30% de su cosecha. Es así como las iniciativas para producir biocombustibles vienen impulsando el alza de los precios agrícolas, y en Estados Unidos han sido un factor decisivo para que el maíz se haya valorizado más de un 60% en los últimos dos años.
Algo similar viene ocurriendo con los aceites de palma, soja y canola. El aumento futuro en la elaboración de biocombustibles a partir de insumos agrícolas, promovido por los altos precios del petróleo, tenderá a incrementar el precio de granos como el maíz y de otros granos sustitutos, como el trigo. En el largo plazo, los precios de muchos productos agrícolas, como el azúcar también tenderán a depender del precio del petróleo y del avance tecnológico en el proceso de transformación de insumos agrícolas en combustible.
Altos precios del petróleo, sostenidos por la creciente demanda de grandes naciones emergentes como India y China, contribuirán a mantener precios bien remunerativos para importantes producciones agrícolas, ya que el mayor consumo de biocombustibles estimulará su demanda.
Los biocombustibles no sólo son una nueva forma de energía renovable, sino también una gran oportunidad para la agricultura mundial, especialmente para los países en desarrollo que son eficientes productores. Y esto es una buena noticia para nosotros, a pesar del lamentable fracaso de Doha. Mientras tanto, la liberalización del comercio agrícola deberá seguir siendo un objetivo estratégico de nuestra política exterior.
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jueves, octubre 11, 2007
Nuevos horizontes para el campo
Por Alieto Aldo Guadagni
Esta década ha sido muy favorable para la economía mundial, ya que todos los mercados registran indicadores positivos: crece la producción y el empleo, se expande el comercio internacional, las tasas de interés son bajas y los índices de inflación son mínimos. Ha sido un escenario ideal para avanzar en la liberalización del comercio mundial, particularmente en el sector agrícola, abriendo los hoy cerrados mercados de los grandes países industrializados. La liberalización hubiese ayudado a construir una globalización más equitativa y eficaz en la reducción de la pobreza que afecta al mundo en desarrollo.
Por este motivo fueron muchos los que creyeron que la Ronda Doha, bautizada exageradamente como la Ronda del Desarrollo, tendría un resultado exitoso, cuando fue convocada a fines de 2001, poco después del atentado terrorista de las Torres Gemelas de Nueva York; lamentablemente nada de esto ocurrió.
Lo grave es que después de este fracaso de Doha se corre un riesgo nuevo, y es que el proteccionismo aumente, si es que en los próximos años la evolución de la economía mundial no es tan favorable como hasta ahora.
La Ronda Doha agoniza de un accidente múltiple de tránsito motivado por la intransigencia de la Unión Europea en abrir sus mercados agrícolas, la negativa de los Estados Unidos en reducir sus subsidios y la nula vocación de apertura de países como Japón, Corea, Noruega y Suiza.
Nadie quiere quedar ahora como el malo de la película, por eso todos se esfuerzan en caracterizar al “otro” como responsable de este fracaso de la dirigencia política de las grandes naciones desarrolladas en cumplir sus promesas, las de favorecer el crecimiento de los países que dependen de sus exportaciones agrícolas para abatir la pobreza.
Los que nunca dejaron dudas sobre su posición y nunca alentaron falsas esperanzas fueron los franceses, quienes siempre dejaron en claro que no tenían ninguna vocación por abrir sus mercados.
El pasado mes de junio fracasó la reunión cumbre de Postdam, donde las cuatro naciones negociadoras (Estados Unidos, Unión Europea, India y Brasil) no pudieron llegar a un acuerdo. Esto significa que no se podrán concluir exitosamente las complejas negociaciones antes de fin de año. Pero en 2008, tendrán lugar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos y las condiciones no serán favorables para la liberalización del comercio, teniendo en cuenta las graves preocupaciones que la competencia de las crecientes exportaciones chinas les crean a las autoridades norteamericanas.
El negociador Kamal Nath, ministro de comercio de la India, conjuntamente con el canciller Amorim, del Brasil, expresaron, al concluir la reunión de Postdam, que los “países ricos actuaron con arrogancia e inflexibilidad”, al ignorar que las liberalizaciones eran más urgentes e importantes en la agricultura que en la industria. Y están en lo cierto, ya que, según el Banco Mundial, la liberalización agrícola representa nada menos que dos tercios de los beneficios de una liberalización de todos los bienes, a pesar de que la agricultura representa apenas el 4% del PBI mundial. Esto es así porque las restricciones al comercio agrícola son varias veces superiores a las vigentes en los bienes manufacturados.
La equidad en las negociaciones exigía que la liberalización debía ser mayor y sustancial en el sector más protegido, subsidiado y distorsionado del comercio mundial –la agricultura– procurando que se equipare rápidamente al bajo nivel de protección que hoy existe en la industria manufacturera en el mundo. La Ronda Doha fracasa así por la falta de voluntad política y, sobre todo, por la carencia de un liderazgo internacional de envergadura en lo que alguna vez se bautizó como la Alianza Atlántica entre Europa y los Estados Unidos.
Pero no todo son malas noticias para nuestro campo. Este año, tendremos una cosecha récord de casi 100 millones de toneladas, o sea, un 25% más que el año pasado. La soja y el maíz, impulsados por excelentes precios, representan más del 70% de esta gran cosecha.
La Argentina es un país excepcional, ya que no sólo exporta energía (aunque cada vez menos), sino que también es un eficiente exportador agroindustrial, para lo cual nunca ha requerido subsidios fiscales. Por estas razones, la futura evolución de los precios energéticos y agropecuarios será crucial, por su impacto directo sobre la marcha de nuestra economía, ya que existirá una tendencia a que ambos precios evolucionen de una manera similar.
Los altos precios del petróleo están hoy alentando la producción de biocombustibles en Brasil, Europa, Estados Unidos y otros países como el nuestro. Se estima que la participación de biocombustibles en el consumo mundial de los vehículos se multiplicará cinco veces, trepando de una participación de apenas 1% a algo más del 5% hacia 2020.
Dedicando hoy un quinto de su cosecha total de maíz al etanol, Estados Unidos sustituye un 3% de su consumo de naftas. Las proyecciones indican que, hacia 2010, esta sustitución llegará apenas al 8%, pero para ello deberán procesar nada menos que el 30% de su cosecha. Es así como las iniciativas para producir biocombustibles vienen impulsando el alza de los precios agrícolas, y en Estados Unidos han sido un factor decisivo para que el maíz se haya valorizado más de un 60% en los últimos dos años.
Algo similar viene ocurriendo con los aceites de palma, soja y canola. El aumento futuro en la elaboración de biocombustibles a partir de insumos agrícolas, promovido por los altos precios del petróleo, tenderá a incrementar el precio de granos como el maíz y de otros granos sustitutos, como el trigo. En el largo plazo, los precios de muchos productos agrícolas, como el azúcar también tenderán a depender del precio del petróleo y del avance tecnológico en el proceso de transformación de insumos agrícolas en combustible.
Altos precios del petróleo, sostenidos por la creciente demanda de grandes naciones emergentes como India y China, contribuirán a mantener precios bien remunerativos para importantes producciones agrícolas, ya que el mayor consumo de biocombustibles estimulará su demanda.
Los biocombustibles no sólo son una nueva forma de energía renovable, sino también una gran oportunidad para la agricultura mundial, especialmente para los países en desarrollo que son eficientes productores. Y esto es una buena noticia para nosotros, a pesar del lamentable fracaso de Doha. Mientras tanto, la liberalización del comercio agrícola deberá seguir siendo un objetivo estratégico de nuestra política exterior.
Esta década ha sido muy favorable para la economía mundial, ya que todos los mercados registran indicadores positivos: crece la producción y el empleo, se expande el comercio internacional, las tasas de interés son bajas y los índices de inflación son mínimos. Ha sido un escenario ideal para avanzar en la liberalización del comercio mundial, particularmente en el sector agrícola, abriendo los hoy cerrados mercados de los grandes países industrializados. La liberalización hubiese ayudado a construir una globalización más equitativa y eficaz en la reducción de la pobreza que afecta al mundo en desarrollo.
Por este motivo fueron muchos los que creyeron que la Ronda Doha, bautizada exageradamente como la Ronda del Desarrollo, tendría un resultado exitoso, cuando fue convocada a fines de 2001, poco después del atentado terrorista de las Torres Gemelas de Nueva York; lamentablemente nada de esto ocurrió.
Lo grave es que después de este fracaso de Doha se corre un riesgo nuevo, y es que el proteccionismo aumente, si es que en los próximos años la evolución de la economía mundial no es tan favorable como hasta ahora.
La Ronda Doha agoniza de un accidente múltiple de tránsito motivado por la intransigencia de la Unión Europea en abrir sus mercados agrícolas, la negativa de los Estados Unidos en reducir sus subsidios y la nula vocación de apertura de países como Japón, Corea, Noruega y Suiza.
Nadie quiere quedar ahora como el malo de la película, por eso todos se esfuerzan en caracterizar al “otro” como responsable de este fracaso de la dirigencia política de las grandes naciones desarrolladas en cumplir sus promesas, las de favorecer el crecimiento de los países que dependen de sus exportaciones agrícolas para abatir la pobreza.
Los que nunca dejaron dudas sobre su posición y nunca alentaron falsas esperanzas fueron los franceses, quienes siempre dejaron en claro que no tenían ninguna vocación por abrir sus mercados.
El pasado mes de junio fracasó la reunión cumbre de Postdam, donde las cuatro naciones negociadoras (Estados Unidos, Unión Europea, India y Brasil) no pudieron llegar a un acuerdo. Esto significa que no se podrán concluir exitosamente las complejas negociaciones antes de fin de año. Pero en 2008, tendrán lugar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos y las condiciones no serán favorables para la liberalización del comercio, teniendo en cuenta las graves preocupaciones que la competencia de las crecientes exportaciones chinas les crean a las autoridades norteamericanas.
El negociador Kamal Nath, ministro de comercio de la India, conjuntamente con el canciller Amorim, del Brasil, expresaron, al concluir la reunión de Postdam, que los “países ricos actuaron con arrogancia e inflexibilidad”, al ignorar que las liberalizaciones eran más urgentes e importantes en la agricultura que en la industria. Y están en lo cierto, ya que, según el Banco Mundial, la liberalización agrícola representa nada menos que dos tercios de los beneficios de una liberalización de todos los bienes, a pesar de que la agricultura representa apenas el 4% del PBI mundial. Esto es así porque las restricciones al comercio agrícola son varias veces superiores a las vigentes en los bienes manufacturados.
La equidad en las negociaciones exigía que la liberalización debía ser mayor y sustancial en el sector más protegido, subsidiado y distorsionado del comercio mundial –la agricultura– procurando que se equipare rápidamente al bajo nivel de protección que hoy existe en la industria manufacturera en el mundo. La Ronda Doha fracasa así por la falta de voluntad política y, sobre todo, por la carencia de un liderazgo internacional de envergadura en lo que alguna vez se bautizó como la Alianza Atlántica entre Europa y los Estados Unidos.
Pero no todo son malas noticias para nuestro campo. Este año, tendremos una cosecha récord de casi 100 millones de toneladas, o sea, un 25% más que el año pasado. La soja y el maíz, impulsados por excelentes precios, representan más del 70% de esta gran cosecha.
La Argentina es un país excepcional, ya que no sólo exporta energía (aunque cada vez menos), sino que también es un eficiente exportador agroindustrial, para lo cual nunca ha requerido subsidios fiscales. Por estas razones, la futura evolución de los precios energéticos y agropecuarios será crucial, por su impacto directo sobre la marcha de nuestra economía, ya que existirá una tendencia a que ambos precios evolucionen de una manera similar.
Los altos precios del petróleo están hoy alentando la producción de biocombustibles en Brasil, Europa, Estados Unidos y otros países como el nuestro. Se estima que la participación de biocombustibles en el consumo mundial de los vehículos se multiplicará cinco veces, trepando de una participación de apenas 1% a algo más del 5% hacia 2020.
Dedicando hoy un quinto de su cosecha total de maíz al etanol, Estados Unidos sustituye un 3% de su consumo de naftas. Las proyecciones indican que, hacia 2010, esta sustitución llegará apenas al 8%, pero para ello deberán procesar nada menos que el 30% de su cosecha. Es así como las iniciativas para producir biocombustibles vienen impulsando el alza de los precios agrícolas, y en Estados Unidos han sido un factor decisivo para que el maíz se haya valorizado más de un 60% en los últimos dos años.
Algo similar viene ocurriendo con los aceites de palma, soja y canola. El aumento futuro en la elaboración de biocombustibles a partir de insumos agrícolas, promovido por los altos precios del petróleo, tenderá a incrementar el precio de granos como el maíz y de otros granos sustitutos, como el trigo. En el largo plazo, los precios de muchos productos agrícolas, como el azúcar también tenderán a depender del precio del petróleo y del avance tecnológico en el proceso de transformación de insumos agrícolas en combustible.
Altos precios del petróleo, sostenidos por la creciente demanda de grandes naciones emergentes como India y China, contribuirán a mantener precios bien remunerativos para importantes producciones agrícolas, ya que el mayor consumo de biocombustibles estimulará su demanda.
Los biocombustibles no sólo son una nueva forma de energía renovable, sino también una gran oportunidad para la agricultura mundial, especialmente para los países en desarrollo que son eficientes productores. Y esto es una buena noticia para nosotros, a pesar del lamentable fracaso de Doha. Mientras tanto, la liberalización del comercio agrícola deberá seguir siendo un objetivo estratégico de nuestra política exterior.
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