Por José Natanson
n medio de la guerra de interpretaciones, dos conclusiones asoman nítidas tras las elecciones del 27 de octubre: el oficialismo conserva, frente a la dispersión opositora, su lugar de primera fuerza nacional y, al mismo tiempo, sufrió una derrota dura, en la provincia de Buenos Aires pero también en los demás distritos importantes del país. Ambos datos, que no son excluyentes, deberían ser la base de cualquier análisis.
El deterioro de la coalición social
construida por el kirchnerismo es la causa principal de este retroceso.
Como señala María Esperanza Casullo (1),
esta coalición se había mantenido con pocos cambios desde el 2003, con
un núcleo duro de apoyo en los sectores más pobres, la adhesión firme de
los trabajadores organizados y el respaldo más fluctuante de grupos de
clase media (el kirchnerismo progresista). A diferencia de lo que
ocurrió en el otro período de declive del ciclo, el conflicto del campo
del 2008 y su prolongación en la derrota electoral del 2009, esta vez la
erosión no fue resultado de una sola medida adoptada en un momento
determinado sino de un proceso gradual que se extendió a lo largo de los
últimos dos años.
Inflación & inseguridad
Indefectiblemente clase medio-céntrica, la prensa tiende a enfocar sus análisis en las demandas y reclamos de este sector. Pero, aunque por supuesto una parte importante de los grupos medios que votaron al kirchnerismo en 2011 lo rechazaron el domingo 27, la causa central está en otro lado: mi tesis es que el problema principal no radica en los sectores medios sino en lo que la literatura especializada llama “clase media baja” o “clase media emergente” y que en otra ocasión preferimos definir como “nueva clase media” (2), ese 30 por ciento aproximado de la población que integran, entre otros, los trabajadores formales sindicalizados, los pequeños comerciantes, los cuentapropistas y los prestadores de servicios particulares.
Producto del crecimiento económico y la
democratización del consumo de la última década, la nueva clase media es
sin embargo un sector social extremadamente frágil y, quizás por ello,
irascible. Como en Brasil o Venezuela, comparte algunas de las
características de las clases populares (pocos años de educación,
residencia suburbana, familias numerosas), pero dispone de ingresos más
parecidos a los de los sectores medios clásicos: un camionero o un
operario de SMATA puede ganar lo mismo que un médico de hospital público
o un docente universitario, aunque probablemente carezca de su capital
patrimonial, educativo y relacional (un camionero no hereda un
departamento de dos ambientes en Palermo ni tuvo la suerte de contar con
una familia que lo sostuviera mientras estudiaba abogacía ni dispuso de
la red de contactos esenciales para insertarse en el mundo
profesional).
Por el lugar que ocupa en el mercado laboral, la nueva
clase media se encuentra muy expuesta a los vaivenes del ciclo
económico, y es aquí donde aparece el primer problema: en los últimos
dos años, en un contexto de desaceleración del ritmo de crecimiento e
incremento de la inflación, el gobierno logró sostener, vía aumento de
las jubilaciones, la asignación universal y el salario mínimo, el poder
de compra de los sectores más pobres, mientras que la clase media
clásica apelaba a herramientas de defensa desarrolladas en su larga
experiencia en crisis económicas, incluyendo una habilidad para el
manejo de los instrumentos financieros que sería la envidia de más de un
operador de Standard & Poor’s.
Mi impresión es que la nueva clase media, ubicada en un
escalón social superior a los sectores más pobres pero desprovista de
los recursos de los sectores medios clásicos, se sintió decepcionada por
la acumulación de promesas económicas incumplidas, del plan de
alquileres baratos al precio del pan, que había sido justamente uno de
los grandes aciertos del kirchnerismo, siempre ágil para ofrecer
respuestas a los problemas terrenales. Mientras tanto, algunas medidas
importantes que la benefician, como el notable Plan Procrear, recién han
comenzado a aplicarse (probablemente en diez o veinte años haya
familias que se acuerden del Procrear como todavía hoy existen personas
que le agradecen al primer peronismo haberles facilitado su primera
vivienda).
A esta explicación económica se suma un segundo factor.
Por las ocupaciones y oficios que desempeñan, los sectores
pertenecientes a la nueva clase media son especialmente sensibles al
problema de la inseguridad, que todas las encuestas coinciden en señalar
como una de las demandas centrales al gobierno. Un taxista con turnos
de doce horas, un kiosquero de Lanús que tiene el negocio abierto hasta
tarde para aprovechar hasta el último cliente, un plomero que circula de
un lado a otro de la ciudad, un vendedor de Frávega que junta buenas
comisiones pero vive en Ramos Mejía... No hay que ser muy perspicaz para
comprobar que la nueva clase media sufre una exposición al delito muy
diferente a la de alguien que pasa todo el día encerrado en un
consultorio, una oficina o un banco, vuelve a casa en subte a las 6 de
la tarde y vive en el cuarto piso contrafrente de una calle iluminada
con un Farmacity en la esquina.
En suma, los decepcionantes resultados
obtenidos por el kirchnerismo se explican en buena medida por sus
dificultades para retener al “moyanismo social”, categoría que merece
una aclaración: en tanto jefe de un sindicato privilegiado como el de
Camioneros y líder durante casi todo el ciclo kirchnerista de la
representación de los trabajadores organizados, Hugo Moyano funciona
como la máxima expresión política de la nueva clase media. Y sin
embargo, el hecho de que haya roto su relación con el gobierno no
implica que estos sectores se hayan deskirchnerizado por ese motivo. En
otras palabras, no es que Moyano conduzca a este sector social, como
prueba el rotundo fracaso de su candidato, Francisco de Narváez, en la
provincia de Buenos Aires, sino que percibió tempranamente que muchos de
sus reclamos no iban a ser atendidos, lo que confirma su sagacidad de
sindicalista a la vez que demuestra sus limitaciones como político.
La reacción
Como las PASO configuraron un curioso escenario, en el que en lugar de una sola elección tuvimos dos medias campañas, luego de la primera derrota en agosto el kirchnerismo reaccionó con un ajuste de su estrategia electoral y algunas correcciones importantes de gestión, probablemente interrumpidas por la operación a la que fue sometida la presidenta y el reposo obligado de las últimas semanas: el aumento del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias y los cambios en el monotributo buscaron aliviar la carga tributaria que pesa sobre importantes sectores sociales. Aunque opinables desde el punto de vista de la justicia fiscal, las decisiones eran electoralmente lógicas.
Algo similar ocurrió con la inseguridad,
que apenas fue mencionada por los candidatos oficialistas en el primer
tramo de la campaña y que sin embargo ocupó un lugar relevante en el
segundo. Estos zigzagueos tácticos, totalmente razonables en la
angustiante búsqueda de un triunfo, se notaron sobre todo en el giro en
la publicidad oficial: si antes de las PASO prevaleció un mensaje que
parecía más destinado a consolidar un núcleo propio de apoyos que a
conquistar nuevas voluntades, más tarde se notó un mayor esfuerzo de
apertura, que incluyó la visita de los candidatos kirchneristas a esa
panza de la ballena que es el set de TN y dos entrevistas televisivas
concedidas por Cristina. El reflejo de este viraje fue un cambio de
eslogan un poco desconcertante, del jacobinismo inicial de “En la vida
hay que elegir” al estilo cerveza sin alcohol de “Hay un futuro y es de
todos”, invitación que podrían haber formulado Macri o Massa pero
llevaba la firma de Martín (el amigo de Daniel).
Todo un palo
Por supuesto, el resultado de las elecciones no se explica sólo por la pérdida de adhesiones en la nueva clase media. Aunque para un análisis más fino será necesario mirar con cuidado los datos distrito por distrito, lo cierto es que el kirchnerismo también retrocedió en los sectores medios clásicos, como prueba su derrota en las zonas típicamente de clase media de la Capital, Rosario y Córdoba, e incluso, aunque en menor medida, sufrió una merma de votos en los sectores más pobres, lo que configura un veredicto crítico que es a la vez nacional y policlasista.
Pueden ensayarse varios argumentos para
explicarlo, desde el rechazo a las restricciones a la venta de dólares y
la fatiga con el dichoso estilo kirchnerista en un extremo, al menor
rendimiento de la asistencia social en el otro (en este caso muchas
veces por “problemas virtuosos” generados por las propias políticas
sociales y de ingresos del gobierno: la asignación universal, los
aumentos de salario y jubilaciones y el bajo desempleo incrementaron la
presión sobre el sistema educativo, de salud y de transporte; como
dirían los economistas, problemas por el lado de la oferta más que por
el de la demanda).
Hay, desde luego, otras causas posibles,
que exceden los límites de esta nota y que iremos elaborando con el
tiempo. Pero creo que vale la pena insistir con la tesis –intuitiva y
desprovista por ahora de datos cualitativos, pues el artículo se cierra
apenas conocidos los resultados de los comicios–de que la explicación
pasa sobre todo por la nueva clase media.
No parece casual, en este sentido, que
los grandes protagonistas de la elección (Massa, Scioli, Insaurralde)
pertenezcan a la camada de los “políticos commoditie”, esas estrellas
del sentido común capaces de combinar barrialidad y gestión sobre el
fondo de un peronismo omnipresente pero que apenas se menciona, como si
se lo diera por hecho. Más que ubicarse a uno u otro lado de la frontera
K, habitan las zonas desmilitarizadas de la Guerra Fría. Tranquilos en
su paralelo 38, prometen correcciones, construir sobre lo ya edificado,
refundacionismo cero. Expresan el mix de tres tradiciones políticas
potentes: el conservadurismo típico de los caudillos del PJ, el
liberalismo propio de la era del mercado y el peronismo territorial que
provee estructura y aliados. Cada uno a su modo, todos pertenecen a una
generación que nació en los 90 y pegó el salto a partir del 2000: con un
botín clavado en cada década, los políticos commoditie carecen de la
sobrecarga ideológica del kirchnerismo sunnita y han demostrado la
flexibilidad adecuada para sintonizar con las nuevas demandas sociales.
Todavía no podemos confiar en ellos, pues nadie sabe qué piensan
realmente de la mayoría de los grandes problemas de Argentina, pero no
cuesta mucho imaginarlos como los dueños del futuro.
2. Ver “Una política para la nueva clase media”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, Nº 152, diciembre de 2012. Allí se citan datos de
Héctor Palomino y Pablo Dalle (“El impacto de los cambios ocupacionales
en la estructura social argentina: 2003-2011”, Revista del Trabajo,
Año 8, Nº 10). Ellos sostienen que la “clase media inferior” está
compuesta por microempresarios (hasta 5 empleados), cuentapropistas con
equipo propio, técnicos, docentes y trabajadores de la salud y empleados
administrativos. Equivalen al 36,1 por ciento de la población. No
todos, pero sí la mayoría, forman parte de lo que yo llamo “nueva clase
media”, a la que habría que agregar a una parte de los trabajadores
calificados.
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