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domingo, noviembre 13, 2016

Zygmunt Bauman: “Ahora sé que el exceso de información es peor que su escasez”

Zygmunt Bauman concedió una charla a la revista alemana Der Spiegel en la que habló de temas actuales como la democracia en Internet, la precarización de las condiciones de existencia y el rol de los intelectuales en la promoción de nuevos valores en la sociedad. A continuación reproducimos algunos fragmentos disponibles de la entrevista.



“La información es muy fácil de conseguir ahora. Vas a Google, haces una pregunta y recibes una respuesta. El problema es que no es una sola, sino que son millones. Cuando yo era joven anhelaba tener la clase de acceso a la información que tengo ahora, pero con el pasar de los años he descubierto que el exceso de información es peor que la escasez. Ahora los temas cambian continuamente. El interés de las personas fluctúa con enorme facilidad”.

Cuando yo era joven anhelaba tener la clase de acceso a la información que tengo ahora, pero con el pasar de los años he descubierto que el exceso de información es peor que la escasez“Nos estamos distanciando del pasado a toda velocidad, de lo cual resulta el impacto de dos fuerzas, una es la fuerza del olvido y la otra, la de la memoria. No hay tiempo para entrar en materia, de modo que la memoria guarda un recuerdo deformado del pasado. No sabemos cuánto van a durar las concepciones que se establecen con unos cimientos tan débiles. Esto no es serio. El problema es cómo conseguir llegar a la información relevante, cómo distingues la basura de lo relevante. Se trataría de saber si un año después le interesa a alguien lo sucedido el año anterior, si dejó algún rastro”.

“Simpatizo con el movimiento del 15-M, aunque no les veo capaces de cambiar nada. Pero no los culpo por ello. Sucedió lo mismo con Wall Street, tuvo un enorme eco en los medios, en la cultura, los políticos, incluso en los críticos sociales… ¿Sabe quiénes fueron los únicos que irónicamente ni se enteraron? Los peces gordos de Wall Street. Están buscando nuevas formas de cambiar las cosas, y eso es loable, pero de momento no las han encontrado. En esta confusión tiene mucho que ver el fenómeno de las redes sociales. Si un chico pasa tres horas diarias en Facebook tejiendo formas de comunicación alternativa es natural que crea la ilusión de que ha construido un espacio de democracia diferente. Cuando no hay ninguna sola prueba de que esta sea efectiva”.

“Nada es estable. Es muy propio de la modernidad líquida. Antes construías el conocimiento como quien construye una casa. Ahora se parece más bien a un tren que pasa sobre los raíles y no deja ninguna huella en la tierra”.

“Cuando escribí el libro, la economía estadounidense daba signos de recuperación. Pero curiosamente el 93% de los ingresos extras provenientes de esa recuperación fue para el 1% de la población. Los problemas sociales siguen con nosotros y no tienen muchos visos de solucionarse. Nadie sabe a ciencia cierta cuánto tardará el problema del desempleo en arreglarse en España. Da la impresión de que todo anda fuera control”.

“Los políticos en esta época de la modernidad líquida se encuentran en una encrucijada. Por un lado, está la presión de los electores. Y por el otro están acogotados por la presión de la austeridad. Los recortes nadie los quiere. Hacen la vida más difícil. Por un lado desean mantener el estado de bienestar, pero por el otro tienen la orden de aniquilarlo. Cada cuatro años hay una nueva elección y entonces tendrán que escuchar lo que dicen los electores. Por el otro, están los mercados, que carecen de escrúpulos, de la solidaridad comunal. Es una situación complicada. Nominalmente el gobierno es responsable de lo que sus electores desean; por el otro, sufren factores que son extraterritoriales”.

“El proceso de la globalización es tortuoso. Hay fuerzas que están globalizadas: las finanzas, los mercados, el terrorismo, el tráfico de armas y de drogas. Mientras tanto, los poderes democráticos siguen siendo locales, nacionales. Aún vivimos bajo la sombra del Tratado de Westfalia. Acabó con la Guerra de los 100 años, y eso fue bueno. Básicamente vino a decir que cada rey, cada príncipe podía decidir en qué clase de dios sus súbditos deben creer. Nació el concepto de la soberanía nacional. Seguimos operando con el viejo patrón, pero con una intolerable presión proveniente de la globalización”.

Es la primera vez en que la generación más joven tienen las mejores expectativas (buena educación, idiomas) y ningún futuro“Toda mi vida, y he tenido una larga existencia, siempre he tenido la impresión de que las jóvenes generaciones si se aplicaban al estudio y obtenían buenos niveles de educación, les aguardaba una larga carrera. Las nuevas generaciones comenzaban donde habían terminado las anteriores. Se daba por sentado. Es la primera vez en que la generación más joven tienen las mejores expectativas (buena educación, idiomas) y ningún futuro. La juventud está cerca de acabar en la cuneta, corre el riesgo de ser redundante”

“Ocupar la plaza, como se ha hecho en Madrid o en Wall Street, no soluciona el principal problema y es que el poder ya no lo controlan los políticos y que la política carece de poder para cambiar nada. Tampoco creo que sirva ocupar un supermercado, como se está viendo estos días en España”.

“Como estamos padeciendo una crisis detrás de otra, no prestamos atención a lo que es definitivo: no podemos seguir viviendo como vivíamos, no podemos consumir como antes. Y eso es un hecho. Hay que olvidar de una vez que la felicidad esté relacionada con la adquisición de bienes”.

“La clase política durante mucho tiempo ha aplicado una sola idea a la resolución de los problemas sociales: incrementar el consumo. Vivimos en un planeta que no admite más explotación de los recursos. Extender los patrones de consumo de los países desarrollados al resto del planeta es impensable si queremos pervivir”.

Hoy, los herederos de Ford pueden tomar su iPhone traspasar todo su capital a un país en el que la gente sigue viviendo por un dólar diario



“Estamos alcanzando niveles de desigualdad cercanos a los del siglo XIX. En la antigua sociedad de los productores, los jefes y los empleadores eran dependientes entre sí. Ahora esa relación se ha quebrado. Antes, un trabajador de la Fiat o de Ford estaba empleado en la compañía durante treinta o cuarenta años. Ahora, la media de permanencia en una empresa de un trabajador de Silicon Valley es de ocho meses. Creo que la diferencia es elocuente por sí misma. Hoy, los herederos de Ford pueden tomar su iPhone traspasar todo su capital a un país en el que la gente sigue viviendo por un dólar diario. Y donde la fuerza laboral es barata, no hay sindicatos y los gobiernos corruptos están dispuestos a cualquier cosa. Pueden mudarse, pero los trabajadores no pueden. La dependencia mutua ha sido sustituida por la unilateralidad. Los empleados necesita al patrón, pero no al revés”.

“Preguntas como si los ciudadanos tenían más miedo hace cien años que ahora, si sufrían más o no son imposibles de contestar. Esa gente que sufría entonces no estaba en la misma situación que nosotros ahora, por lo que no es posible la comparación. El hecho de haber vivido mucho permite a un sociólogo experimentar muchos momentos diferentes. Mi conclusión hoy, a los 88 años, es que no he encontrado ninguna sociedad perfecta. La felicidad nunca es completa. Cada sociedad tiene sus problemas. Lo más inquietante de la sociedad contemporánea, y la idea es del filósofo francogriego Cornelius Castoriadis, es que ha dejado de hacerse preguntas a sí misma. El gran peligro es cuando crees haber dado con la sociedad perfecta. La búsqueda de la sociedad perfecta no tiene fin y eso es bueno. El afán por mejorar es uno de las mejores cosas de la condición humana”.

La figura del intelectual debería usar su autoridad pública, su influencia para aportar a la solución de los problemas, a la creación de valores sociales.“Cuando sucedió la revolución verde en Irán, Hillary Clinton saludó el nacimiento del nuevo Irán para felicitarse por haber presenciado de la primera revolución de Internet. Se oyeron cosas como que la gente disparó con sus Twitters en respuesta a las balas reales del poder. Luego quedó demostrado que solo unas 60 personas realmente tienen esa herramienta en Irán. Y que al final resultó una revolución de las de toda la vida, en la que la gente se involucró por las vías tradicionales, por el trato personal. Al final, nada cambió, salvo una cosa: nunca resultó tan fácil para la dictadura atrapar a los líderes de la revolución. Solo tuvieron que teclear los nombres en Google. Clinton celebrando la libertad de Internet es un gesto irónico, sobre todo ahora que sabemos que quieren cortarle la cabeza a Julian Assange por emplear la libertad de expresión en la Red. Lo que en Irán consideraba un gran paso para la democracia, en EE UU es un atentado contra la seguridad nacional. Es de locos”.

“La extinción de los intelectuales daría para una larga charla aparte. Resulta una cuestión dolorosa, en cualquier caso. Michel Foucault explicó que uno de los grandes problemas de nuestro tiempo llegó cuando pasamos del concepto del intelectual total al del intelectual parcial. Según esa idea, cada cual defiende lo suyo. La figura del intelectual debería usar su autoridad pública, su influencia para aportar a la solución de los problemas, a la creación de valores sociales. El intelectual parcial que solo defiende lo suyo es en sí mismo una contradicción. Cuando yo era joven la palabra intelectual se empleaba asociada con la idea de la gente, de la comunidad. Esta conjunción ha sido rota. El contrato entre la sociedad y el intelectual se ha quebrado. Además, ya no tiene la capacidad para llegar a nadie. Ese poder lo tienen los medios”.

Zygmunt Bauman

Postdictadura:una victoria que fue disfrazada de derrota, sobre todo económica


Después de la infinitud: acerca de Los espantos de Silvia Schwarzböck



Es necesario volver a pensar una y otra vez al Estado y Los espantos se atreve a hacerlo, sabiendo que ya no puede hablarse con la misma lengua que resultaba apropiada cuando el fantasma del comunismo todavía acechaba. Si en aquel entonces, el accionar represivo del Estado se dejaba pensar a partir del secreto y el ocultamiento, desde los años 90, dice Schwarzböck, se instaura un nuevo régimen de la apariencia: la explicitud.




Como la Revolución Francesa determina el horizonte de la política en el siglo XIX y
la mayor parte del siglo XX, y sitúa la noción misma de revolución en posición
de criterio político fundamental, otorga al mismo tiempo al infinito un alcance político:
lo erige en soporte de la maximalidad en la voluntad y el pensamiento políticos.
J.C. Milner, Controversia

Por Martín Ara

Un texto de filosofía argentina constituye en sí mismo una rareza. Y más inquietante nos resulta aún cuando logra articular una nueva gramática filosófica, una lengua conceptual tan polémica como categórica. Este es el caso de Los espantos. Estética y postdictadura, primera publicación de la colección Cuarenta Ríos, esfuerzo conjunto de la editorial Las cuarenta y de los directores de la revista El río sin orillas, Gabriel D’Iorio y Diego Caramés.

Silvia Schwarzböck, autora del texto, se propone pensar allí aquello que el subtítulo indica, esto es, la postdictadura, entendida esta no simplemente como un período histórico (aunque ciertamente lo es) sino sobre todo como las supervivencias, los restos que quedan de la dictadura toda vez que su victoria fue disfrazada de derrota. Tal victoria es, indudablemente, económica, pero esta tesis solo puede ser pronunciada en el campo intelectual postdictatorial por quien ocupa un lugar liminar en ese Salón literario que se conforma a partir de 1984: Fogwill, quien al describir a la dictadura como operación banquero-oligárquica-multinacional, pasa a asignarse el rol del “ilustrado oscuro”, a quien se autoriza implícitamente a pronunciar aquello que los otros no están en condiciones de señalar.

Sin embargo, la hipótesis de Schwarzböck consiste en sostener que la victoria de la dictadura no fue simplemente económica, fue también y sobre todo, existencial. No basta con pensar en la destrucción del aparato productivo, el endeudamiento, la ruleta financiera; lo que la dictadura instala con victoria disfrazada de derrota es un horizonte vital: la vida de derecha como única vida posible. Efectivamente, el siglo XX se encontró atravesado por esa dialéctica entre vida de izquierda –que en el extremo de la lucha de clases asume la figura del guerrillero, la vida partisana- y vida de derecha –entendida como vida burguesa-, siempre bajo el horizonte del fantasma del comunismo acechando como posibilidad de fundar una vida emancipada. La derrota del comunismo a nivel mundial fue anticipada en Latinoamérica pues el campo de concentración, dice Schwarzböck, implicó la muerte de la vida de izquierda. La vida de derecha es lo que la dictadura instala victoriosamente, aunque al funcionar como presupuesto del lazo social en el horizonte postdictatorial, no termina de ser puesta en cuestión de manera acabada. Sin su contrapartida, la vida de derecha se transforma y resulta extemporáneo hablar de vida burguesa. La lengua política adopta rápidamente un color moral y se “buenifica”, identificando en la dictadura el “mal absoluto” (aunque ese mal es la vida militarizada y la suma de crímenes y atrocidades cometidos por el terrorismo de estado, pero no los intereses económicos que se defendían de ese modo).

Ahora bien, otra de las particularidades de Los espantos es su enfoque: como lo señala el subtítulo, la vía de entrada a la comprensión de la postdictadura es estética. Y, si esto es así, es porque la estética habilita pensar el problema (con Adorno y luego de él) en términos de verdad y de no verdad. Esto le permite a Schwarzböck pensar de otro modo una vida de izquierda que no conoció. Era una vida, la de izquierda, tensionada por dos infinitos: por un lado, el del Estado (“toda guerrilla constata, para su propio espanto, la infinitud del Estado: ni el monte, ni la selva, ni la villa, precisamente por parecérsele, replican el estado de naturaleza” p. 29), y por otro lado, el infinito del Pueblo irrepresentable portador de la vida verdadera (emancipada) en nombre del cual se lucha, aunque tal vida es precisamente indefinible. Por su infinitud, el Pueblo que se invoca desde la clandestinidad es sublime, pues desborda los sentidos. La agrupación armada imagina al Pueblo “con atributos estéticos propiamente modernos, que combinan en una sola imagen la infinitud y la totalidad”.

Si la infinitud, a partir de la idea de Revolución, fue como dice Milner en el epígrafe, el soporte y criterio político central (pues la infinitud implica lo inconmensurable, lo que no ingresa en el juego de intercambio y, por lo tanto, lo que puede operar en términos de verdad), entonces la derrota de la vida de izquierda es también la victoria de la finitud, esto es, de la economía por sobre la política. “La economía es la que introduce la finitud en la política”, dice Schwarzböck en un artículo del número 5 de El río sin orillas, donde se anticipaban algunas ideas de Los espantos. Y es que para la vida de derecha postdictatorial el Estado ya no es infinito (aunque sí, tal vez, sea infinita la deuda, que constituye la base del lazo social así como de la subjetivación y, porque no, del Estado cuando deviene neoliberal). El Estado vuelve a ser pensado, bajo el horizonte de la vida de derecha, como Deus Mortalis, como finitud, como lo que puede desaparecer.

Es necesario volver a pensar una y otra vez al Estado y Los espantos se atreve a hacerlo, sabiendo que ya no puede hablarse con la misma lengua que resultaba apropiada cuando el fantasma del comunismo todavía acechaba. Si en aquel entonces, el accionar represivo del Estado se dejaba pensar a partir del secreto y el ocultamiento, desde los años 90, dice Schwarzböck, se instaura un nuevo régimen de la apariencia: la explicitud. La paraestatalidad se vuelve interna al Estado y toda la serie de individuos y prácticas que quedan de la dictadura y que protagonizan la “racionalidad nocturna” de lo estatal, generan más terror mostrando de modo explícito su poder que ocultándolo.

Tal vez no podamos evitar el sabor amargo (y el terror, claro está) una vez finalizada la lectura del texto de Silvia Schwarzböck. Aún así, este libro, que casi no tiene con quien discutir (todavía), abre un horizonte de intelección posible para nosotros, los Niños Mierda (como los llama el texto), aquellos que no vivimos la dictadura, o que tomábamos el Nesquik y mirábamos la televisión mientras la vida de izquierda era aniquilada en los campos (o mientras Menem firmaba los indultos y se abrazaba con Rojas). Los desautorizados para hablar sobre la dictadura ya tienen su texto.