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domingo, noviembre 09, 2008

Debe pensar en grande

Por Paul Krugman

El martes 4 de noviembre de 2008 será un día famoso (lo contrario de infame) para siempre. Si la elección de nuestro primer presidente afroamericano no ha conmovido y dejado al norteamericano al borde de las lágrimas de orgullo por su país, entonces hay algo que no anda bien.

¿Pero esta elección es un punto de inflexión real para la esencia de la política? ¿Barack Obama puede realmente abrirle la puerta a una nueva era de políticas progresistas? Sí, puede.

En este momento, muchos aconsejan a Obama que piense en chico, y basan sus argumentos en razones políticas: Estados Unidos, afirman, sigue siendo un país conservador, y los votantes castigarán a los demócratas si éstos se vuelcan muy a la izquierda. Otros dicen que la crisis económica no deja márgenes para actuar sobre temas como la reforma del sistema de salud. Esperemos que Obama tenga el buen criterio de hacer caso omiso de esas recomendaciones.

Tengamos en cuenta también que las elecciones presidenciales de este año fueron un claro referéndum sobre filosofías políticas, y la filosofía progresista triunfó.

La plataforma con la que se presentó Obama garantiza el cuidado de salud y una reducción de impuestos para la clase media, que se costeará con un aumento de impuestos para los más ricos. John McCain acusó a su adversario de socialista y "redistribuidor", pero de todos modos los norteamericanos lo votaron. Eso es un mandato real.

¿Y qué decir del argumento que afirma que la actual crisis económica hace imposible un programa de gobierno progresista? Bueno, no cabe duda de que la lucha contra la crisis costará muchísimo dinero. El rescate del sistema financiero seguramente exigirá el desembolso de fondos más cuantiosos aún de los ya comprometidos. Para colmo, necesitamos con urgencia un programa de mayor inversión pública para alentar la producción y en empleo. ¿El déficit fiscal federal del año próximo alcanzará el billón de dólares? Sí.

Pero el manual de economía básica indica que eso está bien, que es justo y apropiado enfrentar temporalmente la depresión económica con déficit público. Mientras tanto, uno o dos años en rojo -y que apenas pesarán sobre las arcas federales a futuro- no deberían ser impedimento para la implementación de un nuevo plan de salud que aunque se convierta en ley de inmediato, probablemente recién será efectivo a partir de 2011.

Agenda progresista
Más allá de eso, dar respuesta a la crisis económica es la mejor oportunidad de llevar adelante una agenda progresista. Ahora bien, el gobierno de Obama no debería copiar el hábito de la administración Bush de dar vuelta todos los argumentos para llevar agua al molino de sus políticas preferidas. (¿Recesión? La economía necesita ayuda, ¡entonces bajemos los impuestos a los ricos! ¿Recuperación? Reducción de impuesto a las ganancias para los ricos, ¡y más!)

Sería bueno que el nuevo gobierno dejara muy en claro hasta qué punto la ideología conservadora y la idea de que toda ambición es buena contribuyeron a generar esta crisis. Nunca fueron tan ciertas como hoy las palabras inaugurales de F. D. Roosevelt al asumir su segundo mandato: "Siempre hemos sabido que el interés personal desenfrenado es un error moral; ahora también sabemos que es un error económico".

Y éste parece ser uno de esos momentos en que lo contrario también es cierto, y los aciertos morales son también aciertos económicos. Ayudar a los más necesitados en tiempos de crisis a través de mayor asistencia sanitaria y beneficios para los desocupados es la respuesta moralmente correcta, y son también medidas de estímulo económico mucho más efectivas que reducir el impuesto a los bienes de capital. Proveer ayuda a los estados y gobiernos locales para garantizar la prestación de los servicios básicos esenciales es fundamental para los usuarios que dependen de esos servicios, y es también una manera de evitar la pérdida de puestos de trabajo y así acotar la profundidad del derrumbe.

Por lo tanto, una agenda progresista seria -llamémosla el nuevo New Deal-, no sólo es económicamente posible, sino que es precisamente lo que nuestra economía necesita.

En resumidas cuentas, lo importante es que Obama no preste oídos a quienes intentan amedrentarlo para que no haga las cosas. Cuenta con el mandato popular de las urnas, y la buena economía está de su lado. Podría decirse que a lo único que debe temerle es a sí mismo.

Debe pensar en grande

Por Paul Krugman

El martes 4 de noviembre de 2008 será un día famoso (lo contrario de infame) para siempre. Si la elección de nuestro primer presidente afroamericano no ha conmovido y dejado al norteamericano al borde de las lágrimas de orgullo por su país, entonces hay algo que no anda bien.

¿Pero esta elección es un punto de inflexión real para la esencia de la política? ¿Barack Obama puede realmente abrirle la puerta a una nueva era de políticas progresistas? Sí, puede.

En este momento, muchos aconsejan a Obama que piense en chico, y basan sus argumentos en razones políticas: Estados Unidos, afirman, sigue siendo un país conservador, y los votantes castigarán a los demócratas si éstos se vuelcan muy a la izquierda. Otros dicen que la crisis económica no deja márgenes para actuar sobre temas como la reforma del sistema de salud. Esperemos que Obama tenga el buen criterio de hacer caso omiso de esas recomendaciones.

Tengamos en cuenta también que las elecciones presidenciales de este año fueron un claro referéndum sobre filosofías políticas, y la filosofía progresista triunfó.

La plataforma con la que se presentó Obama garantiza el cuidado de salud y una reducción de impuestos para la clase media, que se costeará con un aumento de impuestos para los más ricos. John McCain acusó a su adversario de socialista y "redistribuidor", pero de todos modos los norteamericanos lo votaron. Eso es un mandato real.

¿Y qué decir del argumento que afirma que la actual crisis económica hace imposible un programa de gobierno progresista? Bueno, no cabe duda de que la lucha contra la crisis costará muchísimo dinero. El rescate del sistema financiero seguramente exigirá el desembolso de fondos más cuantiosos aún de los ya comprometidos. Para colmo, necesitamos con urgencia un programa de mayor inversión pública para alentar la producción y en empleo. ¿El déficit fiscal federal del año próximo alcanzará el billón de dólares? Sí.

Pero el manual de economía básica indica que eso está bien, que es justo y apropiado enfrentar temporalmente la depresión económica con déficit público. Mientras tanto, uno o dos años en rojo -y que apenas pesarán sobre las arcas federales a futuro- no deberían ser impedimento para la implementación de un nuevo plan de salud que aunque se convierta en ley de inmediato, probablemente recién será efectivo a partir de 2011.

Agenda progresista
Más allá de eso, dar respuesta a la crisis económica es la mejor oportunidad de llevar adelante una agenda progresista. Ahora bien, el gobierno de Obama no debería copiar el hábito de la administración Bush de dar vuelta todos los argumentos para llevar agua al molino de sus políticas preferidas. (¿Recesión? La economía necesita ayuda, ¡entonces bajemos los impuestos a los ricos! ¿Recuperación? Reducción de impuesto a las ganancias para los ricos, ¡y más!)

Sería bueno que el nuevo gobierno dejara muy en claro hasta qué punto la ideología conservadora y la idea de que toda ambición es buena contribuyeron a generar esta crisis. Nunca fueron tan ciertas como hoy las palabras inaugurales de F. D. Roosevelt al asumir su segundo mandato: "Siempre hemos sabido que el interés personal desenfrenado es un error moral; ahora también sabemos que es un error económico".

Y éste parece ser uno de esos momentos en que lo contrario también es cierto, y los aciertos morales son también aciertos económicos. Ayudar a los más necesitados en tiempos de crisis a través de mayor asistencia sanitaria y beneficios para los desocupados es la respuesta moralmente correcta, y son también medidas de estímulo económico mucho más efectivas que reducir el impuesto a los bienes de capital. Proveer ayuda a los estados y gobiernos locales para garantizar la prestación de los servicios básicos esenciales es fundamental para los usuarios que dependen de esos servicios, y es también una manera de evitar la pérdida de puestos de trabajo y así acotar la profundidad del derrumbe.

Por lo tanto, una agenda progresista seria -llamémosla el nuevo New Deal-, no sólo es económicamente posible, sino que es precisamente lo que nuestra economía necesita.

En resumidas cuentas, lo importante es que Obama no preste oídos a quienes intentan amedrentarlo para que no haga las cosas. Cuenta con el mandato popular de las urnas, y la buena economía está de su lado. Podría decirse que a lo único que debe temerle es a sí mismo.

lunes, octubre 13, 2008

Krugman Nobel de Economía 2008

El comité del premio Nobel anunció hoy la concesión del galardón de Economía al economista estadounidense Paul Krugman por su "análisis de las tendencias del comercio y la ubicación de la actividad económica".

La Real Academia sueca de Ciencias reconoce con la concesión del premio, la labor de Krugman en la formulación de una nueva teoría para dar respuesta a las incognitas relacionadas con los efectos del libre comercio y la globalización.

Krugman, de 55 años, actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos.

El Nobel de Economía, oficialmente denominado Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel, fue establecido en 1960 y está dotado con una cuantía de 10 millones de coronas suecas (alrededor de un millón de euros).

Paul Robin Krugman (nacido 28 de febrero, 1953) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. Actualmente profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times.

Krugman es probablemente mejor conocido al público como crítico abierto de las políticas económicas y generales de la administración de George W. Bush, que ha presentado en su columna. Krugman también es visto como un autor de aportes importantes por su contraparte. Ha escrito más 200 artículos y 21 libros - alguno de ellos académicos, y otros de divulgación. Su Economía Internacional: La teoría y política es un libro de textos estándar en la economía internacional.
Ha sabido entender lo mucho que la economía tiene de política o, lo que es lo mismo, los intereses y las fuerzas que se mueven en el trasfondo de la disciplina; el mérito de Krugman radica en desenmascarar las falacias económicas que se esconden tras ciertos intereses. Se ha preocupado por replantear modelos matemáticos que resuelvan el problema de ¿dónde ocurre la actividad económica y por qué?. La filosofía económica de Krugman se puede describir lo mejor posible como neo-Keynesiana. Políticamente es considerado un liberal (término usado en Estados Unidos, para referirse a ciertas tesis de izquierda).
En 1991 la Asociación Económica Americana le concedió la prestigiosa medalla John Bates Clark Medal. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004.
Nacido en la ciudad de Long Island, se licenció en Economía de la Universidad de Yale en 1974. Luego obtuvo su Ph.D. en Economía del MIT en 1977 y fue profesor de Yale, MIT y Stanford, antes de pertenecer al claustro de la Universidad de Princeton, donde ha estado desde el 2000.
De 1982 a 1983, fue parte del Consejo de Asesores Económicos (Council of Economic Advisers) de la administración de Reagan. Cuando Bill Clinton alcanzo la presidencia en 1992, se esperaba que se le diera un puesto en el gobierno, pero ese puesto se le otorgó a Laura Tyson. Esta circunstancia le perimitió dedicarse al periodismo para amplias audiencias, primero para Fortune y Slate, más tarde para The Harvard Business Review, Foreign Policy, The Economist, Harper's, y Washington Monthly.
Krugman trabajó en el panel de asesores de Enron durante 1999, antes de renunciar para trabajar como columnista para el New York Times, que exigía cierta exclusividad.

Desde enero de 2000, ha sido columnista quincenal en la página de Opinión del New York Times, lo que le ha convertido, en concepto del Washington Monthly, "el más importante columnista político en Estados Unidos... ha estado casi solo analizado los más importantes hechos políticos recientes, los descosidos tejidos de los intereses de las corporaciones, clases y partidos políticos, en medio de los cuales la administración de Bush sobresale.".
En Septiembre de 2003, Krugman publicó una colección de sus columnas titulada The Great Unraveling ("El Gran Desenredo"). Tomada en su totalidad, era un ataque mordaz contra las políticas económicas y exterior del gobierno de Bush. Su argumentación principal se centraba en cómo el creciente déficit fiscal, generado por la disminución de impuestos, el aumento del gasto público y la guerra en Iraq, a largo plazo es insostenible, y generará eventualmente una crisis económica importante. El libro fue un éxito inmediato.

A principios de los '90, popularizó el argumento de Laurence Lau y Alwyn Young de que la economías emergentes de Sudeste Asiático no eran el resultado de políticas económicas de un nuevo tipo, como se había argumentado, sino que las altas tasas de crecimiento se debían a elevadas tasas de inversión de capital y aumentos espectaculares en la mano de obra (algo que, tal como explica el propio Krugman, recuerda en parte al "milagro soviético" 1945-1965). De hecho la Productividad total de los factores de esos países no se incrementó, lo cual revela que tecnológicamente esas economías no han sido especialmente eficientes. En base a esos hechos, su predicción ha sido que el que la tasa de crecimiento del sudeste asiático descenderá a medida que sea más difícil generar crecimiento a base de incrementar los inputs (en inversión y trabajo). Esa situación es similar al frenado que sufrió la URSS a finales de la década de los '60, su estancamiento durante los '70 (que eventualmente degeneró en decrecimiento en los '80).

Krugman predice la burbuja inmobiliaria

Krugman Nobel de Economía 2008

El comité del premio Nobel anunció hoy la concesión del galardón de Economía al economista estadounidense Paul Krugman por su "análisis de las tendencias del comercio y la ubicación de la actividad económica".

La Real Academia sueca de Ciencias reconoce con la concesión del premio, la labor de Krugman en la formulación de una nueva teoría para dar respuesta a las incognitas relacionadas con los efectos del libre comercio y la globalización.

Krugman, de 55 años, actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos.

El Nobel de Economía, oficialmente denominado Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel, fue establecido en 1960 y está dotado con una cuantía de 10 millones de coronas suecas (alrededor de un millón de euros).

Paul Robin Krugman (nacido 28 de febrero, 1953) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. Actualmente profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times.

Krugman es probablemente mejor conocido al público como crítico abierto de las políticas económicas y generales de la administración de George W. Bush, que ha presentado en su columna. Krugman también es visto como un autor de aportes importantes por su contraparte. Ha escrito más 200 artículos y 21 libros - alguno de ellos académicos, y otros de divulgación. Su Economía Internacional: La teoría y política es un libro de textos estándar en la economía internacional.
Ha sabido entender lo mucho que la economía tiene de política o, lo que es lo mismo, los intereses y las fuerzas que se mueven en el trasfondo de la disciplina; el mérito de Krugman radica en desenmascarar las falacias económicas que se esconden tras ciertos intereses. Se ha preocupado por replantear modelos matemáticos que resuelvan el problema de ¿dónde ocurre la actividad económica y por qué?. La filosofía económica de Krugman se puede describir lo mejor posible como neo-Keynesiana. Políticamente es considerado un liberal (término usado en Estados Unidos, para referirse a ciertas tesis de izquierda).
En 1991 la Asociación Económica Americana le concedió la prestigiosa medalla John Bates Clark Medal. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004.
Nacido en la ciudad de Long Island, se licenció en Economía de la Universidad de Yale en 1974. Luego obtuvo su Ph.D. en Economía del MIT en 1977 y fue profesor de Yale, MIT y Stanford, antes de pertenecer al claustro de la Universidad de Princeton, donde ha estado desde el 2000.
De 1982 a 1983, fue parte del Consejo de Asesores Económicos (Council of Economic Advisers) de la administración de Reagan. Cuando Bill Clinton alcanzo la presidencia en 1992, se esperaba que se le diera un puesto en el gobierno, pero ese puesto se le otorgó a Laura Tyson. Esta circunstancia le perimitió dedicarse al periodismo para amplias audiencias, primero para Fortune y Slate, más tarde para The Harvard Business Review, Foreign Policy, The Economist, Harper's, y Washington Monthly.
Krugman trabajó en el panel de asesores de Enron durante 1999, antes de renunciar para trabajar como columnista para el New York Times, que exigía cierta exclusividad.

Desde enero de 2000, ha sido columnista quincenal en la página de Opinión del New York Times, lo que le ha convertido, en concepto del Washington Monthly, "el más importante columnista político en Estados Unidos... ha estado casi solo analizado los más importantes hechos políticos recientes, los descosidos tejidos de los intereses de las corporaciones, clases y partidos políticos, en medio de los cuales la administración de Bush sobresale.".
En Septiembre de 2003, Krugman publicó una colección de sus columnas titulada The Great Unraveling ("El Gran Desenredo"). Tomada en su totalidad, era un ataque mordaz contra las políticas económicas y exterior del gobierno de Bush. Su argumentación principal se centraba en cómo el creciente déficit fiscal, generado por la disminución de impuestos, el aumento del gasto público y la guerra en Iraq, a largo plazo es insostenible, y generará eventualmente una crisis económica importante. El libro fue un éxito inmediato.

A principios de los '90, popularizó el argumento de Laurence Lau y Alwyn Young de que la economías emergentes de Sudeste Asiático no eran el resultado de políticas económicas de un nuevo tipo, como se había argumentado, sino que las altas tasas de crecimiento se debían a elevadas tasas de inversión de capital y aumentos espectaculares en la mano de obra (algo que, tal como explica el propio Krugman, recuerda en parte al "milagro soviético" 1945-1965). De hecho la Productividad total de los factores de esos países no se incrementó, lo cual revela que tecnológicamente esas economías no han sido especialmente eficientes. En base a esos hechos, su predicción ha sido que el que la tasa de crecimiento del sudeste asiático descenderá a medida que sea más difícil generar crecimiento a base de incrementar los inputs (en inversión y trabajo). Esa situación es similar al frenado que sufrió la URSS a finales de la década de los '60, su estancamiento durante los '70 (que eventualmente degeneró en decrecimiento en los '80).

Krugman predice la burbuja inmobiliaria