domingo, octubre 21, 2007

La historia democrática argentina demuestra que en los comicios, la economía y los votos van de la mano

Los radicales Yrigoyen y Alvear, y los justicialistas Perón y Menem se beneficiaron, en las urnas, con la situación del país


Promediaba George Bush padre su primer mandato y gozaba de una inmensa popularidad debido al triunfo norteamericano en Kuwait, lo que no impidió que, al final, una recesión que no terminaba le hiciera perder la reelección.

Fueron los tiempos de "es la economía, estúpido", de Bill Clinton, quien, por el contrario, se inició con un ciclo de expansión que siguió durante años.

Es cierto que, aunque no es el único factor, la economía incide en la visión que la gente tiene de las acciones de los gobiernos que afectan su bienestar.

No fueron muchas las elecciones en la Argentina, que en el siglo XX sufrió reiterados golpes militares como para poder abundar en ejemplos. No hubo una larga continuidad de los procesos electorales, pero cuando lo hubo tampoco fueron todos competitivos.

En 1916, Hipólito Yrigoyen rompió la larga hegemonía del Partido Autonomista Nacional (PAN) en medio de la seria crisis de la Primera Guerra Mundial, aunque puede ser que en los resultados de las elecciones haya sido más importante el efecto de la reforma conocida como ley Sáenz Peña.

Marcelo Torcuato de Alvear pudo reiterar en 1922 el triunfo radical en medio de un importante crecimiento que siguió hasta la segunda reelección de Yrigoyen, aunque también debe tenerse en cuenta que el salario real, en esos años, subió más que nunca en la Argentina.

Las condiciones económicas influyeron en 1946 en el triunfo de Juan Domingo Perón, cuando la Argentina era una "fiesta" gracias los altos precios que obtuvieron los alimentos exportados que Europa, al final de la Segunda Guerra Mundial, necesitaba desesperadamente.

Condiciones favorables

Esas extraordinarias condiciones hicieron posible -por única vez- que un gobierno democrático o militar lograra sucederse con el triunfo de su candidato al que, ayudó, entre otras cosas, pagando un aguinaldo a todo el mundo, dos meses antes de las elecciones.

Sin embargo, en 1951, cuando la fiesta se había acabado, el presidente Juan D. Perón ganó la reelección por un amplísimo margen. Claro está que no se trataron de elecciones competitivas por que el gobierno controlaba todos los medios de difusión y cerraba los caminos a la oposición.

Mucho más adelante fue el crecimiento durante varios años lo que incidió en el triunfo de Carlos Saúl Menem en las elecciones de 1995 -a pesar del efecto negativo que ese año había tenido la crisis del tequila- y que continuó hasta 1998.

Pero el candidato oficialista Eduardo Duhalde perdió en 1999, cuando un año antes se había iniciado una recesión que duraría hasta el 2002. Por otro lado, los electores no perdonaron la alta inflación ni una recesión prolongada.

Mientras que el crecimiento supone una mayor disponibilidad de bienes y servicios, la inflación erosiona el poder de compra y, cuando es importante, genera una gran inseguridad.

La recesión, por otro lado, se evidencia en la caída de la demanda y el desempleo.

Mientras que la estabilización del austral permitió que los radicales ganaran en 1985, una alta inflación los llevó a la derrota en 1987 y a perder la presidencia en 1989.

La larga recesión iniciada en 1998 -que además trajo consigo una inédita deflación- produjo la catástrofe radical en las elecciones del 2001 y la subsiguiente debacle con la caída del entonces presidente Fernando de la Rúa.

Hoy, cualquier comparación con la economía del 2003 es favorable y, sin duda, afectará la opinión del electorado. Pero la euforia actual está acentuada por una fuerte aceleración de la demanda impulsada con un aumento enorme del gasto público que compromete la marcha futura de la economía.

Gasto electoralista

La deliberada expansión del gasto para obtener una favorable respuesta del electorado, cuando ya no se está ante una situación recesiva con recursos ociosos, conduce peligrosamente a la inflación.

El resultado estará afectado, por otro lado, por la puesta de los recursos del Estado -que pagamos todos- al servicio de la candidatura oficial.

Esto, como en 1951, nos pone frente a elecciones no competitivas.

De todos modos con síntomas preocupantes -inflación en ascenso y escasez energética- el próximo gobierno no sólo no se iniciará como el anterior con una infraestructura montada y recursos ociosos, sino que para continuar el crecimiento requerirá mayor inversión .

Por otra parte, en las próximas elecciones presidenciales, que se llevarán a cabo en 2011, los votantes ya no compararán con 2003, sino con este 2007.

Por Roberto Cortés Conde
Para LA NACION

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