Por ANDRÉS ORTEGA
En diversos países europeos, hay una izquierda sociológica abstencionista, hipotensa más que pasota. Es la que hizo que Blair resultara, en 2005, el líder elegido con menos porcentaje de votos (35,3%) de la posguerra. O la que en Polonia se ha movilizado sólo en parte (la participación fue de un 55% y se considera un éxito) por el voto útil en favor de la Plataforma Cívica y de Donald Tusk, que es centro-derecha, y en contra de los gemelos Kaczynski. Se ha dejado notar en diversas ocasiones en España, ya sea en el referéndum del Estatuto catalán, en las generales de 2000 o en las últimas autonómicas y municipales. De movilizar a esa izquierda depende Zapatero para ganar en marzo. El caso español es particular por la derecha que tiene y los temas que suscita: las banderas, la idea de España, el papel de la Iglesia católica. El PSOE cuenta con que el PP, con sus excesos, le movilice a su electorado. Si el PP supiera adoptar una línea centrista y sin aristas, la situación sería otra. Italia es una gran excepción. Incluso pagando un euro, más de tres millones de italianos acudieron a las urnas para elegir al líder del nuevo Partido Demócrata, Walter Veltroni. ¿Tendrían más éxito movilizador unas elecciones de pago?
La (o las) izquierda está en crisis conceptual. Un ejemplo es Bernard-Henry Lévy -de los pocos que no se han pasado al sarkozismo (que quiere deshacerse de Mayo del 68 "de una vez por todas")-, que considera como "cuestión central" (aunque no única) que la izquierda se diferencie por su ateísmo, y apueste por la inexistencia de Dios, como si no hubiera habido y haya grandes ateos de derechas, y cristianos de izquierdas. El propio Veltroni para su proyecto necesitará a la izquierda democristiana. En países como Polonia (pero también en Italia, y por lo que vemos en España), la Iglesia (católica) tiene un poder exagerado y hace política de apoyo a la derecha desde los púlpitos, mientras una parte de la izquierda se queda en casa. Quizás sobre hoy religión -y no es lo mismo la actitud ante la religión que ante la Iglesia, en lo que sí se diferencia la derecha en algunos países-, pero le falte a la izquierda espiritualidad (atea o lo que sea) y sentimiento. Es necesario algo más, o algo menos, que el ateísmo para movilizar a los descreídos políticamente.
La izquierda se está quedando sin nuevos intelectuales, sin referentes, y algunos de los pocos que quedan se han situado en un pensamiento meloso. Anthony Giddens, apóstol de la Tercera Vía y del Nuevo Laborismo (Brown nunca despreció como Blair el viejo laborismo), escribía en este periódico que la política debe ahora centrarse en el estilo de vida, como la lucha contra la obesidad o contra el consumo de alcohol por conductores o adolescentes. La izquierda está perdiendo el rumbo, sobre todo porque no tiene respuestas claras ante la globalización y las desigualdades que ésta genera, o al menos respuestas nacionales, que son difíciles o imposibles, al tiempo que tampoco se adentra en un nuevo internacionalismo. Quizás porque su programa tradicional ha tenido éxito, se ha quedado sin proyecto alternativo, sin propuestas ilusionantes, o que no responden a los miedos identitarios de mucha gente ante la globalización y la inmigración, y sin sentimientos que la muevan. Eso se ha notado mucho en Francia, donde la izquierda socialdemócrata ha quedado rota, también con la ayuda de la atracción por Sarkozy de algunos de sus principales referentes como Kouchner y Attali, o la neutralización de Strauss-Kahn.
La antigua base social de la izquierda -trabajadores manuales organizados en sindicatos que residen en barrios homogéneos y que trabajan en cosas parecidas- se ha ido disolviendo. Como señala un sociólogo español, quedaba el radicalismo de clase media, pero estas clases medias radicalizadas (funcionarios, empleados de banca, etcétera) ya no son modelo para las nuevas clases medias internacionalizadas. La izquierda no ha sabido crear modelos de partidos movilizadores. Se ha quedado sin modelo alternativo y con partidos que más parecen agencias de empleo que instrumentos de movilización. No hay que desesperar. Frente al crecimiento de la derecha cristiana, los demócratas en EE UU se quedaron atrás, y, sin embargo, parece -de momento sólo parece- que vuelven y con algunos apoyos religiosos. Pero lo peor que le puede pasar a la izquierda, socialdemócrata u otra, es la desmovilización de su base sociológica. Que crezca la izquierda que no vota.
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