Por Marcela Valente
Un libro de flamante edición en Argentina brinda datos inéditos sobre el mal que llevó a la muerte en 1952 a Eva Duarte, esposa del entonces presidente Juan Perón. El autor sostiene que podría haberse salvado si no hubiera creído que los argumentos médicos eran una excusa para sacarla del medio.
"Ella entendió que la querían desplazar del poder y esa fue su perdición", dijo a IPS Nelson Castro, médico, periodista, y autor de "Los últimos días de Eva. Historia de un engaño".
"Si hubiera accedido a tratarse cuando el primer médico lo sugirió, hubiera tenido una posibilidad de salvarse que luego no tuvo", afirmó.
Evita, como se la conocía popularmente en Argentina, murió el 26 de julio de 1952 a los 33 años de un cáncer de cuello de útero que había hecho metástasis en otros órganos. Pero ante los primeros síntomas de la enfermedad, que databan de comienzos de 1950, ella se negó a operarse y su esposo no logró convencerla.
El libro recoge toda la información existente sobre la enfermedad de Duarte, la segunda esposa de Perón y un símbolo para las mujeres argentinas y responsable del perfil social de ese gobierno y movimiento político.
Ofrece testimonios de algunos protagonistas aún vivos, revela documentos inéditos sobre la paciente y otros de relevancia política como el material desclasificado del Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos, que sabía más del problema que la propia enferma.
Castro había publicado en 2005 el libro titulado "Enfermos de poder", en el que planteaba la hipótesis de que "el poder mata". Allí abundó en casos de presidentes argentinos que enfermaron e incluso murieron en el desempeño de la tarea. Pero el tema de Eva Duarte mereció un libro aparte, donde profundizó en su teoría.
"Para estas personas, el poder es como una adicción de tal fuerza que supera la natural actitud de preservación de la vida que cualquiera tiene", sostiene el autor. "Cuando un político privilegia el poder ante todo, eso lo puede matar. Por empezar, le temen a la enfermedad porque eso los transforma en seres vulnerables", dice.
En el caso de Evita, el periodista registra también otras cuestiones como los múltiples engaños a los que fue sometida la paciente hasta su muerte en 1952 y el castigo que sufrieron sus médicos tras el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Perón, presidente de Argentina en tres oportunidades. Casi todos ellos fueron cesanteados de sus cargos en hospitales y universidades.
Aquejada de dolores en la ingle, Eva fue operada de una aparente apendicitis aguda el 10 de enero de 1950 por el cirujano Oscar Ivanissevich. Así lo informó el parte oficial, pero en verdad el médico se encontró con un apéndice sano y una inflamación que lo hizo sospechar de un cáncer uterino.
Años después, Ivanissevich reveló que, aún sin decirle claramente cuál era su sospecha, le advirtió a Evita que debía operarle la matriz, pero ella se negó rotundamente. "Me quieren eliminar para que no me meta en política y no lo van a conseguir", le espetó furiosa, y Perón aceptó la negativa de su esposa.
Para Castro, "fue una oportunidad perdida". De hecho, su madre había sido operada por los mismos síntomas años antes por el propio Ivanissevich y sobrevivió a Evita.
A esa altura, la esposa de Perón empalidecía por la anemia que le provocaba la hemorragia vaginal. ¿Cómo es que su esposo no insistió en que se interviniera quirúrgicamente? Castro señaló a IPS que tras la publicación del libro recibió nuevos testimonios acerca de presuntos reproches que le hizo por eso entonces la familia de Eva, su madre y sus hermanas.
En cambio, Perón sí contribuyó y mucho al engaño. Para septiembre de 1951 se confirma el diagnóstico por medio de una biopsia. Allí entra en escena el ginecólogo Jorge Albertelli, quien pasa a vivir en la residencia presidencial durante 100 días.
En un libro publicado en 1994, Albertelli recuerda su experiencia junto a la célebre paciente, relata las intrigas políticas tejidas alrededor de su lecho y brinda numerosos datos que ponen de manifiesto aspectos grotescos del engaño. El peor de todos, sin duda, es el que tiene como protagonista al cirujano estadounidense George Pack.
Sin que ella nunca lo supiera, pero con la anuencia de Perón, el doctor Pack le extrajo la matriz enferma. A la paciente le dijeron que el cirujano fue el prestigioso argentino Ricardo Finochietto a quien incluso luego ella pidió que se lo condecorara por haberla "operado con éxito".
La intervención de Pack debió ser un secreto de Estado y de hecho Perón jamás lo mencionó. Pero el médico informaba permanentemente al embajador de su país en Argentina, Ellsworth Bunker, quien a su vez mantenía al tanto al Departamento de Estado de las alternativas de la enfermedad de la entonces influyente esposa de Perón y de su mal pronóstico.
De todos modos, la operación no sirvió para detener un proceso que ya era irreversible. Los resultados de laboratorio indicaron que había metástasis. No obstante, la prensa de la época hablaba de "franca mejoría" de la paciente que lucía más y más desmejorada.
Cuando empezaron las complicaciones, el ginecólogo fue desplazado por nuevos especialistas comprometidos a sostener la mentira. Para que ella misma no reparara en la pérdida de peso, el intendente de la residencia, Atilio Renzi, se ocupaba de modificar su balanza. Antes de morir pesaba apenas 33 kilogramos.
Para cuando Perón asumió la segunda presidencia en junio de 1952, Evita participó del recorrido del presidente en un auto descapotable sostenida por un arnés. Ya sufría fatiga y fuertes dolores. "Lo sabíamos todos, nos portamos mal con Eva", reconoció hace algunos años el sacerdote Hernán Benítez, su confesor.
Si bien hay quienes sostienen que ella sabía de su enfermedad, Castro se suscribe a lo que cuenta Benitez, que Eva, ya desahuciada, se entera casi por casualidad, cuando una mujer que se acerca con un grupo de militantes peronistas hasta su lecho le pregunta "¿Por qué justo usted, que es tan buena, tiene que tener un cáncer?".
El último acto del engaño fue la convocatoria de Perón al modisto Paco Jamandreu para que le diseñara los vestidos que ella llevaría a un presunto viaje. "Eva se muere, pero tenemos que levantarle el ánimo", le dijo. Entretanto, una multitud estimada en un millón y medio de seguidores celebraban una misa en la calle para pedir por su salud.
Castro reserva para el final un testimonio inédito de la jefa de enfermeras, María Eugenia Álvarez, aún viva. "Ya falta poco para el final", le dijo Eva en vísperas de su muerte, cuando la acompañó al baño. La mujer nunca olvidará "el llanto tremendo" de Perón y del doctor Finochietto, el que nunca la operó.
Editorial Vergara. (http://www.edicionesb.com.ar)
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