Mientras docenas de países se sumergen al mismo tiempo en graves dificultades financieras, una nueva amenaza podría estar emergiendo: la posibilidad de que los productos se stockeen por la ausencia de compradores y los precios caigan gradualmente, sofocando a la inversión y empeorando el desempleo por muchos meses, e incluso años.
La palabra que corresponde a este fenómeno es deflación, la misma acompañó la Gran Depresión que disparó la crisis de 1929. La caída persistente de precios estuvo en el corazón de la crisis japonesa tras el catastrófico colapso de la burbuja inmobiliaria en los ’80, un período que para muchos presenta varias características similares al actual.
"Ese es el riesgo que percibo”, dijo Robert Barbera, economista en la compañía ITG. Hace apenas unos meses, los líderes mundiales estaban preocupados por el problema inverso, la inflación, en tanto los crecientes costos de petróleo y alimentos se filtraban a través de la economía global. Pero ahora todo parece haber cambiado.
Mientras la economía de Estados Unidos sigue debilitándose, así como la de muchos países, la demanda de petróleo, hierro y otras commodities ha disminuido drásticamente, derrumbando los precios.
La nueva preocupación es que el fin de la escalada inflacionaria sea el comienzo de algo más temible: un largo proceso de alejamiento en el que los consumidores pierdan su capacidad de compra y los precios de muchos productos caigan bruscamente. Eso llevaría a la reducción de la producción y a la aceleración de los despidos, extrayendo sueldos de la economía y debilitando la demanda de muchos productos y servicios.
El peligro del arribo de esta situación radica en la dificultad para encontrar un remedio. En general, la inflación se calma elevando las tasas de interés, congelando la actividad económica y reduciendo la demanda de bienes. Pero tal como Japón lo descubrió en los ’90, una economía puede quedar atrapada por la deflación por varios años, incluso cuando las tasas de interés se contraen hasta cero. La caída de los precios reduce las oportunidades rentables, por lo que las firmas son reacias a invertir incluso cuando pueden endeudarse casi gratuitamente.
A través de gran parte de los ’90, los precios de propiedades y muchos bienes no dejaron de descender en Japón, eliminando los incentivos de inversión para las empresas. En tanto los despidos cobraban velocidad y el poder de compra declinaba, los bienes se acumulaban y perdían valor.
Algunos temen que la economía estadounidense se hunda en una experiencia similar. "Ese es un riesgo significativo a este punto”, dijo Nouriel Roubini, economista de Stern School of Business of New York University, quien hace meses fue una de las primeras en advertir sobre la llegada de la crisis financiera y la deflación.
La mayoría de los economistas, Roubini y Barbera incluidos, alegan que Estados Unidos tiene las herramientas para eludir el impacto deflacionario que golpeó a Japón. "El Banco Central carta Blanca, suficiente poder, para generar el nivel de inflación que desee”, dijo Kenneth Rogoff, ex-economista del Fondo Monetario Internacional (FMI) y profesor de Harvard. "Si se imprime suficiente dinero, se puede crear inflación”, agregó.
La crisis financiera nacida en Estados Unidos se ha tornado global, como un virus que muta ante cada cura experimental. Desde Corea del Sur hasta Pakistán, desde el Báltico hasta Turquía o Brasil, la pandemia se ha esparcido, llevando con ella una contracción del crédito que ha quitado a compañías relativamente saludables la capacidad de financiar operaciones, provocando desempleo y la disminución de la demanda de bienes. "Lo más dramático es que la crisis financiera se ha propagado a los mercados emergentes”, indicó Rogoff. "Estamos ingresando en una intensa recesión global. La crisis financiera puede rápidamente transformarse en un verdadero pánico global. Es una situación muy peligrosa. El peligro es que en lugar de tener un par de años malos, tengamos otra década perdida”, sentenció.
Los años recientes han visto un boom en el crecimiento económico global, en gran medida gracias a la multiplicación de la inversión. Un extraordinario incremento de las operaciones financieras hizo nacer reinos inmobiliarios en Florida y California, acerías en Ucrania, frigoríficos en Brasil y centros comerciales en Turquía. Gran parte del dinero provino de instituciones financieras de Estados Unidos, que nadaban en efectivo y estaban dispuestas a prestar dólares a tasas de interés bajísimas que las compañías de muchos países podían adquirir en moneda local. Esa corriente ahora se esta moviendo en reversa. Los bancos y las instituciones financieras están calculando en miles de millones de dólares el resultado de inversiones desastrosas, una suma que según Roubini podría alcanzar los 1,7 billones de dólares. Mientras tratan de reconstruir su capital, frenan los préstamos a muchos clientes, demandando rápidos repagos a otros y librándose de activos: casas vendidas en ejecuciones hipotecarias, inversiones complejas relacionadas con hipotecas, préstamos corporativos.
En crisis financieras pasadas, como la que devastó a México en 1994 y la de Asia en 1997 y 1998, las economías débiles intentaron recuperarse exportando agresivamente a los mercados ricos, incluso a Estados Unidos. Pero ahora el consumidor estadounidense está mucho más golpeado. Después de años de cosechar ganancias en el mercado de valores, endeudarse en función del creciente valor de las propiedades y explotar la tarjeta de crédito para financiar la compra compulsiva, muchos están quebrados.
Desde Asia hasta América Latina, la sensación es que las exportaciones, el primer sustento de muchas economías, están cayendo continuarán haciéndolo en tanto el apetito global se reduzca. Esto alienta los temores de que grandes exportadores como China, India y Brasil arrojen sus productos al Mercado internacional, presionando a la baja a los precios de muchas manufacturas, recortando los incentivos de inversión para muchas empresas estadounidenses.
China ha intentado justificar que el mundo puede seguir creciendo a pesar de los problemas de Estados Unidos. El país asiático ha estado importando algodón de India, paneles de vidrio de Corea del Sur, chips de computadora de Malasia y Taiwán, madera de Rusia y el Sudeste de Asia, y petróleo y gas natural de Medio Oriente. Pero muchos de los productos terminados de las fábricas chinas últimamente han desembarcado en Estados Unidos, Europa y Japón. En tanto los minoristas de esos países sufren, también lo hacen las compañías chinas y sus proveedores.
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