Considerado como uno de los más populares divulgadores científicos, este lingüista canadiense asegura que la herencia genética tiene mayor influencia sobre el comportamiento humano que la cultura y la crianza. Su férrea defensa de lo innato por sobre lo adquirido enciende voces a favor y en contra
Steven Pinker es el máximo exponente de la idea de que son nuestros genes los que determinan tanto el adulterio como el altruismo, el uso de malas palabras o la furia al volante, y que la evolución los fue marcando. Uno podría pensar que, a estas alturas del avance de la ciencia, esto no debería ser mayormente motivo de polémica. Grave error: Pinker, profesor de la Universidad de Harvard -que en 2003 se lo "robó" al MIT en uno de los pases más calientes entre las universidades del Ivy League norteamericano-, revolucionó con su pensamiento la psicología evolutiva y la lingüística, y su investigación innovadora despertó un feroz debate científico y académico.
Pinker, quien sistemáticamente aparece en la lista de las cien personas más importantes de la actualidad de la revista Time , o en las de los principales intelectuales del momento que publican las revistas Prospect y Foreign Affairs, recupera la idea de que existe algo así como la naturaleza humana, que ésta es innata y que no nacemos como una tábula rasa sobre la cual la cultura dejará su impresión, y justifica esta idea a través de investigación científica de avanzada.
¿Por qué es esto tan incendiario? Porque para buena parte de la intelligentsia norteamericana esto no sólo es políticamente incorrecto sino, además, peligroso. Si algunas personas nacen con ciertos talentos o temperamentos, y otras nacen sin ellos, o con otros talentos o temperamentos, esto podría dar lugar a la discriminación y la opresión, y en el caso de que haya instintos negativos, como el egoísmo, esto significa que podrían peligrar las teorías de reforma social.
Sin embargo, para Pinker y su legión de seguidores, es tiempo de dejar de ignorar la teoría científica sólida basada en lógica empírica por un respeto heredado del concepto roussoniano del "noble salvaje": aquel que adscribe todos los males del universo a lo que impregna la cultura sobre las almas prístinas. Para los científicos que siguen su línea, es el momento de movernos hacia un nuevo humanismo, pero que sea realista y biológicamente informado.
El ser humano, tal como es
"La naturaleza humana -explica Pinker-, no es sólo el sujeto de la psicología sino también de la política, la religión y la moralidad. La gente a menudo se escandaliza cuando la ciencia señala cosas como que los padres no forman la personalidad de sus hijos, que hombres y mujeres no son idénticos, que las personas tienen deseos desagradables (como de dominio, infidelidad o autopromoción) y que nuestra mente depende de la actividad de nuestro cerebro en vez de flotar en un alma inmaterial. Pero nuestra visión de nosotros mismos ciertamente tiene que cambiar con el mayor conocimiento que vamos adquiriendo sobre el cerebro y la mente, de la misma manera que lo hizo cuando la cosmología y la evolución avanzaron. La solución a prácticamente cada problema que enfrentamos como sociedad -sea educación, crianza, violencia, uso de drogas o calentamiento global- depende de que entendamos por qué la gente hace lo que hace. Esto requiere entender a los seres humanos como realmente son, no como deseamos que sean".
Nada de esto resulta fácil. Con Stephen Jay Gould, Pinker mantuvo un célebre y violento intercambio de ideas en las páginas del New York Review of Books . Y hasta Tom Wolfe, articulando la posición de muchos escritores y artistas al respecto, dijo que lo deprimía la tendencia en la neurociencia que parecía extinguir la noción de alma y reemplazarla con la función de un órgano. Pero lo que más desespera a Pinker, en lo que él ve como una malinterpretación de su teoría, es cuando, por ejemplo, por su opinión de que el deseo masculino de tener múltiples parejas sexuales tiene una explicación evolutiva (en vez de cultural), está de alguna manera excusando o pidiendo disculpas por los hombres que son infieles.
Citando al personaje de Katherine Hepburn en La Reina Africana , quien dice que "la naturaleza fue puesta en este mundo para que nos alcemos sobre ella", Pinker asegura que la biología -con lo malo pero también con lo bueno que trae- no es, ni fue, ni será nunca el destino.
Pinker nació en Montreal en 1954, hijo de un abogado y de la vicedirectora de una escuela. Si bien concede que la complicada relación entre idiomas en Quebec puede haber despertado su interés por la lingüística, sostiene que de haber sido adoptado y educado en el seno de una familia obrera poco cultivada, hoy posiblemente estaría haciendo básicamente lo mismo que hace en el campo intelectual.
"La gente a menudo nota que los hijos actúan de la misma manera que los padres, o de la manera que los padres de éstos desean, y asume que están viendo los efectos de la educación de los padres sobre los hijos. Pero los hijos heredan genes de sus padres, no sólo un entorno cultural, así que cualquier similitud puede simplemente reflejar la herencia biológica de rasgos psicológicos", señala.
Por ejemplo, los hijos de un padre que pega, a menudo pegan. Pero puede ser que hayan heredado en sus genes la violencia y que esto no sea algo (o que no sea solamente algo) aprendido. Asimismo, es sabido que cuando los padres hablan mucho a sus hijos, éstos tienen un buen manejo del lenguaje, pero esto puede ser heredado y no aprendido también. La correlación, asegura, no es suficiente para establecer la causalidad.
"Cuando se hacen experimentos que separan la herencia genética de la educación de los padres -agrega-, lo que se encuentra es que la herencia tiene una influencia mucho mayor. Gemelos separados al nacer y criados en distintas familias adoptivas tienden a terminar con vidas muy parecidas. Hermanos adoptivos criados en un mismo hogar, que comparten educación pero no genes, terminan como extraños sin correlación. Esto no quiere decir que el entorno no sea importante en la formación de una persona. Sólo quiere decir que el entorno familiar, el de los padres, no es importante. El entorno importante es el del grupo de pares y la cultura general, así como los hechos idiosincráticos que le ocurren al niño sin que los padres puedan hacer nada al respecto."
Según los seguidores de Pinker, los psicopedagogos y especialistas en educación han ignorado sistemáticamente esta teoría, impulsados no sólo por la dificultad de enfrentar el poder relativamente escaso que tienen los padres ante la educación de los hijos sino, en un nivel más fundamental, por sentir que las conclusiones de Pinker son de alguna manera deshumanizadoras, que coartan nuestra identidad como individuos y que nos retratan, en cambio, cómo máquinas genéticas.
El que definitivamente no ha ignorado nunca a Pinker es el público general. Porque más allá de su faceta de investigador en el terreno académico (en el cual, según Time , se encuentra en "la cresta de la ola de avanzada"), Pinker es un gran divulgador, que ha popularizado la ciencia como pocos lo han hecho. Conocido como "la estrella de rock de los intelectuales", ninguna nota deja de mencionar su pelo gris largo y enrulado, muy al estilo del cantante de Led Zeppelin, Robert Plant, aunque, con humor, Pinker aclara que toma su inspiración de "Bruno", el pianista de la serie de TV Fama .
También es propio de rockero que un público masivo se agolpe para verlo cada vez que ofrece una conferencia abierta, y que levante el rating con cada una de sus apariciones en TV. A menudo le piden autógrafos por la calle. Y la revista Scientific American, incluso, propuso sacar a la venta muñequitos de plástico hechos a semejanza de Steven Pinker, con su emblemático pelo y con las botas texanas que, a diferencia de la mayor parte de los científicos de Harvard, suele utilizar. Eso sí, nada de sus genes...
Juana libedinsky
Steven Pinker es el máximo exponente de la idea de que son nuestros genes los que determinan tanto el adulterio como el altruismo, el uso de malas palabras o la furia al volante, y que la evolución los fue marcando. Uno podría pensar que, a estas alturas del avance de la ciencia, esto no debería ser mayormente motivo de polémica. Grave error: Pinker, profesor de la Universidad de Harvard -que en 2003 se lo "robó" al MIT en uno de los pases más calientes entre las universidades del Ivy League norteamericano-, revolucionó con su pensamiento la psicología evolutiva y la lingüística, y su investigación innovadora despertó un feroz debate científico y académico.
Pinker, quien sistemáticamente aparece en la lista de las cien personas más importantes de la actualidad de la revista Time , o en las de los principales intelectuales del momento que publican las revistas Prospect y Foreign Affairs, recupera la idea de que existe algo así como la naturaleza humana, que ésta es innata y que no nacemos como una tábula rasa sobre la cual la cultura dejará su impresión, y justifica esta idea a través de investigación científica de avanzada.
¿Por qué es esto tan incendiario? Porque para buena parte de la intelligentsia norteamericana esto no sólo es políticamente incorrecto sino, además, peligroso. Si algunas personas nacen con ciertos talentos o temperamentos, y otras nacen sin ellos, o con otros talentos o temperamentos, esto podría dar lugar a la discriminación y la opresión, y en el caso de que haya instintos negativos, como el egoísmo, esto significa que podrían peligrar las teorías de reforma social.
Sin embargo, para Pinker y su legión de seguidores, es tiempo de dejar de ignorar la teoría científica sólida basada en lógica empírica por un respeto heredado del concepto roussoniano del "noble salvaje": aquel que adscribe todos los males del universo a lo que impregna la cultura sobre las almas prístinas. Para los científicos que siguen su línea, es el momento de movernos hacia un nuevo humanismo, pero que sea realista y biológicamente informado.
El ser humano, tal como es
"La naturaleza humana -explica Pinker-, no es sólo el sujeto de la psicología sino también de la política, la religión y la moralidad. La gente a menudo se escandaliza cuando la ciencia señala cosas como que los padres no forman la personalidad de sus hijos, que hombres y mujeres no son idénticos, que las personas tienen deseos desagradables (como de dominio, infidelidad o autopromoción) y que nuestra mente depende de la actividad de nuestro cerebro en vez de flotar en un alma inmaterial. Pero nuestra visión de nosotros mismos ciertamente tiene que cambiar con el mayor conocimiento que vamos adquiriendo sobre el cerebro y la mente, de la misma manera que lo hizo cuando la cosmología y la evolución avanzaron. La solución a prácticamente cada problema que enfrentamos como sociedad -sea educación, crianza, violencia, uso de drogas o calentamiento global- depende de que entendamos por qué la gente hace lo que hace. Esto requiere entender a los seres humanos como realmente son, no como deseamos que sean".
Nada de esto resulta fácil. Con Stephen Jay Gould, Pinker mantuvo un célebre y violento intercambio de ideas en las páginas del New York Review of Books . Y hasta Tom Wolfe, articulando la posición de muchos escritores y artistas al respecto, dijo que lo deprimía la tendencia en la neurociencia que parecía extinguir la noción de alma y reemplazarla con la función de un órgano. Pero lo que más desespera a Pinker, en lo que él ve como una malinterpretación de su teoría, es cuando, por ejemplo, por su opinión de que el deseo masculino de tener múltiples parejas sexuales tiene una explicación evolutiva (en vez de cultural), está de alguna manera excusando o pidiendo disculpas por los hombres que son infieles.
Citando al personaje de Katherine Hepburn en La Reina Africana , quien dice que "la naturaleza fue puesta en este mundo para que nos alcemos sobre ella", Pinker asegura que la biología -con lo malo pero también con lo bueno que trae- no es, ni fue, ni será nunca el destino.
Pinker nació en Montreal en 1954, hijo de un abogado y de la vicedirectora de una escuela. Si bien concede que la complicada relación entre idiomas en Quebec puede haber despertado su interés por la lingüística, sostiene que de haber sido adoptado y educado en el seno de una familia obrera poco cultivada, hoy posiblemente estaría haciendo básicamente lo mismo que hace en el campo intelectual.
"La gente a menudo nota que los hijos actúan de la misma manera que los padres, o de la manera que los padres de éstos desean, y asume que están viendo los efectos de la educación de los padres sobre los hijos. Pero los hijos heredan genes de sus padres, no sólo un entorno cultural, así que cualquier similitud puede simplemente reflejar la herencia biológica de rasgos psicológicos", señala.
Por ejemplo, los hijos de un padre que pega, a menudo pegan. Pero puede ser que hayan heredado en sus genes la violencia y que esto no sea algo (o que no sea solamente algo) aprendido. Asimismo, es sabido que cuando los padres hablan mucho a sus hijos, éstos tienen un buen manejo del lenguaje, pero esto puede ser heredado y no aprendido también. La correlación, asegura, no es suficiente para establecer la causalidad.
"Cuando se hacen experimentos que separan la herencia genética de la educación de los padres -agrega-, lo que se encuentra es que la herencia tiene una influencia mucho mayor. Gemelos separados al nacer y criados en distintas familias adoptivas tienden a terminar con vidas muy parecidas. Hermanos adoptivos criados en un mismo hogar, que comparten educación pero no genes, terminan como extraños sin correlación. Esto no quiere decir que el entorno no sea importante en la formación de una persona. Sólo quiere decir que el entorno familiar, el de los padres, no es importante. El entorno importante es el del grupo de pares y la cultura general, así como los hechos idiosincráticos que le ocurren al niño sin que los padres puedan hacer nada al respecto."
Según los seguidores de Pinker, los psicopedagogos y especialistas en educación han ignorado sistemáticamente esta teoría, impulsados no sólo por la dificultad de enfrentar el poder relativamente escaso que tienen los padres ante la educación de los hijos sino, en un nivel más fundamental, por sentir que las conclusiones de Pinker son de alguna manera deshumanizadoras, que coartan nuestra identidad como individuos y que nos retratan, en cambio, cómo máquinas genéticas.
El que definitivamente no ha ignorado nunca a Pinker es el público general. Porque más allá de su faceta de investigador en el terreno académico (en el cual, según Time , se encuentra en "la cresta de la ola de avanzada"), Pinker es un gran divulgador, que ha popularizado la ciencia como pocos lo han hecho. Conocido como "la estrella de rock de los intelectuales", ninguna nota deja de mencionar su pelo gris largo y enrulado, muy al estilo del cantante de Led Zeppelin, Robert Plant, aunque, con humor, Pinker aclara que toma su inspiración de "Bruno", el pianista de la serie de TV Fama .
También es propio de rockero que un público masivo se agolpe para verlo cada vez que ofrece una conferencia abierta, y que levante el rating con cada una de sus apariciones en TV. A menudo le piden autógrafos por la calle. Y la revista Scientific American, incluso, propuso sacar a la venta muñequitos de plástico hechos a semejanza de Steven Pinker, con su emblemático pelo y con las botas texanas que, a diferencia de la mayor parte de los científicos de Harvard, suele utilizar. Eso sí, nada de sus genes...
Juana libedinsky
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