El líder de la segunda fuerza política de Grecia afirma que el problema no es la moneda única, sino las políticas que la acompañan. En este reportaje destaca el modelo argentino y se interroga sobre los desaparecidos griegos en nuestro país.
Desde Atenas
–Euro o no euro. Esa ha sido la gran disyuntiva a través de la cual se le presentó a Grecia y, particularmente, al movimiento Syriza que usted dirige. ¿Cómo analiza el momento de crisis que atraviesa Europa y que parece poner en tela de juicio mucho más que la sacrosanta estabilidad del euro? –Creo que el modelo europeo debe reconstruirse desde abajo. No podemos estar satisfechos con lo que hoy se llama Europa. La crisis actual no es una crisis europea sino mundial. Europa no cuenta hoy con los mecanismos para hacerle frente y controlar el ataque financiero mundial contra sus pueblos. Esto explica por qué Europa se convirtió en un continente donde el ataque del sistema financiero mundial fue feroz. Estamos sin defensa.–¿Acaso el euro, la moneda única, no es una moneda imposible, es decir, una divisa que no representa el nivel real de los 17 países que componen la Zona Euro y que, por consiguiente, impone sacrificios a muchas naciones que no están a la altura de lo que el euro necesita para existir? –El euro no es la única razón de la crisis, pero sí es parte de ella. El resorte de la crisis es la arquitectura del euro dentro de Europa. Necesitamos tener una moneda única, pero no una moneda controlada, que lo único que hace es hacerles favores al gran capital y a los ricos. Lo que nos hace falta es una moneda que responda a la necesidad de los pueblos. Tenemos una moneda única, pero nos falta contar con la capacidad de tener políticas para todos los países, en especial para los países de la periferia, que están sufriendo en este momento. El euro es un fenómeno mundial único: tenemos una moneda única, o sea, una unión monetaria, pero carecemos de unión política y de un Banco Central Europeo capaz de ofrecer ayudas a todos los países de Europa.
–¿No hay una contradicción en su postura: ser de izquierda y al mismo tiempo defender el euro? –La contradicción existiría si uno defendiera de qué manera funciona el euro, qué es lo que representa y cuál es la arquitectura y la hegemonía dentro de esa moneda única. El problema no es la moneda única sino las políticas que acompañan esta moneda. El euro se ha convertido en una cárcel para los pueblos de Europa, en especial para las economías más débiles de la periferia que están enfrentando la crisis. La contradicción está en la base con que se construyó el euro. El euro es un polvorín que va a explotar si seguimos con este rumbo. Las políticas de ajuste que van mano a mano con el modelo neoliberal dentro del euro nos van a conducir a la destrucción del euro. Pero esta perspectiva la van a pagar los pueblos y no los bancos, que van a salvarse, o a tratar de salvarse. El sectarismo dogmático de las elites europeas que defienden ese modelo conduce a Europa muchas décadas hacia atrás.
–El grado de diagnóstico que usted y la izquierda hacen de la problemática es brillante. Pero no se encuentra la misma eficacia en la forma de gestionar la confrontación con el sistema liberal. ¿Cómo salir entonces de la poesía del diagnóstico y entrar de verdad en un proceso de reforma contundente? –Una buena manera consiste en empezar cambiando las correlaciones de fuerzas en la sociedad. En mayo y junio pasado el partido Syriza estuvo muy cerca de romper esa correlación de fuerzas que existía. Grecia se convirtió en un experimento ultraliberal, en el conejillo de Indias. Aquí se puso a prueba la política del shock para luego ampliarla al resto de Europa. Pero tenemos la reacción de la sociedad. La gente ya no tiene ahora la vida cotidiana que tenía antes y es esa misma gente la que reaccionó para que las cosas cambien. Con su movilización la sociedad amenazó a las elites de nuestro país. Eso significa que sí estamos cambiando la correlación de fuerzas mediante el comportamiento crítico de las masas. Hay que recordar que, después de la ocupación nazi y fascista de nuestro país, pocos años después, en 1958, la izquierda estuvo a punto de llegar al poder. Las últimas elecciones las perdimos por un estrecho porcentaje. Pero hay que tener en cuenta que del otro lado no tenía como adversarios solamente a las fuerzas políticas, sino también a un sistema financiero mundial y europeo muy poderoso que nos combatió con todas sus armas de manera feroz. Pero si ganábamos las elecciones quizá Grecia se hubiese convertido en el eslabón débil capaz de romper la cadena que sujeta a Europa. Tal vez Grecia pueda pasar así de ser un conejillo de Indias a ser el futuro bebé, el embrión de la esperanza. Esa oportunidad histórica no la hemos perdido todavía. Los pueblos no han dicho su última palabra.
–¿Grecia fue un poco el paradigma de Chile en Europa? –Si ganábamos las elecciones nos hubiésemos convertido en el Chile de Europa. Pero no lo sabemos hoy. Las experiencias latinoamericanas de los últimos años son muy ricas para nosotros. Lo que pasó en Chile cuando cayó la dictadura, lo que pasa en Venezuela hoy, lo que pasó en la Argentina hace diez años, cuando el FMI se fue de la Argentina, todo eso constituye experiencias que nos hacen mucho más ricos y ayudan a perfeccionar y a concretizar nuestra estrategia, tanto en Grecia como en Europa.
–¿En qué sentido lo ocurrido en Chile, Venezuela o la Argentina es un aporte para los movimientos de izquierda radical del Viejo Continente? –La lección más importante radica en que la izquierda no puede desplegar sus armas en la sola propuesta de cambio político del sistema, no. La izquierda tiene que basar su esperanza y su trabajo en la sublevación del pueblo. Los pueblos se levantan y luchan. Si en el futuro llegamos a tener un gobierno Syriza en Grecia, para poder trasladar el poder de los poderos al pueblo ese proceso tiene que estar acompañado por la participación de las masas, a fin de revertir la situación. Un gobierno solo no lo puede hacer. También son necesarias nuevas instituciones democráticas. Nosotros no podemos cambiarnos de ropa y ponernos el traje del poder anterior. Ese traje no nos queda bien. Hay que crear entonces nuevas instituciones sociales y políticas para levantar a las fuerzas del pueblo, que en este momento están marginalizadas dentro del sistema y no tienen ni participación ni poder. Debemos trasladar ese poder a toda la gente.
–Muchos comparan lo ocurrido en la Argentina en 2001 con lo que está ocurriendo en Grecia. Se recuerda a aquel eslógan argentino que decía “que se vayan todos”. ¿Es válido un enunciado semejante para la Grecia actual? –Acá se siguen escuchando voces que dicen “que se vayan todos”. Los grandes medios de comunicación apoyaron este eslogan que, en realidad, no tiene contenido político. ¿Pero cuál fue el resultado de eso?: en un país como Grecia, donde nació la llamada democracia, tenemos ahora el renacimiento de las ideas fascistas de la mano del partido neonazi Aurora Dorada, que hoy está en el Parlamento. Aurora Dorada está encontrando apoyo hasta en las clases populares. Hay sí muchas similitudes entre lo que pasó en la Argentina y la Grecia de ahora. La política del shock liberal que se implementó en la Argentina en los años ’90 bajo las órdenes del FMI también se aplicó aquí. Estamos en ese proceso, lento pero destructivo, un proceso que se comporta de forma muy violenta contra los pueblos y los marginados: planes de ajuste, ataque contra los salarios, desempleo. Pero como estamos en la Zona Euro el FMI no tiene las cosas tan fáciles como en la Argentina. Si nos abandonan, las consecuencias serían muy importantes para los otros países de Europa. Nuestra economía representa el 2,5 por ciento del total de Europa. Además, el euro es la segunda moneda de reserva en los bancos mundiales.
–¿Qué lecciones saca usted del desastre argentino del 2001? –La experiencia argentina es muy importante para sacar conclusiones políticas. Diría que la conclusión más importante radica en que la política del neoliberalismo es cínica, inhumana. Es un callejón sin salida. Pero, por otra parte, la Argentina nos mostró la forma en que un pueblo se puede parar contra este sistema y reconstruir sus bases para vivir mejor, para reorganizar el Estado y la sociedad. Tuve que responder en el Parlamento al ministro griego de Economía cuando atacó de forma muy racista a la Argentina. El ministro dijo: “Noso-tros no somos como los argentinos”, y yo le respondí que estábamos mucho peor que Argentina. Esa es la verdad.
–La democracia argentina se revalorizó con la crisis. En Grecia, en cambio, surgió un movimiento neonazi muy poderoso. Esto permite conjeturar que puede haber en el futuro una mayoría neonazi con una oposición de izquierda radical fuerte, o al revés. –No creo que lleguemos a tener un gobierno de extrema derecha. Nuestro pueblo es heredero de una gran historia antifascista. Este pueblo tiene memoria histórica y no lo va a permitir. Pero hay algo que debe decirse claramente: el neonazismo y Alba Dorada no son una fuerza antisistema, no, es una fuerza del sistema dentro del sistema. Es el brazo más fuerte del sistema que será utilizado si se siente en peligro. El único peligro para nuestro país son las políticas neoliberales, la troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo, Unión Europea) y el movimiento neonazi, que es un aliado para seguir en este camino.
–Usted rompió hace poco el silencio proponiendo en el Parlamento griego que Grecia se ocupara del destino de los de-saparecidos griegos en la Argentina. ¿Cómo quedó ese reclamo? –Dentro de los 30 mil desaparecidos en la Argentina durante la década de los ’70 hubo casos de aproximadamente 17 personas que eran hijos de griegos. Sus padres no saben aún qué pasó con sus hijos. Nosotros planteamos ese tema en el Parlamento para poder tratar de averiguar con la ayuda del gobierno argentino qué pasó con esos jóvenes. Nosotros no podemos olvidar cómo un régimen autocrático que gobernó la Argentina llevó al genocidio a casi una generación. La violencia, la desaparición y el asesinato de tanta gente en manos de esos regímenes autocráticos no pueden dejarse en el olvido. En la historia moderna hay un paralelo entre Grecia y la Argentina, porque acá también hubo dictaduras apoyadas por los grandes imperios. Debemos proteger con la democracia a las futuras generaciones de esas dictaduras.
–Los neonazis tienen mucha fuerza. Parte de ella nace del trabajo social que hace, de su acción en la calle, de su oferta de seguridad. ¿Acaso a la izquierda no le falta capacidad de acción para derrotar a la ultraderecha en el terreno de lo concreto? –Lo que tiene que hacer la izquierda es crear un frente ideológico y, al mismo tiempo, construir un modelo de sociedad que resiste y es solidaria. La solidaridad no es la filantropía sino cómo resistir juntos. No tenemos que permitir que esos grupos se presenten con la cara lavada cuando en realidad representan la historia de lo más violento que sufrió la humanidad. Nuestra lucha en la calle tiene que tener otro modelo para elaborar ese frente ideológico de protección del pueblo. Se trata de un frente doble: contra las fuerzas neoliberales y contra el fascismo.
–La llamada izquierda radical tiene muchos enemigos, empezando por quien debería ser, al menos, un aliado parcial: la socialdemocracia. –En Europa y en el mundo la socialdemocracia ha pasado por una mutación increíble en los últimos años. La socialdemocracia opera como una suerte de cirugía plástica con la cual quieren cambiar algo que no se cambia. Este capitalismo financiero casino no pueda cambiar de imagen por más cirugía que se le haga. La socialdemocracia es incapaz de ofrecer soluciones a los problemas sociales y reales que enfrentan los pueblos. En Grecia, el partido que representó a la socialdemocracia, el Pasok, no se diferencia en nada de la derecha. Son una copia. Por eso nuestra izquierda puede convertirse en un polo de alianzas con auténtica base social y popular.
–Cuál sería su modelo ideal: Chávez en Venezuela, los Castro en Cuba, Lula en Brasil o el peronismo de Kirchner en la Argentina. –América latina siempre fue un laboratorio social y político increíble que da resultados. Cada país y cada movimiento tienen su particularidad. A nosotros nos interesa saber cuál es la mejor visión del socialismo del siglo XXI para todo el planeta. A pesar las particularidades necesitamos una visión común y los mismos enemigos. Nosotros seguimos muy de cerca el proceso de integración en América latina. Ese proceso no es teórico, está en práctica y da respuestas al dogmatismo neoliberal. Pero lo que se encuentra más cerca al modelo griego es Argentina y Brasil. En las realidades sociales y en las paralelas históricas, tenemos mucho más que ver con lo que sucedió en Argentina y Brasil. Desde luego, también tenemos puntos en común con Venezuela y Cuba. Nuestros enemigos dicen que Syriza quiere convertir a Grecia en la Cuba de Europa. Nosotros les respondemos que ellos quieren crear una Cuba en Europa, pero la Cuba de antes del ’60. A eso quieren llevarnos.
–Usted representa a una generación marcada por una época donde se produjo una gran despolitización. ¿Cuál sería la fórmula para reintroducir la política y, más concretamente, el interés por una política de izquierda? –En este momento estamos viviendo la última fase del capitalismo y no del socialismo. Estamos en la caída del sistema capitalista y esto nos conduce a un análisis diferente del comportamiento social como generación, tanto más cuanto que constatamos las condiciones en las que estamos viviendo hoy en día. Mi generación entró en la política como una fuerza muy pequeña en las universidades y en las escuelas cuando ya había una hegemonía casi total del neoliberalismo, cuando se presentaban porcentajes de crecimiento económico enormes y a la vez abstractos y cuando los ejemplos del buen vivir eran el súper consumismo. Ahora estamos en otra realidad. Hoy, en Grecia, uno de cada dos jóvenes que tiene entre 24 y 35 años no tiene trabajo. Están condenando a esa generación a vivir mucho peor que sus padres, los están condenando a vivir sin soñar. Lo que le podemos dar y decir a esta generación es que tiene que reencontrar en su conciencia la esperanza dentro de la lucha. Para poder reconstruir esas vidas destruidas deben creer que hay un futuro mejor, no hay otra manera. La justicia social y la dignidad son dos cosas muy importantes para una generación que quiere reconquistar su futuro.
–Usted juega el fútbol y está rodeado de gente argentina, uno de ellos es de Independiente. Dentro de poco irá a la Argentina. ¿A qué club le pone fichas? Tomemos tres: Boca, River o Independiente. –Apuesto por Boca porque Maradona jugó en Boca. Yo tengo esa imagen mítica de la Bombonera que vi en las fotos y en las películas. Tengo mucha fe en la política de Syriza porque tenemos eso fútbol de la fantasía que es el fútbol argentino.
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