El 28 de setiembre de 1977 la revista La Semana, que editaba la editorial Perfil, ilustró la portada de su Nº 48 con una fotografía de Farrah Fawcett, la actriz del flequillo al revés, cuyas aventuras como uno de los “Angeles de Charlie” comenzaron a emitirse la misma semana del golpe militar argentino y se convirtieron en uno de los hits de aquella televisión basura. Una doble página interior informaba que el día de la primavera “Videla almuerza con 14 jóvenes sobresalientes”. Según el título de la revista, ese día “Videla le dio la mano al futuro”. Dos de los catorce eran periodistas: Eduardo Van der Kooy y Roberto Solanas, de La Nación. A todos, La Semana les hizo dos preguntas: “¿Por qué cree que fue invitado?” y “¿Cuál fue el resultado?”. Tanto Solanas como Van der
Kooy respondieron que fueron elegidos para reunirse con Videla por trabajar en los principales diarios, uno en la sección agropecuaria de La Nación y el otro en Política Nacional de Clarín. Solanas dijo que “todos hablamos con todos”. Van der Kooy fue más entusiasta. Según el actual columnista de “Código político”, el resultado de la reunión con Videla fue “totalmente positivo. El presidente no sólo escuchó sino que él mismo abordó los aspectos que más preocupan a la juventud”. Terminó con otra lisonja: Videla “está muy bien informado”.
No puede decirse lo mismo de los lectores de Clarín. La madrugada en que tomó el poder, Videla creó un mecanismo de control bautizado con el simpático eufemismo “Sistema gratuito de lectura previa” y entregó a los editores una hoja de ruta con los temas y las personas prohibidas. Peroquedó claro que los censores eran superfluos, porque los grandes diarios adherían en forma voluntaria a la práctica y al discurso dictatorial. Mientras Van der Kooy hacía méritos por sobresalir, Rodolfo J. Walsh denunciaba en su Carta Abierta a la Junta Militar, del 25 de marzo de 1977, la “sistemática ejecución de rehenes en lugares descampados y horas de la madrugada con el pretexto de fraguados combates e imaginarias tentativas de fuga” y ni siquiera se privó de la ironía para caracterizar el doble mensaje de la dictadura: “Extremistas que panfletean el campo, pintan las acequias o se amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya su carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a las acciones guerrilleras”. Los diarios repetían en sus páginas informativas esos comunicados oficiales sin detalles, análisis ni reflexión, mientras en sus editoriales encomiaban al gobierno que los emitía. Dos meses después del envío de esta carta y de la desaparición de Walsh, Clarín y La Nación anunciaron en sus tapas que habían adquirido las acciones de Papel Prensa “previa consulta y posterior conformidad de la Junta de Comandantes en Jefe”. En una resolución de julio de 2010, el juez federal Daniel Rafecas sostuvo que “las maniobras destinadas a obtener la transmisión compulsiva de las acciones de la firma Papel Prensa en manos de la familia Graiver o sus testaferros, habrían tenido como contexto la amenaza sobre futuras privaciones ilegales de la libertad como represalia, que luego se concretaron y que durante su consumación continuada, permitieron perfeccionar la operatoria sin obstáculos, al tiempo que los detenidos fueron sometidos a interrogatorios referidos a su vinculación, participación o conocimiento de la actividad de la empresa y de los Graiver”. Por eso, consideró imposible escindir “la transferencia presuntamente compulsiva de acciones” de Papel Prensa de “los hechos de privación ilegal de la libertad” a una serie de sus directivos.
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