Se la jugó por las negociaciones con las Farc. A pesar de varias crisis en la mesa, de enemigos, de descuidar aspectos de la política nacional y de convertirse en un presidente impopular, su gobierno conduce al país a una posibilidad real de paz.
Por: Maria Elvira Arango
El presidente Juan Manuel Santos.
El mismo día en que el Estado colombiano recibía una de las peores noticias en los últimos años —un fallo internacional que le obligaba a renunciar a más de 75 mil kilómetros cuadrados de mar Caribe y cederlos a Nicaragua—, Juan Manuel Santos puso en marcha la iniciativa más importante desde que llegó a la Casa de Nariño.Ante una multitud de periodistas, que llegaron de varias partes del mundo, una comisión encabezada por el exvicepresidente Humberto de la Calle arribó el 19 de noviembre del año pasado a La Habana para darle otra oportunidad al diálogo con la guerrilla de las Farc, luego de más de 10 años de confrontación armada y miles de muertos, tras el fallido proceso del Caguán.
Como ministro de Defensa, Santos ejecutó durante más de tres años la política militar más agresiva contra los grupos ilegales que haya conocido el país y bajo esa herencia recibió la posibilidad de ser presidente. Una vez en el poder, el presidente abandonó la idea de ‘mano dura’ y los métodos de su antecesor y se la jugó por un proceso de paz.
El pueblo pareció estar de acuerdo. Más del 70 por ciento del país aprobó el inicio de los diálogos de paz entre Gobierno e insurgencia, y algo más de la mitad de los colombianos se mostraron optimistas frente a la posibilidad de que las partes llegaran a un acuerdo definitivo.
Sin embargo, durante este año las crisis han estado a la orden del día. Los actos violentos durante la tregua navideña propuesta por las Farc a finales de 2012, la lentitud en los ritmos de las negociaciones, el desconocimiento de los acuerdos a los que han llegado los negociadores y la incertidumbre en torno a la aplicación de justicia para los líderes guerrilleros, una vez concluya el proceso de paz, han sido piedras en el camino.
La oposición, encarnada hoy en el uribismo que una vez fue aliado, habla de impunidad y de un acuerdo a espaldas del pueblo, y en medio de las 17 rondas de negociación han estado presentes los paros agrícolas y el descontento campesino frente a las políticas de la administración Santos. Él se ha defendido diciendo que la tierra es el origen del conflicto y que si soluciona la confrontación armada en el sector rural, el campo despegará.
Por eso, los negociadores decidieron abordar el tema del agro en primer lugar, y luego de seis meses de conversaciones acordaron unos mínimos de entendimiento sobre acceso y uso de la tierra, tierras improductivas, formalización de la propiedad, frontera agrícola y protección de zonas de reserva. El primer gran avance de la mesa.
Y mientras en La Habana seguían las discusiones, en Colombia el presidente enfrentaba las críticas del expresidente Álvaro Uribe. “Diálogo con el terrorismo”, “entregarle el país a las Farc” y “preferir hablar con los terroristas que con los ciudadanos”, fueron las frases que durante gran parte de este año vinieron de la voz o del Twitter del exmandatario.
Santos respondió, calló, le mandó indirectas, lo llamó a la reconciliación y hasta lo enfrentó, al mejor estilo de un mal exmarido con hijos.
El 11 de junio, los negociadores asumieron el segundo punto de la agenda: la participación en política. Los resultados de las conversaciones se hicieron más lentos y el escepticismo del país creció al punto de que hoy Colombia está dividida sobre la posibilidad de éxito de los diálogos. A pesar de todo, y un año después de iniciado el proceso de paz, las comisiones anunciaron un acuerdo en el tema.
Los lineamientos de un estatuto de la oposición, la creación de unas circunscripciones transitorias especiales de paz y garantías a la protesta y al ejercicio de la oposición, fueron los enunciados más importantes que conoció el país sobre este nuevo avance.
Ahora los negociadores discuten en Cuba el tema del narcotráfico y los cultivos ilícitos, otro combustible de la guerra y de su degradación. Juan Manuel Santos quiere ser el presidente de la paz y por eso anunció su intención de ir por un segundo mandato, precisamente para lograr un acuerdo definitivo con la guerrilla.
Sin dudas, la paz y la reelección van de la mano. El presidente sabe que su carta de presentación es el proceso de La Habana y la posibilidad de que Colombia salga, luego de cinco décadas de guerra, de ser un país en conflicto armado. Con los tribunales internacionales encima, el mandatario deberá balancear la negociación y la justicia.
Apostarle a la paz es histórico. Santos decidió no despejar un centímetro de suelo colombiano y negociar en medio del fuego cruzado, lo que le ha traído críticas de lado y lado. Mientras las Farc insisten en un cese bilateral de hostilidades, la idea del jefe de Estado es llegar a un acuerdo definitivo cuanto antes para no tener que apelar, nunca más, a un cese temporal de violencia.
Juan Manuel Santos habló de noviembre de 2013 como fecha límite para haber acordado el fin del conflicto con la guerrilla de las Farc. Hoy, con dos acuerdos firmados, es claro que no consiguió su objetivo, pero construyó un camino que parece no tener reversa. Sus peleas, convicciones y aspiraciones, tampoco parecen tenerla.
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