martes, enero 28, 2014

La política en la guerra del dólar



1. ¿Quién conduce? Una parte del público parece muy preocupada por establecer quién conduce el proceso devaluatorio: ¿el gobierno o el mercado? Aunque no estemos seguros de si la pregunta está bien formulada, o si siquiera importa la respuesta, lo intentaremos. El gobierno brinda las dos respuestas. Por un lado, acusa a los especuladores de promover una corrida contra el peso, y la figura de Aranguren ofrendó un responsable con rostro y apellido. Los especuladores, cabe aclarar, nunca son los responsables exclusivos de las manías, los pánicos y los crashes: ellos están en todas partes, allí donde haya billetes, títulos, acciones y otros intangibles, siempre al acecho, listos para aprovecharse de los desinformados y los desprotegidos. Pero si me atacan las palometas: ¿es culpa de los peces dentados y hambrientos, o mía, porque me bañé en el Río Paraná contra todas las advertencias? Es la política macroeconómica consistente y eficazmente regulada la encargada de evitar los embates.

Por otra parte, pese a la retórica del ataque especulativo, hay movimientos inequívocos por parte del gobierno, que pretende estabilizar el tipo de cambio en un nuevo equilibrio. Se busca que el valor oscile en los 10 pesos, tomando el valor nominal más el recargo de la AFIP. Un número redondo que, lejos de lo azaroso, reconoce los fuertes componentes psicosociales de la confianza económica (así como la convertibilidad monetaria de los noventa no hubiera funcionado con decimales). Antes se había acordado con Repsol, entró a Capitanich (y salió Guillermo Moreno), se reiniciaron las negociaciones con el Club de Paris (que poco inciden en la coyuntura, porque los europeos proponen una refinanciación de acá a un tiempo), se lanza el nuevo índice inflacionario en febrero. Los propósitos, al menos, van en una dirección.

2. La puja distributiva. Las editoriales y columnas de los diarios del domingo insistieron con la "inexperiencia" e "impericia", amén de "improvisación", del equipo económico para lidiar con la actual coyuntura. Subyace en esos comentarios la idea de que la actual gestión heterodoxa ignora las fórmulas y recetas que los economistas más ortodoxos proponen para salir de esta coyuntura. Pero esto no debe llevar al lector a confusión: no es que la actual gestión heterodoxa ignore las recetas que los economistas ortodoxos proponen, o como implementarlas. La economía no es una disciplina tan misteriosa, ni son tantos sus secretos. Ocurre que tienen otra visión, ideológica, sobre el proceso distributivo.

Había que corregir el tipo de cambio y tal vez, el mejor momento para hacerlo fue después de las elecciones del 54%. En aquél momento, el gobierno intentó ganar tiempo con la llamada "sintonía fina", cuyo espíritu luego retomarían Capitanich-Kicillof en sus primeros días en el gabinete. Pero devaluar, como casi toda decisión de política económica, tiene ganadores y perdedores, y el gobierno kirchnerista en 2011 no quiso trasladar el costo de la corrección macro a los asalariados y los comerciantes.

La clave, ahora, de la corrección vía devaluación, es contener el aumento de precios y salarios. La megadevaluación de Duhalde - Remes Lenicov contó con el apoyo del conjunto del sindicalismo argentino, que aceptó la pesificación de los salarios y congeló sus pretensiones por un tiempo prudencial. Ahora, lo que hay es un sindicalismo más dividido, e inflación periódica, lo que hace casi imposible un gran acuerdo de precios y salarios. Tal vez sea el momento de un Pacto de la Moncloa genuino -el verdadero significado de la Moncloa fueron los acuerdos de precios y salarios-, pero la oposición es recalcitrante y el resto de los actores corporativos no está dispuesto a compartir costos políticos con el oficialismo. Con estas condiciones, a lo que puede aspirar el gobierno es a una cierta morigeración de los aumentos, no a grandes concesiones.

3. Desfinanciamiento estructural. Los ciclos de la apreciación de la moneda, fuga al dolar, ahogo financiero y devaluación se repiten con frecuencia en la Argentina de los últimos 40 años. Esto se da bajo diferentes orientaciones de política económica, y ya parece superar cualquier explicación proveniente, en forma exclusiva, de la teoría económica. Ninguna política económica de las que conocimos parece capaz de evitar el problema del desfinanciamiento. Todas ellas parecen contener los incentivos para la fuga de divisas por parte de los grandes actores económicos (empresas privatizadas, exportadores, productores de materias primas, sistema financiero). ¿No habrá que trabajar más intensamente con la productividad de aquellos actores de la economía que tienen menos incentivo a la desfinanciación?

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