domingo, agosto 07, 2016

¿Para qué sirven los expertos?

Fenómenos como el resultado del Brexit o la candidatura presidencial de Trump pusieron bajo la lupa el rol de los especialistas
 

Julia Pomares


Un intelectual es alguien que sabe de una cosa y se empeña en hablar de todas las demás. La frase pertenece al escritor Tom Wolfe y se volvió actual en estos días, cuando expertos y analistas están siendo cuestionados por no haber anticipado que Donald Trump podría tener chances de ser el presidente del país más poderoso del planeta o que los votantes británicos decidirían irse de la Unión Europea pese al enorme cúmulo de datos que mostraban el fuerte impacto negativo que el Brexit tendrá en sus vidas.

Los expertos, dice el politólogo y escritor canadiense Phillip Tetlock, pueden ser de dos tipos: zorros y erizos. Los zorros son quienes saben poco de muchos temas, mientras que los erizos son aquellos que saben mucho, pero de un solo tema.


Tetlock puso a prueba esta distinción entre erizos y zorros para medir el éxito de las predicciones de los expertos. Durante más de veinte años recolectó las respuestas de 280 especialistas a preguntas sobre cuán probables eran algunos asuntos de geopolítica (como si Canadá se iba a dividir en dos o si el apartheid iba a terminar de forma violenta). Las respuestas acumuladas en su estudio sumaron más de 80.000 casos y la conclusión fue contundente: la posibilidad de que un experto acierte en geopolítica es inversamente proporcional a su renombre. Una segunda conclusión, sin embargo, le pone un matiz a aquella inquietante definición: los zorros son mejores predictores que los erizos. Al saber poco de muchos temas, los zorros no temen improvisar ante un evento inesperado y son más creativos al momento de anticipar desenlaces. Zorros y erizos sufrieron por igual en las últimas semanas el juicio público sobre el rol de los expertos. ¿Pero es ése un juicio justo? Proponemos aquí tres argumentos en su defensa.

Demasiada expectativa

Parte del desencanto público con los expertos nace de una expectativa demasiado alta acerca del rol que puede jugar el conocimiento técnico en la política. A comienzos de los años 90, Al Gore patentó en la administración Clinton el énfasis en "what works"(hacer lo que funciona) y Gran Bretaña siguió la moda con el movimiento "evidence-based policy" (políticas basadas en la evidencia). La idea, llevada al extremo, era que no importaban las ideologías ni los valores para determinar qué política pública debía ser impulsada, sino que debía acatarse lo que dictaminara el conocimiento técnico. Desde entonces, el reconocimiento de que otros factores intervienen (o, al menos, deberían intervenir) en la toma de decisiones políticas fue moderando paulatinamente esa exigencia original y llevó a cuestionar el ideal de la neutralidad ideológica.

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La crítica a los expertos parte de otro supuesto erróneo: el rol del conocimiento es meramente instrumental e inmediato. La influencia del conocimiento en la vida pública es mucho más azarosa y caótica de lo que nos gustaría (y de lo que los modelos de políticas basadas en evidencia esperaban en un principio). El impacto de una idea puede ocurrir mucho tiempo después de que ha sido planteada. Gran parte de su éxito también radica en cómo comunicar esas ideas. Desde un enfoque menos instrumental, el rol más efectivo del conocimiento experto sería instalar ciertas temáticas en determinado momento, en lugar de predecir. Eso explicaría, por ejemplo, el éxito de Thomas Piketty con su libro sobre la desigualdad, más allá de sus méritos analíticos.

Juntos a la par

El tercer argumento de defensa de los expertos va al corazón de la relación del conocimiento con el futuro. En un contexto de grandes y complejos problemas (como el cambio climático, la automatización o el extremismo religioso) necesitamos análisis cada vez más sofisticados. Estos grandes problemas requieren la brújula del conocimiento técnico y la idea de predicción es a veces mal entendida. Las ciencias sociales pueden anticipar los dilemas del futuro y proponer escenarios e instrumentos para abordarlos. El big data recién empieza a mostrar su potencial para diseñar mejores políticas públicas.

¿Defender el rol de los expertos implica defenderlos sin más? De ninguna manera. Esta crisis reputacional del conocimiento experto en el campo social y político es una oportunidad para revisar los procesos de producción y difusión de conocimiento: transparentarlos, generar incentivos para mostrar errores de la investigación y hacer públicas las rectificaciones. Algo es seguro: la tradicional crítica de que el conocimiento experto no se involucra en la política dejó de ser cierta. Hace pocos días un hecho inédito sacudió al mundo: 110 premios Nobel firmaron una carta en defensa de los transgénicos y pidieron a Greenpeace que frenara el boicot por considerarlo un "crimen contra la humanidad". La polémica está abierta, pero sin duda mostró que el mito de los académicos recluidos en Paperlandia es historia. Al menos eso dice la evidencia.

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