El proyectos de "Escuelas generativas" tuvo su prueba piloto este año y en 2018 se extenderá a otras 50 instituciones. Cómo se aprende en un colegio sin aulas ni horarios ni exámenes numéricos
Por Maximiliano Fernandez
La escuela generativa Corazón Victoria
En 2012, Orlando se atragantó con la comida. Podría haber sido un hecho menor, un mal momento y nada más, pero, en cambio, le disparó una serie de fobias sociales incontrolables. Sufría ataques de pánico en la escuela y en la calle. Ni siquiera se podía comunicar con sus compañeros. Los colegios tradicionales, por más que lo intentaran, no lograban ayudarlo. En 2016, su madre Ivonne se enteró de la existencia de un nuevo modelo pedagógico que comenzaba en una escuela piloto.
Corazón Victoria fue la primera y, por ahora, la única de las escuelas generativas que funciona en San Luis. Orlando, de 14 años, logró integrarse a sus compañeros. Comenzó a relacionarse en un entorno relajado, donde el juego y el deporte son regla y no excepciones. Un año después, Orlando ya no necesita que su mamá lo pase a buscar en el medio de las clases.
"Es una experiencia educativa fascinante. Ya es una realidad que hoy toda la provincia reconoce y admira", aseguró a Infobae la profesora Mabel Domínguez, encargada de trazar e implementar la estrategia en Corazón Victoria. El modelo sigue muchos de los lineamientos que se toman como referencia en el mundo. El eje puesto, por sobre todo, en la libertad del alumno para desandar su propio camino de aprendizaje.
Las aulas, tal como se las conoce, desaparecen. Las mismas canchas de fútbol o básquet propician espacios flexibles y coloridos en los que no hay pupitres, sino puffs. Hay bicicletas fijas en las que los chicos pedalean al mismo tiempo que aprenden en grupos de veinte a los que llaman "agrupamientos", tanto infantiles como juveniles. Cada agrupamiento busca el espacio para formar su "isla" y se trabaja por proyectos multidisciplinares.
"Se entrelazan los contenidos desde un disparador, fenómeno o tema de interés de los alumnos. Investigan con las plataformas digitales, realizan preguntas y debaten", describió Domínguez. El docente ordena el aprendizaje en áreas según el proyecto: científica/tecnológica, socio/lingüística, lúdico/deportiva, artística/cultural, lenguas extranjeras (inglés y francés). Hay momentos de descanso con música seleccionada por los chicos. Hay tiempo, también, para deportes y habilidades puntuales como robótica, ajedrez gigante en equipos, huerta y danza. Cuando termina la jornada, guardan los mobiliarios hasta el próximo día.
En vez de materias hay un "diagrama secuencial de contenidos", con una tabla de saberes y la programación curricular, que incluye estrategias de enseñanza y las evidencias de los aprendizajes. Los estudiantes deben acreditar todos los módulos para concluir el ciclo de agrupamiento infantil y todos los proyectos relativos al juvenil.
No hay exámenes numéricos y, de hecho, en la escuela no se puede repetir. "La evaluación es continua. Se van acreditando los aprendizajes en forma global y permanente, en informes online trimestrales", detalló Domínguez. Los estudiantes que no logran acreditar los aprendizajes, reciben talleres de acompañamiento académico.
A los docentes prefieren llamarlos "coordinadores". Su rol dista del convencional. Al tratarse de un modelo de aprendizaje plural, trabajan en el ordenamiento de las clases y en guiar a los alumnos en el uso, por ejemplo, de la tecnología; parte importante del día a día en la escuela. Los chicos entran en contacto con videojuegos educativos, intentan descifrar códigos, resolver puzzles, a la vez que se los instruye en desarrollo de aplicaciones interactivas.
Sus estudiantes no tienen horarios rígidos. Ellos mismos establecen cuáles son los contenidos prioritarios que quieren aprender y son los encargados de fijar las reglas de convivencia, lo cual genera un "nuevo contrato social".
El proyecto está amparado en la ley de Escuelas Experimentales que San Luis sancionó en 2004. Los resultados de la prueba piloto convencieron a las autoridades. Tanto que, a partir del año que viene, convertirán otros 50 clubes de barrio en escuelas públicas. La idea, otra vez, apostar a la autonomía del chico. "Que tomen decisiones sobre el aprendizaje hace que desarrollen un pensamiento crítico y resolutivo sobre lo que aprenden".
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