Por Alfredo Zaiat
En estas semanas de violentas turbulencias en el mundo financiero internacional, con pronósticos de catástrofes que quedaron descolocados por la impresionante intervención conjunta de las bancas centrales de los países desarrollados por más de 600 mil millones de dólares, se ha estado desarrollando otra batalla mucho más relevante que el incendio en el casino global. Más importante que los quebrantos ocasionados por la pinchadura de una burbuja especulativa que, con elevada probabilidad, será reemplazada por otra más adelante mientras prevalezca la actual lógica de funcionamiento del mercado financiero mundial. Esa otra guerra es más trascendente porque va configurando el orden económico futuro: una potencia emergente (China) que avanza a paso redoblado y dos (Estados Unidos y Europa) que resisten la cesión de espacios de poder en el concierto del comercio internacional.
La caída de las cotizaciones de activos bursátiles genera una estado de ansiedad en la población ajena a esas operaciones por el miedo a sufrir consecuencias en su vida cotidiana. Pero también produce una particular morbosidad en los medios de comunicación que refieren el derrumbe de los precios de acciones y bonos como el preludio de una brutal crisis mundial. Sin embargo, y tal como quedó en evidencia en las últimas jornadas, las bancas centrales salieron al rescate de bancos y fondos de inversión con recursos públicos (también en Argentina), en un nuevo capítulo de la historieta creada por el credo liberal de que el mercado es sagrado cuando se trata de contabilizar ganancias y el Estado, en cambio, sólo tiene que ser el socio bobo en la tarea de intervenir para salvarlos de sus pérdidas ocasionadas por sus propios desaguisados.
No genera tanta angustia ni títulos alarmistas la despiadada guerra comercial que se ha declarado en los últimos meses, que tendrá consecuencias muchísimo más importantes para los países que la caída de la irresponsable bicicleta con los créditos hipotecarios en Estados Unidos. Conflicto comercial que ya tiene su capítulo en Argentina (ver artículo en pág. 7). El caso de los juguetes Mattel se presentó como un acontecimiento anecdótico en la relación comercial entre Estados Unidos y China, más aún cuando el fabricante chino optó por suicidarse ante el escándalo. Pero deja de ser una anécdota y resulta impactante cuando se detalla la secuencias de hechos producidos en pocas semanas, que ayudan a definir la magnitud de la pelea que se ha declarado, que tendrá indefectiblemente consecuencias en la organización del poder económico mundial:
- Estados Unidos presiona a China para que ajuste su tipo de cambio para hacer menos competitiva su producción y así disminuir su creciente déficit comercial con el gigante asiático. Después de varias visitas de funcionarios de primer nivel de la administración Bush a Beijing y sin respuestas favorables, Estados Unidos amenazó con sanciones comerciales.
- La respuesta china fue fulminante: amenazó con vender de golpe todas las reservas que tiene en bonos del Tesoro estadounidense, por unos 900 mil millones de dólares. Esos papeles de deuda vienen a financiar el déficit comercial en alza. El esquema sería el siguiente: China inunda de productos a EE.UU, consiguiendo un superávit comercial bilateral descomunal (unos 250 mil millones de dólares anuales), y ese excedente regresa al país importador mediante la financiación de su respectivo déficit con la compra de bonos. Basta imaginar el descalabro de proporciones que implicaría una liquidación de bonos semejante, que el temblor por la caída bursátil de esta semana pasaría a ser una caricia.
- Estados Unidos ordenó a Mattel retirar del mercado 19 millones de juguetes fabricados en China por contener pintura con elevados niveles de plomo o imanes pequeños considerados peligrosos para los menores de edad.
- China reaccionó prohibiendo la importación de tres marcas de galletitas Arnott’s, de la estadounidense Campbell Soup, argumentando que unas 3,6 toneladas de ese producto contenían excesivos niveles de aluminio.
- Estados Unidos frenó el ingreso de alimentos para mascota, pasta dentífrica y fármacos fabricados en el gigante asiático.
- China respondió destruyendo carne proveniente del gigante americano.
- En Europa, el comisario europeo de Comercio, Peter Mandelson, aseguró que el retiro de productos chinos que incumplían los requisitos de seguridad no tuvo motivación política ni “es un pretexto para el proteccionismo”.
- China contestó con la misma moneda. La Administración General de Supervisión de Calidad, Inspección y Cuarentena ordenó detener el ingreso de una partida de marcapasos por “problemas de calidad”.
Esta serie de incidentes comerciales tuvo lugar en apenas poco más de un mes, lo que revela la intensidad de esa puja y, fundamentalmente, el arrollador crecimiento de China, que pone en jaque al actual poder hegemónico. Como en su momento Estados Unidos desplazó al Reino Unido del liderazgo mundial, entre otras cosas, a través de su superioridad en el comercio internacional, China está reclamando su lugar predominante. El gigante asiático va camino a convertirse en la primera potencia comercial del mundo, desplazando a Estados Unidos y Alemania. Según datos de la OCDE, ese puesto lo obtendría en 2010 y, además, estiman que hacia 2015 el 50 por ciento del comercio internacional pasaría por ese país. La paradoja del surgimiento de esta nueva potencia comercial, que cuestiona el dominio de Estados Unidos y Europa, es que ese poderío nace de la inversión extranjera directa de las empresas multinacionales de esos dos viejos líderes, además de las japonesas. Más del 60 por ciento del total de las exportaciones chinas son de origen de transnacionales, trepando a casi el 90 por ciento cuando se trata de bienes tecnológicos.
China no sólo exporta baratijas, sino que cada vez más vende productos de alta tecnología. El economista estadounidense Dani Rodrik destaca en su paper What so special about China exports que el crecimiento chino ha sido, a partir de 1992, motorizado por el paso de las actividades de baja a las de alta productividad debido al desembarco de las compañías multinacionales, que tuvieron que asociarse con empresarios chinos. En esa línea, el investigador Sergio Cesarin, con un postgrado en el Departamento de Economía de la Universidad de Pekín, explica que China aprovechó los espacios vacíos ante la concentración de esfuerzos diplomáticos, económicos y militares estadounidenses en otras partes del globo. “Las iniciativas desplegadas por China han sido un despertador para Estados Unidos”, define Cesarin, lo que explica la actual escalada de la tensión bilateral.
El retroceso de Estados Unidos o, de otra forma, el avance de China ha puesto en alerta a la actual potencia hegemónica, que se siente amenazada del mismo modo en que lo percibía en la década del ochenta por la invasión de la producción japonesa a su mercado doméstico. Ese estado de vulnerabilidad y de cuestionamiento a su liderazgo la expresó Lester Brown, fundador del prestigioso Worldwatch Institute, en su artículo “Santa Claus es chino, o por qué China crece y Estados Unidos decae”, en donde se lamenta de que un 80 por ciento de los juguetes vendidos en su país sean chinos, pero no sólo las muñecas Barbie, sino también bienes electrónicos como el iPod de Apple y la Xbox de Microsoft. Y describe, con tono de lamento, que “ocho de cada diez árboles artificiales de Navidad vendidos en Estados Unidos se fabrican en China, que implicará un gasto de más de 130 millones de dólares, además de que los americanos desembolsarán más de 1000 millones de dólares en ornamentos navideños procedentes de China”. Brown concluye que “bajo el espíritu navideño americano subyace una sociedad sobreendeudada que parece haber perdido su camino, atrapada en las arenas movedizas del consumismo”. En ese terreno avanzan los chinos.
Otro dato de referencia para detectar que el mundo está cambiando apunta a que mientras temblaba Wall Street y las plazas bursátiles europeas, con sus réplicas en mercados denominados emergentes, entre ellos el argentino, la Bolsa de Shanghai marcaba un nuevo record histórico. Si bien las convulsiones financieras son para estar atentos, es evidente que el partido sobre el rumbo de la economía mundial se juega en otro terreno. Así lo entienden, por lo menos, los guionistas de la sexta temporada de la serie 24 horas: en los últimos capítulos, ya no son los árabes ni los separatistas rusos, sino los chinos los malos que el agente de la unidad antiterrorista de EE.UU. Jack Bauer tiene que destruir.
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