Las mujeres buscan a un hombre que aún no existe, y los hombres buscan a mujeres que ya no existen. Por el camino, a pesar de todo, nos encontramos.
Es falso considerar que la cuestión de la mujer está resuelta, y, aunque su avance sea imparable, está en manos de nuestras sociedades hacer el camino menos doloroso. La igualdad llegará el día en que la mujer tenga el derecho a ser mediocre; como mínimo, tanto como lo son la mayoría de hombres que progresan en la sociedad.
No es menor el listado de ítems que configuran el techo de cristal de la mujer actual: discriminación laboral, peores sueldos, mayores dificultades para progresar y, en el rincón más oscuro del problema, la malvada cuestión de la violencia doméstica.
Millones de mujeres no tienen derecho a documento propio, no pueden escoger a sus maridos, sufren códigos penales que las esclavizan hasta el delirio, y fácilmente pueden ser condenadas a muerte por delitos de honor.
Lapidación, mutilación genital (135 millones de mujeres mutiladas en el mundo), matrimonios forzosos, analfabetización y un largo recorrido de violentas indignidades, que convierten a millones de ellas en parias del derecho internacional.
Su dolor no interesa a nadie, no forma parte de lo políticamente correcto, no tiene una Organización de las Naciones Unidas que lo ampare ni una conciencia crítica que lo denuncie, y así cohabitamos con mujeres que pueden presidir Estados Unidos en el mismo planeta y tiempo donde otras pueden ser legalmente lapidadas.
¿Cuántas abogadas, médicos, maestras de escuela, poetas, pierde la humanidad en Arabia, en Yemen, en Qatar, en Emiratos, en Sudán, en Somalia, en Malasia, en…? ¿Cuántas mujeres felices? La violencia legal contra la mujer que ejercen decenas de países islámicos es un acto criminal, cuya impunidad sólo nos da la medida de la iniquidad colectiva.
El estómago del planeta ya no soporta la discriminación legal contra negros, gitanos u otra comunidad secularmente discriminada. Pero digiere, sin empacho, las brutales discriminaciones que padecen millones de mujeres en manos de gobernantes islámicos. Es decir, hoy otra vez lo ocurrido en Sudáfrica ayer es impensable. Pero Irán o Sudán o Yemen adornan los cuadros de honor del horror femenino.
Ulemas, ayatollahs, imanes, tiranos, niegan los derechos fundamentales a sus madres, hijas, esposas, y ello no implica un levantamiento moral de las conciencias comprometidas.
Esos mismos tipos que usan celulares vía satélite y que construyen rascacielos con lujo estratosférico mantienen a sus mujeres en la peor opresión. Ellos disfrutan del siglo XXI; ellas están condenadas a los grilletes del siglo XIII.
Mientras, ¿dónde está Sting para cantar contra la opresión femenina, como lo hacía contra la opresión negra? ¿Dónde están los intelectuales engagés? ¿Dónde el grito rebelde de las universidades? ¿Dónde la izquierda decente, la que no adora a tiranos? ¿Dónde, todos?
Por cada Hillary, ¿cuántas mujeres asesinadas “legalmente” por delitos de honor? ¿Por cada Cristina, cuántas lapidadas?
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