Fue, durante el medio siglo que se extendió su carrera teatral, la conciencia moral de los Estados Unidos. El autor de obras incisivas como La muerte de un viajante y de Las brujas de Salem , el intelectual que se negó a dar nombres durante el macartismo, el opositor a la Guerra de Vietnam, el vigoroso defensor de los derechos humanos y el único hombre al que le perdonamos haberse quedado con Marilyn Monroe.
Y sin embargo, Arthur Miller tenía un secreto. Tormentoso, desconcertante, inexplicable en alguien que, como dijo el dramaturgo Edward Albee en su funeral, "había levantado un espejo frente a la sociedad".
La historia era conocida entre su grupo de íntimos y alguna gente del mundo teatral, pero solo se hizo pública esta semana, cuando la revista Vanity Fair publicó un artículo de Suzanna Andrews titulado "El acto borrado de Arthur Miller".
En él se revela la historia del cuarto hijo de Miller, Daniel, nacido con síndrome de Down, y a quien Miller internó en Southsbury, un hogar para niños discapacitados poco después de su nacimiento. Nunca lo mencionó públicamente, ni siquiera en su autobiografía Timebends (Vueltas al tiempo) y, según Andrews, ni proveyó para su sustento, ni lo visitó más que raramente.
Daniel Miller, que hoy tiene casi 41 años, fue el segundo hijo del matrimonio de Miller con la fotógrafa austríaca Inge Morath. Miller, quien ya tenía dos hijos de su primer matrimonio, se casó con Morath en 1962, un año después de su divorcio de Marilyn.
La primera hija de ambos, Rebecca, nació en 1962. Era de una belleza deslumbrante (hoy es una actriz y directora casada con el actor Daniel Day-Lewis) y los Miller vivían encandilados con ella. Daniel nació cuatro años más tarde. Arthur e Inge estaban felices, según sus íntimos, pero al día siguiente llegó el funesto diagnóstico. Según el productor Robert Whitehead, Miller se sintió devastado. "Hasta usó el término mogólico para referirse al niño y dijo inmediatamente que iba a tener que deshacerse de él."
Pese a los esfuerzos de la madre por retenerlo, el niño fue internado a los pocos días. Cuando Daniel cumplió tres años, la madre hizo un nuevo intento por traerlo a casa, pero Miller volvió a oponerse. Según la escritora Francine du Plessix Gray, amiga de los Miller, Inge iba a ver a Daniel los domingos, pero Arthur insistía en ignorar su existencia.
Daniel permaneció en Southsbury hasta los 17, cuando fue trasladado a un proyecto comunitario. Quienes lo conocieron lo describen como un chico encantador, feliz, y comunicativo pese a sus limitaciones. Una de las trabajadoras sociales que lo conoció recuerda que la única posesión del chico era una pequeña radio.
Reconocimiento póstumo
Miller vio a su hijo por primera vez en 1995, cuando Daniel tenía 19 años. Poco después participó con su mujer en una consulta de evaluación y desde entonces no volvió al hogar de su hijo. Ocasionalmente, un trabajador social llevó a Daniel a la casa de los Miller, pero estas visitas no pasaron de dos o tres.
Cuando Inge Morath murió, en enero de 2002, Daniel no estuvo presente en el funeral. Y en la entrevista que Miller le dio al New York Times para el obituario, solo mencionó a Rebecca. En consecuencia, el diario publicó que el matrimonio solo había tenido una hija.
Arthur Miller murió el 10 de febrero de 2005. Daniel no aparece mencionado en su testamento, donde nombra ejecutores a sus tres hijos. En cambio, firmó un fideicomiso en el que deja a Daniel una cuarta parte de su fortuna, un inesperado reconocimiento póstumo que revela la intensidad de su culpa.
Su empeño en apartar a Daniel de su vida viene a demostrar que Arthur Miller era un ser tan imperfecto, complejo y falible como sus personajes. Tal vez por eso los comprendía tan bien.
Por Mario Diament
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