Natalio Botana
El presidente Kirchner acertó en el blanco cuando, en su reciente discurso en Naciones Unidas, criticó a la República Islámica de Irán por no haber brindado toda la colaboración requerida para el esclarecimiento del trágico atentado a la AMIA, y reclamó que aceptara y respetara la jurisdicción de la justicia argentina y asimismo permitiera la aplicación de las normas del derecho internacional.
La distinción implícita en este texto debe ser subrayada. Por un lado, nuestro gobierno no abdica de su derecho de esclarecer hasta las últimas consecuencias ese delito de lesa humanidad; por otro, el mismo gobierno no entra a discutir por ahora los conflictos reales y potenciales que Irán azuza en Medio Oriente.
Esta posición no despeja las incertidumbres que planean sobre lo mucho que nos queda por hacer en el plano interno de la investigación acerca de aquella masacre y, de acuerdo con una visión más amplia, sobre el panorama del mundo en materia nuclear. La emergencia de liderazgos con vocación de obtener poder nuclear, dispuestos a negar la historia y eliminar de paso al Estado de Israel, como el que representa el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, adquiere con respecto a la proliferación de aquel tipo de armas una relevancia estremecedora.
Negación de la Shoa, intención de reconstruir un eje del mal integrado por los Estados Unidos, Europa e Israel, simétrico al que en su momento proclamó George W. Bush antes de iniciar la guerra en Irak: estos componentes, y no son los únicos, son heraldos de una nueva configuración del poder mundial que, con la vista puesta en el porvenir inmediato del siglo XXI, opaca el rostro deseable de la paz.
La cuestión es sumamente grave porque en general, por estos lares, no tomamos debidamente cuenta de ella. Es preciso, pues, mirar las cosas con atención y responsabilidad, en especial mientras Ahmadinejad está buscando aliados en nuestra región (Venezuela, Cuba y Bolivia) y responde con palabras destempladas a nuestros argumentos. Para más datos nos acusó de estar sujetos a "las presiones de grupos sionistas" y de ineptitud para esclarecer los hechos debido a "la corrupción" de nuestro sistema judicial. Esta definición polémica en el estricto sentido de la palabra no tiene por qué asombrarnos.
En realidad, desde que el atentado del 11 de Septiembre disparó las pasiones e intereses en el seno de la "república imperial" de los Estados Unidos e inspiró una aventura belicista que ya muy pocos apoyan, el planeta está envuelto por repetidas apelaciones a la guerra y por dialécticas que buscan acentuar la fragmentación del poder. Todo esto es entendible, pero lo que no admite justificación alguna, al menos en el plano ético, son las alianzas que, so pretexto de respaldar el multilateralismo, concluyen arrojando un manto de olvido sobre el racismo antisemita del siglo XX. Estas actitudes no distinguen el interés nacional de los principios morales y subordinan los valores que califican de crimen contra la humanidad el exterminio de un pueblo a la estrategia del combate contra el imperialismo de las naciones centrales. El multilateralismo adopta de este modo una nueva versión de la antigua teoría de la razón de Estado a la cual no son tampoco ajenas las potencias centrales.
Un peligro de larga data
Con ese bagaje a cuestas, el presidente Ahmadinejad, si bien en su visita a Bolivia tendió la mano fraternalmente para construir juntos ambos países, ha mantenido intactas, con leves matices de ocasión, sus invocaciones xenófobas. No se trata solamente de un conflicto entre Estados. Se trata más bien de un conflicto que tiene el propósito de eliminar a la población de origen judío que habita un Estado. Aunque todavía estas alusiones no han transpuesto el plano verbal, el uso de la denominada "mentira del Holocausto" como parte integrante de la definición iraní del interés nacional, plantea a los países latinoamericanos aliados a ese gobierno un dilema difícil de sopesar. ¿O acaso nuestros valores jurídicos comunes pueden hacer la vista gorda frente a postulados racistas radicalmente intolerantes? Por eso, los temores que en este caso despierta la posible incorporación de Irán al expansivo conjunto de naciones dotadas de armamento nuclear.
En realidad, el fenómeno de la proliferación nuclear ha ido aumentando en el mundo desde los orígenes mismos de la era atómica.
Comenzó en los Estados Unidos seguido inmediatamente por Gran Bretaña, poco tiempo después por la Unión Soviética y más tarde por Francia. Luego, el ritmo no decreció y fue abarcando la geografía asiática y de Medio Oriente: China, India, Paquistán, Israel y Corea del Norte. Cada vez hay más centros nucleares y cada vez hay menos centros institucionales con capacidad efectiva para poner coto a esta escalada. El único límite que aparece en el repertorio de posibilidades es el que imponen las propias potencias nucleares o un subconjunto de ellas (Rusia y China no tienen con respecto a Irán la misma política que esgrimen los Estados Unidos, Israel y ahora Francia).
El panorama es a todas luces inédito. Merced al sistema de alianzas recíprocas de la Guerra Fría, en la era nuclear el mundo fue bipolar; jamás había penetrado en el ignoto territorio -el actual- donde la imagen de los dos polos en pugna ha sido velozmente reemplazada por la de un multilateralismo en formación, dotado, en algunos segmentos, de armamento nuclear. Cuando se concibió el multilateralismo, luego del fracaso imperial de Bonaparte a comienzos del XIX, se puso en marcha un concierto de naciones que debían hacerse unas a otras, si entablaban una guerra, un daño limitado.
Esta navegación relativamente estable de los países centrales, consagrados por otra parte a impulsar la dominación colonial, sucumbió en medio de las catástrofes que acunaron las dos guerras mundiales del siglo XX. Al cabo, no hubo más concierto sino bipolaridad, equilibrio del terror y, en la mejor de las circunstancias, coexistencia y disuasión recíproca. Este último esquema descansaba sobre una premisa estremecedora.
Al día siguiente de que la Unión Soviética hiciese estallar su primera bomba nuclear, Winston Churchill pronunció estas palabras: "Por un proceso de sublime ironía, el mundo ha alcanzado un estadio en el cual la seguridad será el gallardo vástago del terror y la supervivencia, el hermano gemelo de la aniquilación". El hecho de que el sistema internacional parezca hoy más inclinado al multilateralismo no invalida las prevenciones expuestas por Churchill.
Posiblemente, el héroe de la resistencia británica en la Segunda Guerra Mundial hubiese deseado conservar el condominio exclusivo de las dos naciones sobresalientes entre los que llamó, en uno de sus libros, "pueblos de habla inglesa". No obstante, esa luz roja sigue iluminando la línea demarcatoria entre las formas antiguas de las relaciones internacionales y las más actuales. Cualquiera que fuere el número de los actores dominantes -unilateral, bilateral o multilateral-, no es lo mismo un sistema internacional con armas nucleares que sin ellas.
El unilateralismo en manos de los Estados Unidos produjo Hiroshima y Nagasaki; el bilateralismo, o equilibrio nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, contuvo la caída en la pendiente del aniquilamiento. ¿Qué destino deparará al mundo el multilateralismo nuclear? No lo sabemos. Estos interrogantes son un poderoso llamado de atención para que los países latinoamericanos no incurran, en terreno tan delicado, en la desmesura y la irresponsabilidad.
Por Natalio R. Botana
No hay comentarios.:
Publicar un comentario