La historia de incorporar como propios a los recién llegados ha generado una cadena de sufrimientos incontables. Los problemas inmigratorios contemporáneos tienen raíces antiguas, pero suman a lo conocido que, centenares de miles de personas que se trasladan desde sus lugares de origen pretenden seguir conservando las costumbres originarias y se resisten a incorporar las de los países a los cuales emigran.
Estan personas llegan a desarrollar como mecanismo de autodefensa, una deliberada intención de rechazo hacia los valores de los dueños de casa. De no hacerlo estarían poniéndose en un lugar de tal inferioridad que los haría sentir, nada.
Esto es algo que los nativos del lugar deberían saber y entender.
Los antiguos inmigrantes, impulsados por el viento que siempre sopla detrás de los desplazamientos y que es el afán de mejorar el horizonte de la vida personal o familiar, tenían también el deseo de incorporarse a las nuevas patrias. Para ellos, el porvenir estaba en los lugares a los cuales se dirigían y el pasado en las comarcas que dejaban.
Los nuevos inmigrantes suñan con el regreso, establecen un mecanismo de negación por el cual, no se preguntan porque si todo era tan bueno, abandonaron el lugar, generan un espacio conceptual de la vieja patria dentro de la nueva, aislada y desafiante, lo que genera en los nativos sentimientos de rechazo que retroalimenta el círculo, aumentando la brecha desde ambos lados.
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