El senador republicano Larry Craig, ha decidido ratificar su intención de renunciar a su banca el 30 de septiembre. La noticia llena de alivio a los miembros de su partido que se disponen a librar una batalla electoral.
Craig (senador por Idaho, 62 años, casado, padre adoptivo de tres hijas) fue arrestado el pasado 11 de junio en el baño de hombres del aeropuerto de Minneapolis. Todo cuanto Craig hizo fue golpear con el pie el zapato de un hombre sentado en el compartimiento anexo, un gesto que en la cultura gay se interpreta como una invitación sexual. El hombre resultó ser policía.
El 8 de agosto, Craig se declaró culpable de "alteración del orden público" y pagó una multa de 575 dólares. Según afirmó, su decisión de asumir la culpabilidad tuvo el propósito de evitar que el incidente se hiciera público.
El 27 de agosto, el periódico Roll Call , un semanario legislativo, informó del arresto y el escándalo ganó la calle.
Ese día, en una conferencia de prensa, Craig afirmó que el policía que lo detuvo había malinterpretado su gesto, que no era gay ni nunca lo había sido y que había cometido un error al no buscar asistencia legal antes de declararse culpable. Pero, presionado por sus pares, Craig anunció el 1° de septiembre su intención de renunciar a fin de mes.
Lo cierto, sin embargo, es que Larry Craig ha sido mucho más víctima de su hipocresía que de los sutiles intercambios que sucedieron en el baño de Minneapolis. Porque lo que terminó sellando su carrera no fue tanto la sospecha de su homosexualidad sino su pretendida defensa de los "valores familiares" acompañada de una pública condena de la homosexualidad y una obstinada oposición al matrimonio gay, que hicieron que su nombre circulara profusamente en los blogs gays como un impostor moral.
Los hechos que provocaron su caída también son discutibles. El sexo consensual entre adultos no entraña nada objetable; podría uno cuestionar algunas formas de proponerlo. El mero hecho de haber golpeado el zapato de su vecino, aun cuando se trate de un aceptado método de invitación sexual, no hubiera sido suficiente para condenarlo. Es evidente que Craig se asustó y creyó que declarándose culpable ayudaría a tapar todo el episodio.
Finalmente, está la ambigüedad con que la sociedad norteamericana, pese a su proclamado liberalismo, juzga los escándalos homosexuales. Si Craig le hubiera tocado la cola a una señorita en lugar de refregarle el zapato a un señor en un baño público, nadie estaría exigiendo su renuncia.
A comienzos de julio, el representante republicano David Vitter, un fervoroso defensor de la santidad matrimonial, apareció en la lista de clientes de una famosa madama de Washington. Cuando la evidencias en su contra comenzaron a apilarse, incluyendo el testimonio de la prostituta que solía frecuentar, Vitter admitió su responsabilidad. Pero nadie exigió su renuncia.
Larry Craig, en cambio ejerciendo su derecho, persistió en sostener su máscara.
Craig (senador por Idaho, 62 años, casado, padre adoptivo de tres hijas) fue arrestado el pasado 11 de junio en el baño de hombres del aeropuerto de Minneapolis. Todo cuanto Craig hizo fue golpear con el pie el zapato de un hombre sentado en el compartimiento anexo, un gesto que en la cultura gay se interpreta como una invitación sexual. El hombre resultó ser policía.
El 8 de agosto, Craig se declaró culpable de "alteración del orden público" y pagó una multa de 575 dólares. Según afirmó, su decisión de asumir la culpabilidad tuvo el propósito de evitar que el incidente se hiciera público.
El 27 de agosto, el periódico Roll Call , un semanario legislativo, informó del arresto y el escándalo ganó la calle.
Ese día, en una conferencia de prensa, Craig afirmó que el policía que lo detuvo había malinterpretado su gesto, que no era gay ni nunca lo había sido y que había cometido un error al no buscar asistencia legal antes de declararse culpable. Pero, presionado por sus pares, Craig anunció el 1° de septiembre su intención de renunciar a fin de mes.
Lo cierto, sin embargo, es que Larry Craig ha sido mucho más víctima de su hipocresía que de los sutiles intercambios que sucedieron en el baño de Minneapolis. Porque lo que terminó sellando su carrera no fue tanto la sospecha de su homosexualidad sino su pretendida defensa de los "valores familiares" acompañada de una pública condena de la homosexualidad y una obstinada oposición al matrimonio gay, que hicieron que su nombre circulara profusamente en los blogs gays como un impostor moral.
Los hechos que provocaron su caída también son discutibles. El sexo consensual entre adultos no entraña nada objetable; podría uno cuestionar algunas formas de proponerlo. El mero hecho de haber golpeado el zapato de su vecino, aun cuando se trate de un aceptado método de invitación sexual, no hubiera sido suficiente para condenarlo. Es evidente que Craig se asustó y creyó que declarándose culpable ayudaría a tapar todo el episodio.
Finalmente, está la ambigüedad con que la sociedad norteamericana, pese a su proclamado liberalismo, juzga los escándalos homosexuales. Si Craig le hubiera tocado la cola a una señorita en lugar de refregarle el zapato a un señor en un baño público, nadie estaría exigiendo su renuncia.
A comienzos de julio, el representante republicano David Vitter, un fervoroso defensor de la santidad matrimonial, apareció en la lista de clientes de una famosa madama de Washington. Cuando la evidencias en su contra comenzaron a apilarse, incluyendo el testimonio de la prostituta que solía frecuentar, Vitter admitió su responsabilidad. Pero nadie exigió su renuncia.
Larry Craig, en cambio ejerciendo su derecho, persistió en sostener su máscara.
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