domingo, diciembre 02, 2007

K


Nadie daba dos pesos por él. Esa indiferencia original de la política por Néstor Kirchner, que fue perceptible cuando anunció desde Río Gallegos su decisión de ser presidente.

La política la administró con el látigo y el dinero. Cumplió el rito de Maquiavelo, según el cual no hay peor enemigo que hahecho un favor y a su mecenas político fundamental, Eduardo Duhalde, le cortó la cabeza en el espacio público con un serrucho de carnicería. Ansioso y apurado como es, nunca le gustó perder un minuto para la seducción de los políticos ni para cumplir rituales cortesanos. l que ha hecho un favor.
La famosa anécdota de que todos los días necesita llevarse a casa los datos primarios de la economía habla por sí sola del personaje.
Ahora se propone echar mano a la argamasa del peronismo para levantar una corriente política progresista, porque detesta ese partido que sólo habla de sentimientos y que puede aplaudir cualquier discurso del líder reinante. En cierta medida tiene razón.

A pesar de todo, Kirchner pertenece a la "raza de los príncipes", según la definición de Chateaubriand, común a los que quieren y buscan el poder. Después de la languidez delarruista y de la melancolía duhaldista, la autoridad presidencial era una metáfora más que una realidad consistente. Reconstruyó con éxito esa autoridad y la propia institución presidencial, la última en ser destruida cuando renunció De la Rúa al ritmo de las arbitrarias cacerolas y sin la intermediación de ninguna institución constitucional. De la era de Kirchner se podrán decir muchas cosas, menos que no hubo un Presidente.

Había militado en corrientes contrarias a la devaluación cuando se desbarrancaba la convertibilidad, pero tuvo el acierto de tomar una política económica ya inaugurada y darle continuidad. Eso es normal en cualquier otro país, pero no en la Argentina, donde cada presidente estrena todas las políticas. Debió blindar su frágil estómago político y digerir durante dos años la convivencia con una figura tan fastidiosa como él mismo: el entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna.

Una pose con cierta arrogancia y la convicción de que está liderando una gran nación, se empalmó -y coincidió-con viejas y palpables sensaciones de la sociedad argentina. Así, con estilos objetables y formas extrañas, les fue devolviendo a los argentinos una noción del orgullo nacional, que habían perdido en el fragor de la humillación colectiva de la gran crisis de principios de siglo. Sus referencias a "la Argentina" y a "los argentinos", como espacio y seres excepcionales, era lo que aquella sociedad abatida y doblegada estaba necesitando.

Kirchner fue el primer presidente, desde la voladura de la AMIA, que le plantó cara al temible régimen de Irán y lo desafió en el principal estrado de la política internacional, en las Naciones Unidas. En eso demostró que sus compromisos con los derechos humanos van más allá de los enfrentamientos internos de hace 30 años. Ni siquiera sus compadreos con Hugo Chávez, más oportunistas que ideológicos, lo alejaron de ese pacto esencial con la verdad sobre lo que sucedió con la masacre en la mutual judía.
Retó y amenazó desde el célebre atril de la Casa de Gobierno. Políticos opositores, empresarios díscolos, diplomáticos extranjeros y periodistas independientes no se salvaron de esas tribunas piromaníacas. Hay dos o tres Kirchner que cohabitan en la misma persona. Apagados aquellos fuegos, volvió a ser siempre el presidente cordial de la intimidad. A los políticos opositores les robó parte de su capital, pero nunca cometió el delito institucional de intentar cerrarles la boca.
Se quedó con las banderas del liberalismo desde la economía con un crecimiento sostenido, ortodoxia en la obsesión por el superavit y orden extremo en las cuentasy con las banderas de la izquierda en términos de la ditribución del producto en y ne su política de revisión del proceso militar.

A pesar de las peleas internas, su gabinete fue el más estable de los últimos 24 años. Hizo apenas siete cambios respecto del elenco con el que asumió; la mitad de los cambios que hizo Fernando de la Rúa en dos años de su gobierno.

Un industrial que lo conoce destacó otra característica que lo diferencia del riojano: no le gustan las reuniones sociales. "Menem llenaba el Tango 01, y atrás llevaba otro avión. Había reuniones en los halls de los hoteles, comidas. No había empresario que se quisiera perder esos viajes. Ahora hay más distancia. Muy poca gente ha llegado en forma personal a él. Se maneja con interlocutores", indicó.

Concentró todo el poder de decisión. Gerenció, sin escalas, con las primeras y las segundas líneas: los secretarios Ricardo Jaime (Transportes), Guillermo Moreno (Comercio Interior), Carlos Mosse (Hacienda) y José López (Obras Públicas). La era de los superministros terminó con él. El Palacio de Hacienda fue el epicentro de este cambio. Un detalle: desde la ruptura con Roberto Lavagna, todos los anuncios económicos pasaron a hacerse en la Casa Rosada.

Todos los sectores crecieron. Las ganancias en dólares de las multinacionales alcanzaron niveles nunca antes vistos, ni siquiera en los mejores años de la convertibilidad. Si bien dijo en público que había que terminar con el pensamiento de que estuviera mal visto que los empresarios ganaran plata, impuso también el concepto de "rentabilidad razonable".

La caja fue otra de sus obsesiones. Reestructuró la deuda en default, canceló en un pago el pasivo con el FMI, duplicó el gasto público y llevó la presión tributaria a un nivel récord.

Así, mantuvo el superávit fiscal siempre por encima del 3% del producto, aunque este año lo logró con la ayuda de los ingresos adicionales de la reforma previsional. Concentró los aumentos impositivos en las arcas nacionales, que le dio un inusual margen de maniobra política.

Kirchner convivió con un contexto benigno. El mundo financiero estuvo dulce -al menos hasta este año-; las tasas de interés, bajas, y el dólar, alicaído. Todo esto favorece a la Argentina. Un dato lo confirma: el valor de las materias primas que exporta el país -soja, maíz, petróleo, cobre- se duplicó en su presidencia, según el índice de precios del Banco Central.


A los periodistas los criticó y los ninguneó, pero no hubo en su mandato ningún acto institucional (persecución policial, decreto o proyecto de ley) que afectara directamente a la libertad de prensa. Sólo les aplicó su código inmodificable: el dinero de la publicidad oficial es nada más que para los amigos.

Las Fuerzas Armadas registraron más de 40 pases a retiro de altos oficiales apenas asumió Kirchner, la purga más profunda desde 1983.

Kirchner es el mandatario que menos usó la cadena oficial de radiodifusión (apenas tres veces; una de ellas, para embestir contra la Corte Suprema) y nunca dio una conferencia de prensa en la Casa Rosada.

El santacruceño también se reservó un récord para el final. La ceremonia del 10 de diciembre marcará un hecho inédito en la democracia mundial: Cristina Kirchner recibirá la banda presidencial de manos de su marido. Será el primer recambio matrimonial decidido en las urnas.


Según la agencia de encuestas Poliarquía, la popularidad de Kirchner ronda ahora el 50 por ciento de las opiniones consultadas. El Presidente asegura que cuenta con 15 o 20 puntos más que esas mezquinas mediciones. No importa. En la agonía de su gobierno, puede darse un lujo inédito en 24 años de democracia: es el primer presidente que terminará su mandato constitucional arropado por la simpatía de, por lo menos, la mitad de los argentinos.


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