Por G. Jaim Etcheverry
Los países que mantienen o mejoraron su nivel educativo realizaron esfuerzos sociales y personales para que la sociedad contara con posibilidades de desarrollo
Los resultados del estudio PISA no sorprenden, ya que son frecuentes las evidencias de la decadencia de nuestra educación: fracasos en las universidades y en las evaluaciones nacionales, como la conocida también hace pocos días.
Reflejan el desinterés por el conocimiento, rasgo paradójico de una sociedad que gusta definirse como producto de la ciencia y la técnica. La clara devaluación del logro académico, que nadie propone en los discursos pero resulta evidente en los hechos, explica, entre otros factores, los escasos rendimientos de nuestros chicos.
Alarma la total ausencia de alumnos argentinos en el nivel más alto de las competencias evaluadas en el estudio PISA, así como la marcada desigualdad entre las escuelas.
Los países que mantienen o mejoran su nivel educativo realizan esfuerzos sociales (las inversiones necesarias) y personales (una seria dedicación al estudio y su estímulo por parte de las familias) para que la sociedad y cada una de las personas cuenten con posibilidades de desarrollo.
Es esencial volver a interesarse por la adquisición de habilidades intelectuales básicas: comprender lo que se lee, poder expresar lo que se piensa, desarrollar la capacidad de abstracción y compartir una visión de nuestra ubicación en la historia de la evolución del ser humano.
La familia debe reasumir su misión de formar alumnos y el Estado - que está dando pasos importantes en ese sentido- debería proponer a la educación como la gran gesta nacional que permita alcanzar el objetivo compartido de la igualdad de oportunidades.
El autor es médico y fue rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA)
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