Por Bernardo Kliksberg
Rajendra Pachauri, presidente del panel de la ONU sobre cambio climático, enfatizó, al recibir el Premio Nobel de la Paz 2007, que debía prestarse especial atención a “los impactos del cambio climático sobre las comunidades más pobres del mundo, porque pueden ser extremadamente desestabilizantes”. Otro Nobel de la Paz, el arzobispo Desmond Tutu, denunció que se está produciendo un nuevo apartheid, el climático. Los países y poblaciones pobres son mucho más vulnerables a las sequías, catástrofes, inundaciones, epidemias que está generando el calentamiento de la tierra, y tienen mucha menor capacidad de adaptarse a estas realidades.
Plantea: “¿Cómo puede una campesina pobre de Malawi adaptarse al cambio climático cuando las frecuentes sequías y la falta de lluvia merman la producción? ¿Quizá tendrá que reducir la calidad de la nutrición de su familia o sacar a sus hijos de la escuela? ¿Cómo puede una persona que vive en un barrio marginal de Manila o Puerto Príncipe protegido sólo con planchas plásticas y metálicas adaptarse a ciclones cada vez más intensos? ¿Cómo pueden las personas que viven en los grandes deltas del Ganges o el Mekong adaptarse al anegamiento de sus viviendas y de sus tierras?”.
El riguroso y agudo Informe de Desarrollo Humano 2007, del PNUD, dedicado a la lucha contra el cambio climático subraya: “A medida que aumenta el nivel del mar, ciudades como Londres y Los Angeles pueden enfrentar el riesgo de inundaciones, porque sus habitantes están protegidos por modernos sistemas de defensa. Por el contrario, cuando el calentamiento global altera los patrones climáticos en el Cuerno de Africa, significa la pérdida de cosechas, y hambrunas”.
Según los datos del Informe, entre 2000 y 2004, 264 millones de personas fueron afectadas por desastres climáticos anuales. El 98% vivía en países en desarrollo. En los países ricos que integran la OCDE sólo uno de cada 1500 habitantes recibió el impacto, en los países en desarrollo, uno de cada diecinueve. El índice de vulnerabilidad de los pobres es 79 veces peor.
El proceso de calentamiento global avanza con fuerza. Las emisiones de gases de efecto invernadero que atrapan el calor e impiden sea expulsado a la atmósfera han alcanzado 380 partes por millón de dióxido de carbono, cifra mayor al rango de los últimos 650.000 años. En 2006 fue puesto en la atmósfera un volumen de dióxido de carbono igual al estimado por el Panel ONU en el peor de sus escenarios. El calentamiento ha acelerado el deshielo de los glaciares árticos, que puede llevar a un rápido crecimiento en el nivel de los mares.
Ya se ven cambios como la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad. Las reservas de peces retroceden, tierras arables se vuelven infértiles y hay más personas sin agua potable. Algunos de los impactos, como las sequías, las tormentas más intensas y las inundaciones están borrando los progresos que poblaciones pobres habían hecho en relación con las metas del milenio.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, advierte que existe la amenaza de una “doble catástrofe, con tempranos reveses para el desarrollo humano de los pobres del mundo seguidos luego de peligros a largo plazo para toda la humanidad”.
Hay serios riesgos para América latina, una región con el 38% de su población en la pobreza. La mayor vulnerabilidad de los pobres se ha visto con claridad en los recientes desastres de Pisco, Tabasco y Santo Domingo. Ellos fueron masivamente los más golpeados.
Ciento veintiocho millones de latinoamericanos viven en tugurios, en áreas fácilmente inundables, no protegidas y en viviendas precarias.
Uno de los campos de mayores riesgos es el de la salud pública. Se estima que, a nivel mundial, las víctimas del paludismo, que actualmente mata un millón de personas por año, pueden crecer de 220 a 400 millones, y enfermedades como el dengue, típicas de América latina, pueden ampliarse.
Una paradoja inaceptable de toda la situación es que, mientras los principales países emisores de gases invernadero tienen avanzados sistemas de protección, los daños más importantes los están experimentando los países que menos contaminan. Los países ricos están generando el 46% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono, América latina sólo el 5%, los países más pobres, el uno por ciento.
El director de Medio Ambiente de la ONU, Achim Steiner, dice que la estabilización de las emisiones es posible mediante la aplicación de tecnologías ya existentes o en desarrollo. Verificándolo, en la Cumbre Mundial de Bali se han presentado, junto con la necesidad de recortes drásticos de las emisiones, innúmeras propuestas, entre ellas la de Greenpeace, que planteó la creación de un fondo especial para preservar un pulmón del planeta, como el Amazonas, en riesgo por la deforestación. La Organización Meteorológica Mundial pidió medidas que ayuden ya a la población a enfrentar la escasez de agua, los climas extremos y otros peligros.
No hay demasiado tiempo para superar los intereses creados, denunciados con frecuencia, y actuar. Según el informe del PNUD, el mundo tiene sólo diez años para cambiar el rumbo, porque se está cerca de los puntos de inflexión en los que se puede pasar a deterioros muy graves.
El panel de la ONU, constituido por 2000 científicos de 140 países, que ha trabajado metódicamente durante 19 años, no ha dejado lugar a dudas. El mundo está en riesgo, y millones de personas pobres están sufriendo ya severos daños. De Boer, secretario de la Convención sobre cambio climático de la ONU, subraya: “El cambio climático ya ha comenzado y golpeará más duramente a los países más pobres”. Se estima que existen hoy 25 millones de “refugiados climáticos” en el mundo que no son reconocidos por el Derecho Internacional, que sólo protege a los que escapan de guerras o persecuciones.
Al Gore, también premiado con el Nobel 2007, resumió la situación con precisión al aceptarlo. “La próxima generación nos hará una de estas dos preguntas: “¿En qué estaban ustedes pensando, por qué no actuaron?, o ¿cómo encontraron el coraje moral para levantarse y resolver exitosamente una crisis que muchos decían que era imposible de solucionar?”.
El autor es asesor de la dirección del PNUD/ONU para América latina y el Caribe.
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