Por Eduardo Amadeo
El Mercosur no concurrió a las cumbres de Lima como un actor, sino, básicamente, como un participante. Más allá de firmar documentos diversos, el Mercosur no llevó, como bloque, posiciones acordadas que pudieran establecer nuevas agendas en las numerosas cuestiones que forman parte de la compleja trama de relaciones entre la Unión Europea y América latina. Esta carencia de protagonismo del Mercosur como bloque se ha venido dando en numerosas oportunidades, en las que se han discutido cuestiones y tomado decisiones importantes, sin que nuestra región pudiera manifestarse orgánicamente. No sólo le ha costado dar consistencia y ejecutar su propia agenda ampliada, y definir su integración definitiva, sino que no ha tenido voz relevante en cuestiones estratégicas, como la Ronda de Doha, ni en las coyunturales, como el reciente conflicto andino, que forman parte de la dinámica diplomática cotidiana.
Mas aún: como bloque, al Mercosur le está costando mucho establecer relaciones estratégicas con otros bloques, como lo muestra el magro resultado de un solo acuerdo (con Israel), que implica un porcentaje nimio del comercio de ambos firmantes. Incluso los acuerdos estratégicos importantes, como el reciente sobre cuestiones nucleares y aeronáuticas entre la Argentina y Brasil, no han incluido a los demás socios, siquiera como participantes lejanos.
Así planteadas las cosas, cabe preguntarnos hacia dónde va y qué quiere ser el Mercosur: ¿un espacio de libre comercio? ¿Cuál? ¿Una región en la que se logre la integración de cadenas de valor, que atraiga inversiones para aprovechar el mercado ampliado? ¿Un espacio para ampliar los derechos de los ciudadanos? ¿Un ámbito político para construir consensos, irradiarlos al Sur y tener más relevancia y poder en las relaciones internacionales? ¿Un generador de oportunidades de crecimiento para los países más pequeños?
¿Cuál de estos objetivos ha logrado y cuáles quiere o puede lograr? Es cierto que el Mercosur ha sido una magnífica herramienta para ampliar el intercambio comercial entre la Argentina y Brasil; para hacer desaparecer las hipótesis de conflicto y para refirmar la democracia como criterio de participación, cuestión en la que, además, ha influido sobre otros países de la región.
Pero luego de sus enormes éxitos iniciales, forzoso es también afirmar que el Mercosur ha entrado en una meseta de la cual le cuesta salir y que le dificulta lograr esos objetivos. Sin institucionalidad confiable, el Mercosur no ha conseguido ni conseguirá desviar hacia la región inversiones que integren cadenas de valor. ¿Qué empresa se ha de acoger a una legislación regional que simplemente no existe, o confiará en un arancel externo común perforado ad infinitum y en un tribunal de resolución de controversias de difícil acceso e inciertos tiempos de resolución?
Y desde el punto de vista político, es evidente que el Mercosur ha pasado a ser marginal en la toma de decisiones de Brasil, cuestión que es comprensible, vista la estrategia global de Itamaraty, pero no necesariamente aceptable para los demás países que forman el bloque.
Con estas carencias objetivas, no alcanzan los discursos optimistas que cada seis meses proclaman el futuro común de nuestros países, casi como un destino manifiesto. La retórica política no alcanza, si no se dan dos condiciones esenciales para que el proceso de integración avance en calidad y profundidad: potenciar los intereses comerciales comunes, y algún grado de cesión de soberanía a favor del conjunto que resuelva las carencias institucionales y operativas, cuestión que aparece como muy poco probable, vista la experiencia de todos estos años y datos objetivos como la limitada institucionalización de las normas. Por ello es que la posición de Uruguay, que afirma, más o menos explícitamente, que su permanencia en la región ya no depende de los discursos políticos sino de las oportunidades que más le convengan. Y la posibilidad de que el nuevo gobierno paraguayo aumente sus reclamos por mayores oportunidades de participar del comercio regional aparece como comprensible frente a un futuro incierto .
La profundización y la refundación periódica se han convertido en una intención difusa que también revive cada seis meses. Pero esa intención no podrá concretarse si no se dan algunas discusiones básicas, que hasta ahora se eluden sistemáticamente, como las referidas a la supranacionalidad o a un modelo de geometrías variables y varias velocidades, como ha propuesto Félix Peña. Y, como es más que obvio que sin discusión no hay crecimiento, las nuevas etapas del Mercosur nunca llegan.
He usado a propósito esta descripción "dura" de la realidad actual del Mercosur como disparador, pues creo que es importante y necesario pensar con franqueza acerca de nuestra futura relación con la región, que es componente esencial de nuestra estrategia de relación con el mundo, sin ampararnos en voluntarismos retóricos que limitan la discusión, sino admitiendo a este Mercosur como una institución inevitable e inmutable.
Pero las oportunidades para una estrategia más proactiva son enormes: América latina necesita establecer y sostener ámbitos de diálogo para múltiples temas, desde resolver y prevenir conflictos bilaterales hasta el narcoterrorismo o el medio ambiente; avanzar en la efectiva integración de la Comunidad Andina con el Mercosur; desarrollar una agenda energética definitiva; iniciar la agenda de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (Iirsa) que hace tiempo propuso el BID. Y, sobre todo, ampliar las relaciones comerciales con un resto del mundo que se nos aleja. Todo ello no puede quedar librado sólo a la iniciativa de Brasil o México, con el resto de los países como espectadores invitados.
Obviamente, pensar desde la Argentina en nuevas alternativas para el Mercosur puede tomarse como una opción demasiado riesgosa, en la medida en que temamos que cualquier opción al statu quo actual pudiera agredir nuestra necesaria e inevitable relación estratégica con Brasil. Pero no hay razón para paralizarse por esta posibilidad. Si bien Brasil tiene una decisión de liderazgo en los espacios de poder a nivel mundial, también es cierto que para Brasil no hay dinámica sudamericana sin la Argentina, y que el costo de un eventual desgajamiento de Mercosur es muy alto para nuestro principal socio.
Por ello es que el primer paso debe ser discutir francamente con Brasil hasta dónde se puede o se quiere llegar con la institucionalización, el fortalecimiento operativo y la equidad interna del Mercosur. Pero también la Argentina debe incorporar en esa agenda la posibilidad de un acercamiento estratégico con Chile, para recuperar el ABC en un proyecto que incluya tomar iniciativas políticas en conjunto, avanzar en cadenas de valor e integración física, y la más audaz, de pensar en la compatibilidad de los tratados comerciales del Mercosur con los tratados de libre comercio chilenos, incluidos en este esquema Uruguay y Paraguay, con sus justas demandas de equidad.
Los intereses comerciales y la relevancia política de la Argentina exigen un salto de creatividad que nuestra diplomacia, sin duda, puede dar, para recuperar y potenciar lo mucho y bueno del Mercosur, pero integrándolo a una estrategia ampliada hacia mayores horizontes.
El autor fue jefe de gabinete de la Comisión de Representantes Permanentes del Mercosur
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