Decepcionados, los atletas norteamericanos arrastraban los pies intentando encontrarle una explicación a lo inexplicable. "No sé qué pasó", confesó Tyson Gay, su estrella, minutos después. Estados Unidos, el histórico dominador del atletismo, prueba madre de los Juegos Olímpicos, coronó su estrepitoso fracaso en el Nido de Pájaro con la derrota en las semifinales de la posta 4x100m, un bastión de los velocistas norteamericanos. Tanto el cuarteto de varones como el de mujeres dejó caer el testimonio. Inexplicable.
Salvo, al parecer, para quienes creen que las victorias olímpicas de un país están vinculadas con el desempeño de su economía. No son pocos los que creen que el medallero, además de reflejar logros deportivos, es una evidencia del poder económico de los países que compiten. Un país rico, como Estados Unidos, Inglaterra o Alemania, tiene más chances de triunfar que uno pobre.
Estados Unidos es el país que más medallas logró hasta el momento en Pekín. Pero, aun así, derrotas como las del atletismo lo llevaron a ceder el trono que supo ocupar en los últimos tres Juegos. China obtuvo más medallas doradas y, gracias a ello y por primera vez en la historia, encabezó cómodamente el medallero. Un ascenso vertiginoso, si se tiene en cuenta un dato: finalizó 11° en Seúl 88. Cualquier similitud con el desempeño desde ese entonces de su economía no es, según esta visión, una casualidad. Pero ¿confirma el medallero la creciente supremacía china y el "declive del imperio norteamericano", tal como describió el gurú de la crisis financiera global, el economista Nouriel Roubini, la situación actual de Estados Unidos? No necesariamente.
David puede con Goliat
Un informe elaborado por la consultora PriceWaterhouseCoopers (PWC) enumera cinco factores "estadísticamente significativos" en la conquista de medallas olímpicas: la población del país, su nivel de ingresos (que surge de su producto bruto interno), si perteneció o no a la desaparecida Unión Soviética o a un bloque comunista, si es el anfitrión, y cómo fue su desempeño en los Juegos Olímpicos anteriores. Todos favorecen a China.
Hay algunas excepciones que muestran cómo el vínculo entre la economía y el resultado de los Juegos no es perfecto. "La conclusión es que el tamaño importa, pero no es todo. David puede en ocasiones vencer a Goliat", cierra el estudio de PWC.
Durante la Guerra Fría, el deporte se convirtió en una forma más de propaganda de los regímenes comunistas, que pusieron especial énfasis -en algunos casos, a través del uso de drogas- en el desarrollo de una elite de atletas. Así, los antiguos países comunistas lograron un desempeño mejor de lo que marcaba su economía o su población. Esto dura hasta estos días. Según un estudio del banco catalán La Caixa, "la caída del Muro de Berlín apenas ha menguado su capacidad competitiva, ya que las estructuras creadas se han mantenido en buena forma". Cuba es un emblema de este grupo.
Esa inversión pública -a la que se suma ahora la privada- hace otra diferencia. "En los Juegos no hay una disputa por poder, pero sí por prestigio. Los grandes tienen los recursos y los ponen porque está en juego el prestigio", explicó el director de la Maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella, Roberto Russell.
China, por ejemplo, desarrolló en los últimos años el llamado Proyecto 119, por el número de medallas que reparten la natación, el atletismo y el yachting, donde, hasta esta cita, no habían logrado mucho. Y además fue local, otro factor favorable para trepar a lo más alto del medallero.
El jamaiquino Usain Bolt es otra excepción, al igual que los fondistas etíopes y kenianos. Ellos cuentan con una diferencia biológica al tener más resistencia a la fatiga.
Australia se coló en el top ten sin tener una gran economía, aunque si una "cultura por el deporte", justificó Russell. Y la India, con una población superior a los 1000 millones de habitantes y un crecimiento tan vigoroso como el chino, capturó en Pekín sólo tres medallas. El estudio de PWC asocia las diferencias entre los gigantes asiáticos a la pasión india por el cricket, un deporte excluido, por el momento, de la máxima cita del deporte.
Salvo, al parecer, para quienes creen que las victorias olímpicas de un país están vinculadas con el desempeño de su economía. No son pocos los que creen que el medallero, además de reflejar logros deportivos, es una evidencia del poder económico de los países que compiten. Un país rico, como Estados Unidos, Inglaterra o Alemania, tiene más chances de triunfar que uno pobre.
Estados Unidos es el país que más medallas logró hasta el momento en Pekín. Pero, aun así, derrotas como las del atletismo lo llevaron a ceder el trono que supo ocupar en los últimos tres Juegos. China obtuvo más medallas doradas y, gracias a ello y por primera vez en la historia, encabezó cómodamente el medallero. Un ascenso vertiginoso, si se tiene en cuenta un dato: finalizó 11° en Seúl 88. Cualquier similitud con el desempeño desde ese entonces de su economía no es, según esta visión, una casualidad. Pero ¿confirma el medallero la creciente supremacía china y el "declive del imperio norteamericano", tal como describió el gurú de la crisis financiera global, el economista Nouriel Roubini, la situación actual de Estados Unidos? No necesariamente.
David puede con Goliat
Un informe elaborado por la consultora PriceWaterhouseCoopers (PWC) enumera cinco factores "estadísticamente significativos" en la conquista de medallas olímpicas: la población del país, su nivel de ingresos (que surge de su producto bruto interno), si perteneció o no a la desaparecida Unión Soviética o a un bloque comunista, si es el anfitrión, y cómo fue su desempeño en los Juegos Olímpicos anteriores. Todos favorecen a China.
Hay algunas excepciones que muestran cómo el vínculo entre la economía y el resultado de los Juegos no es perfecto. "La conclusión es que el tamaño importa, pero no es todo. David puede en ocasiones vencer a Goliat", cierra el estudio de PWC.
Durante la Guerra Fría, el deporte se convirtió en una forma más de propaganda de los regímenes comunistas, que pusieron especial énfasis -en algunos casos, a través del uso de drogas- en el desarrollo de una elite de atletas. Así, los antiguos países comunistas lograron un desempeño mejor de lo que marcaba su economía o su población. Esto dura hasta estos días. Según un estudio del banco catalán La Caixa, "la caída del Muro de Berlín apenas ha menguado su capacidad competitiva, ya que las estructuras creadas se han mantenido en buena forma". Cuba es un emblema de este grupo.
Esa inversión pública -a la que se suma ahora la privada- hace otra diferencia. "En los Juegos no hay una disputa por poder, pero sí por prestigio. Los grandes tienen los recursos y los ponen porque está en juego el prestigio", explicó el director de la Maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella, Roberto Russell.
China, por ejemplo, desarrolló en los últimos años el llamado Proyecto 119, por el número de medallas que reparten la natación, el atletismo y el yachting, donde, hasta esta cita, no habían logrado mucho. Y además fue local, otro factor favorable para trepar a lo más alto del medallero.
El jamaiquino Usain Bolt es otra excepción, al igual que los fondistas etíopes y kenianos. Ellos cuentan con una diferencia biológica al tener más resistencia a la fatiga.
Australia se coló en el top ten sin tener una gran economía, aunque si una "cultura por el deporte", justificó Russell. Y la India, con una población superior a los 1000 millones de habitantes y un crecimiento tan vigoroso como el chino, capturó en Pekín sólo tres medallas. El estudio de PWC asocia las diferencias entre los gigantes asiáticos a la pasión india por el cricket, un deporte excluido, por el momento, de la máxima cita del deporte.
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