CARLOS ÁLVARO ROLDÁN
9 de noviembre de 2008.- El 9 de noviembre es un día muy marcado para todos los alemanes. Desde cualquier punto de vista representa el aniversario total de su inmensa capacidad, tanto para destrucción sin límites lógicos, léase el nazismo, como para la creación de una esperanza de futuro, el final del Muro de Berlín.
Un 9 de noviembre de 1938, miles de militantes de los distintos grupos paramilitares nazis y simpatizantes desataban una ola de violencia sin precedentes y a escala nacional, incluida Austria, contra sus conciudadanos de religión judía.
Con ejecuciones callejeras (hasta 200, según las versiones), miles de sinagogas destruidas (unas 1.500, casi el total), al igual que miles de viviendas y unos 7.000 comercios regentados por judíos. Para muchos historiadores, la 'Kristallnacht' (Noche de Cristal o Noche de los Cristales Rotos en su modo más extendido) fue el primer paso en el llamado Holocausto, donde junto a un millón de judíos fueron masacrados en campos de exterminio miles de gitanos, izquierdistas, homosexuales, discapacitados cerebrales y pueblos eslavos tachados de 'Untermenschen' (infrahumanos) en el ideario nacionalsocialista. Adolf Hitler se quitaba por fin la careta y varios gobiernos rompían relaciones con su Tercer Reich, no así EEUU.
También un 9 de noviembre de 1989 el Muro que durante décadas había separado a alemanes del oeste y del este, por obra y gracia de la Unión Soviética, se derrumbaba por sorpresa y sin que ningún servicio de espionaje internacional lo hubiera pronosticado, incluido el de la Alemania occidental. Y todo ocurrió porque el pueblo quiso y un ministro cometió un desliz.
Hace un tiempo, a mi llegada a Alemania, una bella y pequeña chilena me contaba sentados en los escalones del Altes Museum, con vistas a lo que queda del antiguo parlamento de la difunta República Democrática Alemana (RDA) y el relajante Jardín de la Diversión, el 'backstage' del último día del Muro. Esta eventual guía turística narraba con su fascinante acento cómo el entonces ministro de Propaganda del este, Günter Schabowski, a la sazón miembro del Politburó comunista, se veía obligado a representar al Gobierno en una rueda de prensa en directo porque ninguno de sus compañeros podía o estaban todos fuera de Berlín de vacaciones.
La RDA era un cadáver y la presión social para pasar a Occidente resultaba insostenible. En esas, Schabowski, según nuestra chilena y realmente pudo ocurrir así —lo corroborará este oyente—, acude con poco tiempo a la rueda de prensa y sin apenas haberse leído los informes. Su cometido es verificar que el agonizante Gobierno prevé flexibilizar claramente los viajes más allá del 'Muro de contención antifascista', en la denominación histórica germanocomunista.
Un periodista de la agencia italiana Ansa, Ricardo Ehrman, le pregunta cuándo será efectiva la decisión. El ministro duda, mira sus papeles, no ve el párrafo donde pone "medidas escalonadas" y contesta: "En cuanto lo diga... Inmediatamente".
Fue el disparo de salida para miles de alemanes del este que agarraron sus 'travies' de fabricación germanooriental y acudieron al Muro. Querían salir. Los guardias no rechistaron y abrieron las puertas. Las televisiones del mundo mostraban a legiones subidos al Muro y demoliéndolo con todo tipo de ingenios.
Nacía la esperanza de la Unificación, que el efectivo Helmut Kohl consiguió hacer comprender tanto a Ronald Reagan como a Mijail Gorbachov. Un año más tarde, renace Alemania de sus cenizas. Diecinueve más tarde, el paro en el este es sensiblemente más alto que en el oeste y muchos quieren emigrar. En el ex territorio de la RDA, la imagen de aquel régimen se ha suavizado. Aquellos eran los tiempos del empleo total, el mismo Trabant y la misma pastilla de jabón para todos. A cambio, el silencio bajo la amenaza de la represión.
Sí, efectivamente, el 9 de noviembre es un día importante en Alemania. La propia canciller, Angela Merkel, tiene previsto hablar en la sinagoga de la Rykerstraße en Berlín, una joya arquitectónica que el año pasado se reinauguraba tras servir durante años como almacén y establos. Se salvó de ser destruida porque está encastrada entre edificios de viviendas y esa noche los vecinos de aquellas lograron hacer entrar en razón a las huestes nazis. Cordura dentro de la locura.
9 de noviembre de 2008.- El 9 de noviembre es un día muy marcado para todos los alemanes. Desde cualquier punto de vista representa el aniversario total de su inmensa capacidad, tanto para destrucción sin límites lógicos, léase el nazismo, como para la creación de una esperanza de futuro, el final del Muro de Berlín.
Un 9 de noviembre de 1938, miles de militantes de los distintos grupos paramilitares nazis y simpatizantes desataban una ola de violencia sin precedentes y a escala nacional, incluida Austria, contra sus conciudadanos de religión judía.
Con ejecuciones callejeras (hasta 200, según las versiones), miles de sinagogas destruidas (unas 1.500, casi el total), al igual que miles de viviendas y unos 7.000 comercios regentados por judíos. Para muchos historiadores, la 'Kristallnacht' (Noche de Cristal o Noche de los Cristales Rotos en su modo más extendido) fue el primer paso en el llamado Holocausto, donde junto a un millón de judíos fueron masacrados en campos de exterminio miles de gitanos, izquierdistas, homosexuales, discapacitados cerebrales y pueblos eslavos tachados de 'Untermenschen' (infrahumanos) en el ideario nacionalsocialista. Adolf Hitler se quitaba por fin la careta y varios gobiernos rompían relaciones con su Tercer Reich, no así EEUU.
También un 9 de noviembre de 1989 el Muro que durante décadas había separado a alemanes del oeste y del este, por obra y gracia de la Unión Soviética, se derrumbaba por sorpresa y sin que ningún servicio de espionaje internacional lo hubiera pronosticado, incluido el de la Alemania occidental. Y todo ocurrió porque el pueblo quiso y un ministro cometió un desliz.
Hace un tiempo, a mi llegada a Alemania, una bella y pequeña chilena me contaba sentados en los escalones del Altes Museum, con vistas a lo que queda del antiguo parlamento de la difunta República Democrática Alemana (RDA) y el relajante Jardín de la Diversión, el 'backstage' del último día del Muro. Esta eventual guía turística narraba con su fascinante acento cómo el entonces ministro de Propaganda del este, Günter Schabowski, a la sazón miembro del Politburó comunista, se veía obligado a representar al Gobierno en una rueda de prensa en directo porque ninguno de sus compañeros podía o estaban todos fuera de Berlín de vacaciones.
La RDA era un cadáver y la presión social para pasar a Occidente resultaba insostenible. En esas, Schabowski, según nuestra chilena y realmente pudo ocurrir así —lo corroborará este oyente—, acude con poco tiempo a la rueda de prensa y sin apenas haberse leído los informes. Su cometido es verificar que el agonizante Gobierno prevé flexibilizar claramente los viajes más allá del 'Muro de contención antifascista', en la denominación histórica germanocomunista.
Un periodista de la agencia italiana Ansa, Ricardo Ehrman, le pregunta cuándo será efectiva la decisión. El ministro duda, mira sus papeles, no ve el párrafo donde pone "medidas escalonadas" y contesta: "En cuanto lo diga... Inmediatamente".
Fue el disparo de salida para miles de alemanes del este que agarraron sus 'travies' de fabricación germanooriental y acudieron al Muro. Querían salir. Los guardias no rechistaron y abrieron las puertas. Las televisiones del mundo mostraban a legiones subidos al Muro y demoliéndolo con todo tipo de ingenios.
Nacía la esperanza de la Unificación, que el efectivo Helmut Kohl consiguió hacer comprender tanto a Ronald Reagan como a Mijail Gorbachov. Un año más tarde, renace Alemania de sus cenizas. Diecinueve más tarde, el paro en el este es sensiblemente más alto que en el oeste y muchos quieren emigrar. En el ex territorio de la RDA, la imagen de aquel régimen se ha suavizado. Aquellos eran los tiempos del empleo total, el mismo Trabant y la misma pastilla de jabón para todos. A cambio, el silencio bajo la amenaza de la represión.
Sí, efectivamente, el 9 de noviembre es un día importante en Alemania. La propia canciller, Angela Merkel, tiene previsto hablar en la sinagoga de la Rykerstraße en Berlín, una joya arquitectónica que el año pasado se reinauguraba tras servir durante años como almacén y establos. Se salvó de ser destruida porque está encastrada entre edificios de viviendas y esa noche los vecinos de aquellas lograron hacer entrar en razón a las huestes nazis. Cordura dentro de la locura.
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