Los jefes de Estado del G-20 se reunirán en Londres el próximo 2 de abril y tendrán en sus manos la posibilidad de anticipar la salida de la crisis. En buena hora, este foro ocupa hoy el centro de la escena. Los países representados en él comprenden cerca del 90% del producto y el 80% de la población del mundo. Después de la brutal caída de bancos, acciones, industrias y el comercio exterior, la crisis llega con fuerza al consumo y el desempleo aumenta rápidamente. Casi no hay escenario que pueda juzgarse imposible.
Puede haber nuevas corridas bancarias. Casi todas las monedas, incluidas las más ilustres, como la libra o el franco suizo, derrapan respecto del dólar. Dudar de la subsistencia del euro es exagerado, pero no absurdo, y aunque el dólar es hoy el refugio, su oferta puede superar a su demanda, que no es infinita. Lo propio puede ocurrir con los bonos del tesoro de EE.UU., lo que aumentaría las tasas de interés mundiales. Una desconfianza en el dólar impulsaría los precios del oro y las commodities , y por ello algunos lo proponen para evitar la deflación, tal como hizo Roosevelt en 1933-34. Pero si no se acompañara con un cuidadoso acuerdo global, podría dar lugar a una inflación de difícil control.
El proteccionismo, otra amenaza silenciosa y potencialmente devastadora, ya se manifiesta en crecientes trabas al comercio y las inversiones. De allí a la volatilidad geopolítica, el paso puede ser más corto de lo que hoy parece. Pese a la gravedad de las amenazas, las políticas nacionales las han seguido hasta ahora desde atrás, y las globales han brillado por su mezquindad, como se ha visto en la renuencia de la Unión Europea a dar garantías a Europa oriental, en el disenso entre EE.UU. y Europa sobre políticas fiscales y en las demoras en resolver las crisis bancarias.
Los salvamentos de bancos y países serán tanto más caros cuanto más se los postergue. Muchas veces basta con mostrar el dinero para frenar la especulación o las corridas.
Gestos como estos van a contramano de las dos soluciones que el mundo necesita hoy con urgencia. Una es reducir el exceso de endeudamiento privado respecto del valor de los activos en el mundo desarrollado. Pero recortar las deudas es muy complejo y, a veces, inviable. La otra solución es hacer todo lo posible para aumentar el valor de los activos mediante políticas que restablezcan la confianza, mostrando que hay caminos para evitar una depresión y defendiendo a capa y espada una "salida en V" a fines de este año. Es decir: una recesión corta y una recuperación vigorosa que movilice parte de los 10 billones de dólares en los colchones.
Las positivas reacciones de los mercados financieros ante los buenos anuncios del G-20, por ejemplo, muestran que es posible. De lo contrario, entraremos en una U (recesión larga). Una vez en ella, podríamos estar viviendo una depresiva L, similar a la de Japón en los años 90, pero ahora global. Es casi imposible, en cambio, que se repita la crisis de 1930, porque difícilmente haya deflación. Las políticas en curso son hoy mucho más atinadas y rápidas que las de entonces, incluido el rechazo al proteccionismo.
Se lograron avances, todavía insuficientes, en la reunión de ministros y banqueros centrales del G-20 del sábado pasado en Horsham, Inglaterra. El principal fue el compromiso de luchar contra todas las formas de proteccionismo y mantener abiertos el comercio y las inversiones. Se afirmó, también, la necesidad de nuevas acciones de política fiscal y monetaria para recuperar el crecimiento global, pero no se acordaron los montos ni la coordinación de esas medidas.
Mayor fue el avance en criterios comunes para la regulación del sistema financiero y sobre el papel más relevante, en el futuro, de la acción conjunta del FMI y el Foro de Estabilidad Financiera, al que, en hora buena, se incorporaron todos los miembros del G-20. También se decidió dar más voz y voto en los organismos internacionales a los países emergentes y en desarrollo, y apoyarlos con financiamiento para políticas anticíclicas, capitalización de los bancos, infraestructura, comercio exterior y programas sociales.
En sintonía, se acordó, sin dar números, un aumento "muy sustancial" de los recursos del FMI y de los bancos regionales multilaterales. Se mencionó al Banco Asiático de Desarrollo, pero no al BID. Se apoyaron, en fin, los criterios del FMI y el Banco Mundial de otorgar préstamos por sumas elevadas y de rápido desembolso. Los países miembros del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) comunicaron separadamente que no aportarán más recursos a los organismos antes de tener mayor poder de voto, y reclamaron también una mayor coordinación de políticas entre Estados Unidos y la Unión Europea.
A pesar de los avances, es necesario que los acuerdos alcanzados se profundicen de aquí al 2 de abril, ya que, en caso contrario, se defraudarán riesgosamente las expectativas. El hilo conductor es entender, como se ha pedido hace tiempo desde diversos ámbitos, que no puede haber buena globalización sin gobernanza global. En la coyuntura, hay que dar señales más contundentes de que se evitará el default de todos los países que lo ameriten, y también de los bancos, incluso, si fuera necesario, nacionalizaciones transitorias, como hizo Suecia en 1992, una operación, a la larga, provechosa.
Es necesario, también, superar el desacuerdo entre norteamericanos y europeos, coordinando una mayor expansión fiscal, cuyo valor debería estar más cerca del 4% que del 2% del PBI. El apoyo a los países emergentes y en desarrollo debería tener metas más ambiciosas y concretas, tanto en financiamiento como en ayuda, porque muchos lo necesitan y porque están haciendo un gran aporte al sostenimiento de la economía mundial, merced a las buenas políticas de la mayoría de ellos en lo que va del siglo.
Salvo Escandinavia, Holanda y Luxemburgo, los países desarrollados han incumplido sistemáticamente su compromiso de aportar como ayuda el 0,7% del PBI, y es buen momento para que lo hagan, a pesar de las urgencias. Finalmente, no se reconoce lo suficiente que el constante déficit externo de EE. UU. y de algunos países europeos, y sus contrapartidas, los siempre crecientes superávit de Asia y los países petroleros, han sido una raíz central de esta crisis.
Los tipos de cambio lo explican sólo en parte, pero si el FMI o un futuro banco central global dieran lugar a intervenciones cambiarias cuando los desequilibrios superaran un cierto porcentaje del PBI, disminuirían mucho los riesgos de ajustes violentos. Además, si no es así, se prometerá no volver al proteccionismo vía impuestos o controles, pero se lo hará de hecho, por vía de las devaluaciones competitivas.
Hay que lamentar, en fin, que los tres miembros latinoamericanos del G-20, la Argentina, Brasil y México, no estén coordinando sus agendas. Brasil se erige como líder y coordina su acción con el BRIC y México, y quizás con EEUU, lo que pone en mayor evidencia el aislamiento de la Argentina. Nuestro país debería entender que en el espíritu y el tono de las propuestas deberían privar la imaginación y la mirada hacia el futuro, más que la reivindicación o las quejas por el pasado.
Queda poco tiempo, pero todavía lo hay para tratar de acordar propuestas conjuntas con los vecinos, lo que les daría mayor realce, siempre y cuando ellas no se limiten al imposible reclamo de apoyo financiero sin condición alguna, porque siempre habrá una que estará presente: la de decir la verdad.
El autor, licenciado en Sociología y en Economía, fue ministro de Educación de la Nación.
Juan J. Llach
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