"Don Vicente, el zapatero de mi barrio, era todo un filósofo.
Escucharlo hablar sentado en su pequeño taburete, rodeado de cueros, pegamentos y tinturas era un placer.
Dominaba perfectamente a los antiguos, sentía profundamente la duda cartesiana, admiraba la vitalidad de Voltaire, desentrañaba los oscuros vericuetos de Hegel, palpitaba con la fuerza de Unamuno, se angustiaba con Sartre, comulgaba con Levi Strauss, leía atentamente a Lacán, pero, eso sí, no hacía una media suela bien ni por puta".
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