Rubén Weinsteiner para Bloomberg
El debate sobre algunos temas en la Argentina, demuestra que siguen abiertos dilemas históricos no resueltos. ¿Cuál es la estructura productiva compatible con el despliegue del potencial de recursos?, ¿cuál es el estilo de inserción del país en el orden mundial?
Me parece positivo que este debate, emergente de un conflicto se de y el conflicto se transe en el espacio de las ideas, las discusiones, y no de forma violenta como en el pasado. En definitiva los golpes ilitares en la mayoría de los casos vinieron a resolver y definir estos debates, que hoy se dan en el congreso, en los medios, en las Universidades
En torno de las retenciones y otros diferendos entre el Gobierno y la Mesa de Enlace, ha vuelto a plantearse que la cadena agro industrial alcanza para generar empleo y bienestar para toda la población. Es decir, el proyecto de Argentina “granero del mundo”. El sector es fundamental pero emplea sólo 1/3 de la fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, un sistema productivo especializado en la explotación de los recursos naturales, es incapaz de incorporar plenamente las transformaciones impulsadas por la ciencia y la tecnología. En consecuencia, con el campo no alcanza para conformar una economía próspera de pleno empleo y bienestar.
Además cuando nos hablan de que la Argentina fue el séptimo país del mundo, esa bonanza no se tradujo nuca en términos de desarrollo o de bienestar horizontal, los beneficios se distribuyeron de manera absolutamente vertical, es decir: no todos estaban tan bien cuando fuimos el granero del mundo.
Este proyecto, el del país agro exportador, concibe la economía argentina como un segmento del mercado mundial y no un sistema nacional de relaciones económicas y sociales, vinculado al orden global, pero organizado según sus propios objetivos. Implica una inserción del país en la división internacional del trabajo en cuanto abastecedor de alimentos y productos primarios. La evidencia histórica y la actual, la nuestra y la ajena, revela que ese modelo es incompatible con la gestión del conocimiento y el desarrollo económico. Conduce al desequilibrio de los pagos internacionales y a la necesidad del financiamiento externo como fuente principal de la acumulación. De este modo, los criterios de los mercados se instalan, nuevamente, como ejes organizadores de la política económica. En el mismo escenario, el Estado debe limitarse a mantener el orden público, no interferir en los mercados y, en el mejor de los casos, paliar a través de la asistencia social la pobreza extrema. Aunque la evidencia histórica es concluyente sobre las consecuencias de esta estrategia, visiones tradicionales, arraigadas en prejuicios y/o intereses, continúan insistiendo en que es el único camino realista y viable de desarrollo del país y su inserción en el mundo.
La única estrategia consistente con la gestión del conocimiento y una relación simétrica no subordinada con el orden mundial, es la formación de una estructura productiva integrada y abierta, fundada en el agregado de valor a los recursos naturales y en un sistema industrial, diversificado y complejo, que incorpora las actividades de frontera tecnológica, incluida la producción de bienes de capital. Tal estructura se vincula a la división internacional del trabajo en un modelo de especialización intraindustrial, a nivel de productos y no de ramas. El principal indicador revelador del nivel de una estructura productiva es el contenido tecnológico de sus exportaciones e importaciones. Como sucede en todas las economías desarrolladas y las emergentes más exitosas, ese balance es superavitario en el intercambio con las economías periféricas especializadas en las exportaciones primarias y equilibrado en el comercio con otras economías avanzadas.
Además fuera del caso de Nueva Zelanda no existe ningún caso de país exportador de materias primas que hay alcanzado el desarrollo, no se puede exportar madera y compras mesas indefinidamente.
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