PEDRO CIFUENTES
Barack Obama pasará a la historia no sólo como el primer presidente negro de Estados Unidos, sino también como el primer mandatario que comprendió y aprovechó el potencial de Internet como herramienta política. Desde su célebre campaña electoral en 2008, no hay estrategia de marketing político que no reserve parte del presupuesto para la web: la imagen del candidato aparece en redes sociales, y todos moderan foros de opinión y emiten mensajes por Twitter o exponen sus ideas en blogs. En Argentina, país tradicionalmente adelantado en cuestiones digitales, la confrontación política también ha llegado a Internet. Destacados blogueros defienden y vienen criticando al Ejecutivo, a la oposición o al sector agropecuario desde hace años. Ahora son los cibermilitantes kirchneristas y antikirchneristas los que libran una batalla virtual para proteger o dañar la reputación de un Gobierno criticado por un sector mayoritario de la prensa y con índices de popularidad entre los más bajos del continente. Ocho millones de jóvenes (menores de 35 años) están convocados a las urnas en 2011, y dos terceras partes de ellos tienen cuenta hoy en alguna red social online.
Al introducir el apellido Kirchner en Facebook (la red social más utilizada del mundo) se descubren grupos que alientan la presentación de una candidatura presidencial conjunta del matrimonio formado por la actual presidenta, Cristina Fernández, y su esposo y antecesor, Néstor Kirchner, en las elecciones de 2011 ("¡Por la fórmula Kirchner-Kirchner 2011", 2.400 admiradores), y grupos que prefieren la postulación individual del hoy diputado ("Néstor Kirchner-presidente 2011", 2.670 admiradores).
Sus adversarios no se quedan atrás: en el grupo "A que encuentro 10.000 personas que odian a Cristina Kirchner" se recogen miles de opiniones contrarias a la política del matrimonio K. El grupo más nutrido, cuyo nombre contiene injurias irreproducibles, presenta más de 17.000 admiradores que dejan su orientación política con nombre y apellido a la vista de todos.
Grupos de presión
No es muy diferente el perfil virtual de otros destacados políticos argentinos, como Julio Cobos (vicepresidente del Gobierno y, sin embargo, rival del matrimonio Kirchner) o Mauricio Macri (alcalde de Buenos Aires). Son decenas los grupos y páginas creados para denostar o alabar su figura, pero en términos numéricos generan bastantes menos pasiones que el matrimonio presidencial.
Ante la creciente polarización de la política nacional, resulta llamativo cómo los creadores de algunos grupos y blogs sienten la necesidad de defenderse preventivamente y aclarar: "No queremos que caiga el Gobierno, queremos que se hagan las cosas como se debe". O bien precisan que su grupo "es para debatir, pero no se va a admitir ningun tono agresivo, y en caso de detectar agresión, serás removido del grupo". En otros, sin embargo, se despedaza sin piedad a unos y otros.
La inagotable creatividad argentina se muestra especialmente fértil en Youtube, donde pueden encontrarse vídeos y presentaciones irónicas en distinto formato, de todo signo político.
La incidencia real del e-marketing político está todavía por determinar. Es menor en el Cono Sur que en otros lugares, debido a que la penetración de Internet en los hogares es inferior a la de otros continentes y está poco extendida entre los mayores de 45 años (en Argentina, un 30% de los hogares cuenta con Internet, la tasa más alta de Latinoamérica después de Chile; el país con mayor cobertura del mundo es Suecia, con un 85%).
Diferentes sociólogos y expertos en comunicación consultados por este periódico incidieron en destacar la importancia que todavía tienen el componente emocional y el "vínculo cara a cara" en la decisión del voto. La opinión unánime es que estas plataformas virtuales no convencen a los indecisos, sino que refuerzan convicciones propias de los que participan en ellas y tienen importancia práctica a la hora de coordinar concentraciones o marchas en el mundo físico. Muchos blogs ofrecen, además, una limitación adicional: el anonimato de sus autores fomenta excesos verbales y permite dudar de su independencia orgánica y económica de los partidos políticos.
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