Existen otras diferencias sustantivas entre el clima intelectual que reina en Europa y el de otras partes del planeta.
El zeitgeist (el tiempo vital, lo que cada generación llama "nuestro tiempo", decía Ortega y Gasset) europeo -la austeridad a toda costa- es distinto, por ejemplo, del latinoamericano.
Europa está inmersa en una fuerte crisis de endeudamiento: deuda soberana, deuda exterior, deuda interna y deuda privada. Y, en parte como consecuencia de ello, con dificultades muy importantes en su sistema financiero, una porción del mismo nacionalizada al menos coyunturalmente, y otra parte asistida con las muletas de la liquidez proporcionadas por el Banco Central Europeo, con garantías de los Estados, con compra de sus activos, etcétera. América Latina, a diferencia de otras crisis recurrentes, ha mantenido un sistema financiero conservador, aburrido, pero básicamente sano; durante la Gran Recesión, ningún banco de la región ha precisado de ayudas administrativas para continuar operando.
Los países europeos que han precisado de planes de rescate para sobrevivir sin llegar a la suspensión de pagos (en una primera tanda, Grecia, Irlanda y Portugal), y que han debatido exhaustivamente la posibilidad de cumplir las condiciones obligatorias para ser ayudados y sobre la estabilidad fiscal de sus cuentas públicas, se asemejan genéricamente a los países latinoamericanos aquejados de la crisis de la deuda externa en la década de los años ochenta, y que dio lugar a la década perdida de la región.
Estas diferencias, entre otras, sirven para revisar el tono vital de las sociedades, que desprende la comparación entre el Eurobarómetro y el Latinobarómetro: mientras que en Europa los ciudadanos contestan mayoritariamente que sus hijos vivirán peor que ellos (esta opinión también es mayoritaria en el resto de Occidente), en América Latina (y seguramente en otros países emergentes de zonas distantes) sucede lo contrario: es mayoritaria la esperanza de que los hijos de los que responden vivirán mejor que sus progenitores. ¿Ha cambiado de instancia el espíritu y el concepto de década perdida?
En ese convento de la ortodoxia en que se ha convertido Europa en el último año, los problemas instrumentales (la deuda soberana, la recapitalización bancaria, las condiciones del rescate a Grecia) han sustituido a los problemas finalistas de la zona, en particular el estancamiento de la mayor parte de las economías, con su secuencia lógica en materia de incremento del paro.
El desempleo es el principal factor diferencial de Europa respecto a otras regiones. Según los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), hay más de 200 millones de parados en el planeta, de los cuales 30 millones se han generado en los años de la actual crisis económica.
Casi 80 millones de jóvenes menores de 25 años no encuentran empleo, y 1.200 millones de trabajadores, el 40% de la fuerza de trabajo global, son considerados vulnerables por las condiciones en que laboran o por los escasos emolumentos que perciben. De esos 200 millones de parados, más de 23 millones corresponden a Europa, y entre los trabajadores vulnerables se pueden incluir, por ejemplo, a los siete millones de personas que en Alemania (país que tiene unas tasas de desempleo por debajo de la media regional) cobran menos de 400 euros.
La apuesta en este terreno sigue siendo de la misma naturaleza que en los cuatro años anteriores de la Gran Recesión: generar los 30 millones de trabajos perdidos en esta crisis, más los 170 millones que ya no existían antes, más los millones de empleos para los jóvenes que cada año se incorporan al mercado de trabajo; incluso crear o potenciar los sistemas de protección de los que ya han desistido, desanimados, de buscar un lugar en el sistema productivo, debería ser la prioridad política si se quiere evitar que la crisis económica devenga en una crisis social, con explosiones parecidas a las de la Gran Depresión.
La propuesta de incorporar el empleo a los objetivos centrales de los organismos multilaterales o a los estatutos de los bancos centrales (ya está en los de la Reserva Federal de Estados Unidos) dará la medida de la voluntad política para atacar un problema central para la democracia.
Dentro del factor diferencial europeo del desempleo, España ha ocupado un lugar mayor. En 2011 se han cumplido cuatro años de destrucción masiva de puestos de trabajo. Según la Encuesta de Población Activa (EPA), que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE), la tasa de desempleo española supera el 21% de la población y los cinco millones de personas. Ningún analista pronostica que al menos en los primeros trimestres de 2012 deje de crecer.
Con ser extraordinariamente negativo ese porcentaje, más lo son algunos datos desagregados: el paro juvenil, que afecta a los menores de 25 años, supera el 46% del total de la generación más preparada de la historia de España ("superpreparados y superparados"); el número de hogares en los que nadie de los que buscan trabajo lo encuentra se encontraba por encima de los 1,3 millones; se superaban por primera vez desde el año 1996 los dos millones de parados de larga duración (más de un año buscando empleo), y el colectivo que crece con más rapidez es el de los que llevan dos años a la búsqueda de empleo, que superaba el millón (que ya no tienen derecho al seguro de desempleo, uno de los corazones del Estado de bienestar).
El 55% de los empleos perdidos durante la crisis son del sector de la construcción, lo que manifiesta la intensidad que el estallido de la burbuja inmobiliaria tuvo en España. La tasa de temporalidad ronda el 25% de los activos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario