¿Que vio la persona, a la hora de entrar en política o en la arena
pública? ¿Que necesidades insatisfechas y problemas lo movilizaron? ¿Qué
vocación necesita o quiere desplegar?
Estas son algunas de las preguntas que definen un diseño de
visión y promesa de marca política, que se articulan en una construcción sentido
para esa misma marca.
La promesa de la marca política, es lo que ésta dice que hará por sus votantes
y lo que sus votantes perciben que pueden esperar de ella.
La visión prometida debe ser relevante para los votantes, y
diferente a las de los competidores. Esa diferencia, debe ser visible y perceptible
para los diferentes segmentos interpelados por la marca política.
El votante adulto va al mercado de las marcas políticas, a resolver
problemas y a satisfacer necesidades,
y lo hace en un marco de clivajes y creencias muy instalados, que funcionan
emocionalmente en piloto automático. Convicciones, amores, odios, tradiciones y
prejuicios, articulados en historias
personales, familiares, relatos culturales muchas veces ocultos, e internalizados en anclajes emotivos, que no
son cuestionados a la hora de recrear el sistema de preferencias. El joven también
busca resolver problemas y satisfacer necesidades, pero en lugar de recrear
valoraciones y etiquetas instaladas, el voto joven busca adoptar marcas
políticas para cumplir sueños, desafiar poderes inmensos, en luchas con final
abierto, y sobre todo interrogar a la marca acerca de quién es, en que cree y
cuan autentica es.
El voto joven puede ser llevado a cuestionar, contestar y
mutar, a través de una visión eficaz. Una visión que logre interpelarlo, no desde la demanda de un espacio o cargo, sino alrededor
de “quiero hacer esto para mi ciudad, provincia, país”. No como un proyecto
individual, sino como una propuesta colectiva inclusiva. El voto joven otorga el poder político como una herramienta
de cambio de su mundo, y de él, como integrante de ese colectivo. Primer
empleo, primera vivienda, propuestas enfocadas en su segmento del cual se
siente parte.
El voto joven asume la disruptividad en la visión, como un
factor atractivo y potente. Mitterrand percibió
y utilizó con resultados exitosos, el
planteo de una visión disruptiva ante un problema concreto. Francia atravesaba una crisis, con centros urbanos dominados por
la inseguridad, con un achicamiento del espacio público para los jóvenes, -segmento
movedizo que utiliza el espacio público más que los adultos, y que además
circula por las calles en sus salidas de noche-, que habían convertido a la
ciudad en una amenaza más que en una oportunidad. Ante esa crisis que generaba
en el segmento joven una demanda específica, Mitterrand propuso en un discurso
público, una suba drástica del presupuesto de educación, como respuesta frente
al pedido de mano dura. Fue heterodoxo y disruptivo, sonó a descolocado en los
mayores, pero recibió gran aceptación en los segmentos jóvenes, y un fuerte
apoyo de ese segmento en las elecciones.
El voto joven desea ver y conocer la visión del candidato, para decidir si le cree o no le cree, si este es
“gato” o autentico, si efectiviza o no un contrato de adhesión y autorización para la representación política,
y luego verificar si ese contrato es
socialmente aceptado por la tribu. Es raro que un joven, a diferencia de lo que
ocurre con el voto adulto, vote sin blanquear, a un candidato rechazado por su entorno de
pares.
La formulación de la
visión, la enunciación y modulación de lo
que se quiere y promete hacer, como se
comunica esa visión, como se construye sentido alrededor de esa perspectiva
planteada, como se ancla el mito necesario como herramienta simbólica y de
contexto, y como se plantean los problemas para avanzar en la propuesta de
soluciones, constituyen los fundamentals del desarrollo operativo de la
propuesta de visión de la marca política
En el voto joven, como dijimos, el planteo y enrolamiento en
una visión disruptiva es excluyente, como esencial el lenguaje llano, concreto,
sin eufemismos, ambigüedades ni sofisticaciones innecesarias. Renovar el lenguaje es renovar la concepción,
la visión del mundo según Ionesco, las
palabras son el órgano constitutivo del pensamiento en la propia cabeza y en la
cabeza los votantes. Se trata de lo que decimos, como lo decimos y a quien se
lo decimos.
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