“Esto no es un maldito juego”, ha salido a decir este viernes, con gesto de ira, John Boehner, el presidente de la Cámara de Representantes y máxima autoridad republicana en el Capitolio, para desmentir rumores de que estaba considerando ceder y darle a la Casa Blanca el presupuesto que reclama. Lejos de eso, miembros de la oposición aseguran que su líder les ha comunicado que esto es “una batalla épica” en la que “no habrá marcha atrás”.
Todo sigue igual en Washington, quizá algo peor. En el Congreso no hay movimiento. Lo que se observa, si acaso, es un mayor distanciamiento. En el cuarto día del cierre de la administración federal, la inactividad en la capital de la nación es aún más visible. Los pequeños negocios empiezan a resentirse. La ciudad ofrece un deprimente aspecto de desolación. Barack Obama ha salido a pasear un rato por el centro y comer un sándwich para tratar de compensar ese vacío. Aprovechó para decir que no va a negociar “con una pistola apuntando a la sien del pueblo norteamericano”.
Los republicanos insisten en hay que sentarse a hablar. Los demócratas y Obama les contestan que lo harán solo cuando aprueben la extensión presupuestaria que tienen bloqueada. Los republicanos confían en que el público castigará esa resistencia de sus rivales al diálogo y les obligará a hacer concesiones. Los demócratas creen que los ciudadanos culpan al otro bando por esta crisis y es solo cuestión de esperar a que esa presión se les haga irresistible.
Mientras tanto, el daño económico se hace más evidente, sobre todo para las personas que han sido cesadas en sus trabajos, los bonos del Tesoro se empiezan a resentir en el mercado, las dudas sobre la solvencia política de la mayor potencia mundial se acrecientan y el riesgo, que hasta ahora parecía menor, de una suspensión de pagos empieza a hacerse más real.
Ya se sabe que, en todas las negociaciones, hay que esperar a que las cosas se pongan muy mal para que empiecen a ponerse bien. Cada bando explota al máximo las debilidades del contrario antes de hacer las primeras concesiones. Podría ocurrir también en este caso. Hay que recordar que EE UU estuvo ya en 2011 al borde de la suspensión de pagos y se encontró una solución en el último instante. En aquella ocasión, el conflicto se produjo sobre qué recortes del gasto público estaba dispuesto a hacer Obama a cambio del levantamiento del techo de deuda.
Como en esta ocasión, aquello era un chantaje: no cumplo con un trámite al que estoy obligado constitucionalmente si no me das algo a cambio. Como le ha dicho por carta el líder demócrata en el Senado, Harry Reid, a Boehner, es como si los demócratas le hubieron dicho a George W. Bush: no elevamos el techo de deuda si no se detiene la guerra de Irak.
La diferencia de la crisis actual es que el margen de la negociación es mucho más estrecho, en realidad, nulo. En 2011, aunque Obama también denunció el chantaje, podía, y finalmente pudo, darle a los republicanos algunos de los recortes de gastos que pedían. La solución fue mala y provisional, como el tiempo demostraría, pero se evitó la catástrofe.
Esta vez, lo que piden los republicanos es la reforma sanitaria de Obama, al completo o parcialmente, una ley que es el emblema de su presidencia y, probablemente, la razón principal por la que será recordado en la historia. Es un precio demasiado alto que el presidente no puede pagar sin infligir un daño descomunal a su prestigio y a su gestión.
Pero Boehner insiste en que esta crisis no se va a resolver si Obama no cede, aunque sea un poco, con esa reforma. “Le recordé al presidente la otra noche –estuvieron reunidos en la Casa Blanca el miércoles- que el es famoso por decir que, en toda negociación, nadie consigue el 100%. Pues bien, no lo va a conseguir tampoco esta vez”, advirtió el presidente de la Cámara de Representantes.
Todo sigue igual en Washington, quizá algo peor. En el Congreso no hay movimiento. Lo que se observa, si acaso, es un mayor distanciamiento. En el cuarto día del cierre de la administración federal, la inactividad en la capital de la nación es aún más visible. Los pequeños negocios empiezan a resentirse. La ciudad ofrece un deprimente aspecto de desolación. Barack Obama ha salido a pasear un rato por el centro y comer un sándwich para tratar de compensar ese vacío. Aprovechó para decir que no va a negociar “con una pistola apuntando a la sien del pueblo norteamericano”.
El daño económico se hace más evidente, sobre todo para las personas que han sido cesadas en sus trabajos, los bonos del Tesoro se empiezan a resentir en el mercado
Mientras tanto, el daño económico se hace más evidente, sobre todo para las personas que han sido cesadas en sus trabajos, los bonos del Tesoro se empiezan a resentir en el mercado, las dudas sobre la solvencia política de la mayor potencia mundial se acrecientan y el riesgo, que hasta ahora parecía menor, de una suspensión de pagos empieza a hacerse más real.
Ya se sabe que, en todas las negociaciones, hay que esperar a que las cosas se pongan muy mal para que empiecen a ponerse bien. Cada bando explota al máximo las debilidades del contrario antes de hacer las primeras concesiones. Podría ocurrir también en este caso. Hay que recordar que EE UU estuvo ya en 2011 al borde de la suspensión de pagos y se encontró una solución en el último instante. En aquella ocasión, el conflicto se produjo sobre qué recortes del gasto público estaba dispuesto a hacer Obama a cambio del levantamiento del techo de deuda.
Hay que recordar que EE UU estuvo ya en 2011 al borde de la suspensión de pagos y se encontró una solución en el último instante
La diferencia de la crisis actual es que el margen de la negociación es mucho más estrecho, en realidad, nulo. En 2011, aunque Obama también denunció el chantaje, podía, y finalmente pudo, darle a los republicanos algunos de los recortes de gastos que pedían. La solución fue mala y provisional, como el tiempo demostraría, pero se evitó la catástrofe.
Esta vez, lo que piden los republicanos es la reforma sanitaria de Obama, al completo o parcialmente, una ley que es el emblema de su presidencia y, probablemente, la razón principal por la que será recordado en la historia. Es un precio demasiado alto que el presidente no puede pagar sin infligir un daño descomunal a su prestigio y a su gestión.
Pero Boehner insiste en que esta crisis no se va a resolver si Obama no cede, aunque sea un poco, con esa reforma. “Le recordé al presidente la otra noche –estuvieron reunidos en la Casa Blanca el miércoles- que el es famoso por decir que, en toda negociación, nadie consigue el 100%. Pues bien, no lo va a conseguir tampoco esta vez”, advirtió el presidente de la Cámara de Representantes.
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