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lunes, marzo 24, 2014
Cronica de una visita a la esma: la cobardìa del silencio
La seccional de Florencio Varela del SUTEBA, Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires, en el marco de un seminario de Derechos Humanos, convocó a un centenar de docentes de distintos niveles educativos del distrito a participar de una visita guiada a la antigua ESMA, Escuela Superior de Mecánica de la Armada, el mayor centro clandestino de detención, tortura y desaparición creado por la dictadura cívico militar. Por el cual pasaron más de 5000 personas, la mayoría desaparecidas. Nos reunimos ese 8 de Julio en la entrada esperando al joven que nos guiaría por este gran predio de 17 hectáreas y 35 edificios, creado en 1924 y cedido por la ciudad a la Armada con el propósito de utilizarlo para fines educativos. Una pequeña ciudad. En esa mini ciudad, a partir de 1976 los dueños de la vida y de la muerte trataron de borrar el espacio, el tiempo, la historia personal, la vida de los detenidos desaparecidos. El guía se presenta, plantea la conveniencia de hacer del recorrido un diálogo, de vincular los saberes, las historias individuales y enmarañarlas con la historia del país y de la dictadura genocida. Iniciamos el recorrido por la calle interna, llamada San Martin, paralela a la lujosa avenida del Libertador que muestra en sus aceras enormes y altos edificios. En los setenta no había edificios altos, si muchos bares vinculados a la escuela y a los cadetes que dejaban allí sus pertenencias en taquillas. . “Antes de la creación del Espacio para la memoria hubo un proyecto del gobierno de Menem para que el predio se convirtiera en un parque de la reconciliación. Un edificio en construcción proyectaba en una publicidad el lugar como un amplio espacio verde con juegos para chicos, parte del paisaje que se vería desde los balcones, que concluiría en el río”, cuenta el guía Roberto. El proyecto de reconciliación e impunidad planeaba destruir todo el predio y transformarlo en un parque donde no quedara ni un rastro de la represión ni de las atrocidades y escarnios allí cometidos. En el año 2000 la legislatura de la ciudad revocó la cesión hecha a favor de la Armada y por ley 392 se decidió destinar el predio y los edificios a la instalación del llamado Museo de la Memoria. Alguno de los visitantes recordamos claramente el 24 de Marzo de 2004 cuando el presidente Néstor Kirchner expresó: “como Presidente de la Nación Argentina vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades” ante una multitud que minutos después ingresó por primera vez al centro clandestino y a su patio de armas cantando la marcha partidaria y el himno nacional en un marco de emoción, alegría, tristeza, asombro y miedo. A partir de ese día dejó de ser la ESMA, comenzó a ser el espacio de la memoria de los detenidos desaparecidos, de los muertos, de los sobrevivientes. Nos detenemos frente a una casamata de vigilancia: “acá había una gran cadena que debían sortear los automóviles de los grupos de tareas, el guardia recibía instrucciones por medio de un Handy y una contraseña que era una jugada de ajedrez” comenta el guía. La mayoría de los sobrevivientes recuerda este dato. Alguien comenta que sobre Libertador había carteles que decían: “No se detenga, el centinela abrirá fuego.” En el seno de la ESMA funcionó el Grupo de Tareas (GT) 3.3.2. Éste se funda en mayo de 1976 y está integrado por unas cincuenta personas que van cambiando y funcionan clandestinamente, con armamento y medios facilitados por la Armada y en coordinación con el Comando de Zona. Este GT se crea por orden directa del Almirante Emilio Eduardo Massera y funciona con el consentimiento de toda la Junta Militar de Gobierno. Seguimos caminando, nos dirigimos al Casino de Oficiales. Todo el predio estuvo involucrado en la acción represiva ilegal y clandestina realizada por la armada como parte del engranaje del terrorismo de estado, pero las principales atrocidades y funciones de los grupos de tareas de la ESMA se concentraron en el casino de oficiales. Desde el año 1978 se conocen detalles importantes de este lugar, por la denuncia de los liberados por los represores pero principalmente por la denuncia efectuada por Horacio Domingo Maggio, “el Nariz”. El Nariz Maggio, había sido delegado bancario en Santa Fe, parte de la JP e integrante de la organización político militar Montoneros, cayó en la ESMA secuestrado por un grupo de tareas y estuvo detenido-desaparecido en las mazmorras del casino de oficiales por más de un año. El 17 de Marzo de 1978 logró fugarse y burlar la maquinaria compleja de la marina y comenzó una desesperada y alocada carrera de denuncias en el país y el exterior. Envió cartas a muchísimas personas “importantes” y a todo el periodismo donde relata su propio secuestro y lo que sucedía en la ESMA, acompañando los planos detallados del casino de oficiales, del sótano (salas de tortura) y del tercer piso (capucha), listas de detenidos y represores con sus apodos, mostrando lo real de la represión ilegal. Acribillado a balazos fue exhibido en el playón de estacionamiento a los prisioneros reducidos a servidumbre con el propósito de que vieran con sus propios ojos el fin que tendrían si pensaban en escapar. Continuamos por el camino que hacían todos los secuestrados hacia la playa de estacionamiento ubicada mirando hacia el Río de la Plata. Por allí ingresaban todos al mundo del no ser, no estar, no existir. El casino de oficiales visto desde el aire o en los planos parece una “E” acostada. El edificio tiene tres plantas y un sótano. A la derecha se ubica lo que llamaban el pasillo de “los jorges” sector de habitaciones de los jefes de los grupos de tareas que se llamaban todos Jorge: Acosta, Radice, Perren, “pocas veces entraron allí los secuestrados” dice el guía. A la izquierda “el dorado” donde se planificaban los secuestros y operaciones de las patotas marineras, por parte del sector inteligencia. Había oficinas de mandos medios, la cocina, el comedor y distintas dependencias de los grupos de tareas. El primero y segundo piso corresponde a dormitorios y habitaciones de los cadetes y oficiales que estudiaban y se adiestraban en el predio. En tercer piso con techo a dos aguas se encuentran “capucha”, dos cuartos que funcionaron como maternidad, el “pañol” y la “pecera”, a través de una escalera se llega a “capuchita”. “Los testimonios de los sobrevivientes dan cuenta del ingreso desde la playa de estacionamiento por una galería hacia el sótano por una escalera ubicada en un ambiente amplio, donde había un ascensor” cuenta el guía. Con motivo de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA en 1979 los marinos realizaron un conjunto de reformas, cerraron la galería, la escalera fue tapiada, el ascensor se esfumó. Los prisioneros fueron enviados a distintos lugares, algunos a la isla “El silencio” en el Tigre, propiedad de la iglesia católica y otros a una quinta en el conurbano. Un joven visitante comenta que los funcionarios de la CIDH no tenían muchas ganas de encontrar pruebas ó tenían problemas de vista. En el sótano comenzaba y terminaba el calvario, primero con la tortura y finalmente con el traslado previa inyección de pentonaval como llamaban los asesinos al pentotal en su manía de vincular casi todo a su mundo de barcos, buques y veleros. Allí en el fondo eran torturados todos los que ingresaban al centro clandestino y se les asignaba un número, 032, 548, así los nombrarían desde ese momento. Había una enfermería, un lugar llamado huevera (cubierto con cajas porta huevos) unos baños, un laboratorio de fotografía para falsificación de documentos, otros compartimientos que armaban los prisioneros según la ocasión y variaban según la época, también hubo sitios de trabajo esclavo y reclusión de detenidos. “Acá nos mojamos todos”, contaba el tigre Acosta para graficar la rotación de oficiales y suboficiales de la armada por los grupos de tareas. Para dimensionar la impunidad de la que gozaban los marinos, en el juicio que se realiza actualmente en la megacausa ESMA uno de ellos recordó y calculó : hubo seis u ocho cursos por año, con ciento cincuenta hombres por curso, entre 1976 y 1983 pasaron por el centro de instrucción y adiestramiento de la infantería de marina más de 8000 hombres que dormían entre el sótano y capucha donde estaban retenidos, engrillados, “esposados y encapuchados los detenidos desaparecidos, compartiendo la escalera de acceso, tocándose algún brazo, pisando los mismos escalones, unos libres, otros con cadenas y encapuchados. Vemos las marcas, las roturas de los golpes de las cadenas en los escalones de las escaleras, marcas indelebles del paso de muchos por allí. Realmente es una triste paradoja, la escuela que enseñaba a torturar, vejar, humillar a otros seres humanos. Existe un pacto de silencio de todos los marinos y de integrantes otras fuerzas represivas que por aquí pasaron. Muchos torturadores y asesinos siguen prófugos, todavía no identificados como los que atendían los partos en la maternidad clandestina, o los médicos que controlaban que los chupados no se murieran en la tortura. Cuando entramos en “capucha” un profundo silencio nos embargó, aparecieron las lágrimas y los sollozos. Y los recuerdos de los que por allí pasaron, y la sensación de que estaban allí viéndonos con orgullo, altivos, enteros, solidarios, cariñosos, militantes, triunfadores, la Gaby Arrostito , el nariz Maggio puteándolos alegremente por teléfono, Azucena Villaflor y muchos miles sonriendo. En el tercer piso funcionaba “capucha”, donde los prisioneros permanecían encapuchados, engrillados y esposados, ubicados en compartimientos pequeños separados por un aglomerado de un metro, con la cabeza hacia el pasillo, algunos en calabozos llamados “camarotes”, constantemente vigilados por guardias llamados “los verdes” jóvenes estudiantes de la esma, sometidos a las peores condiciones de existencia , esas que no se pueden explicar, nombrar o comprender. En este piso funcionó la maternidad donde las embarazadas secuestradas tuvieron sus hijos, apropiados por los torturadores y cómplices. Allí también se instaló el “Pañol” donde se acumulaban los bienes robados a los secuestrados y la “pecera” donde eran obligados a realizar trabajo esclavo. El guía invita a los visitantes a recorrer el lugar que está casi en penumbras, con una luz tenue, narra el horror, las resistencias, los gestos de solidaridad. Uno de los objetivos de la dictadura era quebrar la humanidad de los prisioneros, destruir los valores en los que creían; por eso eran castigados sistemáticamente cuando hablaban, se reían, compartían, cuando se comportaban como compañeros. Le preguntaron en una entrevista a Victor Basterra sobreviviente de este antro “¿Por qué no te escapaste? ¿Por qué no huiste? Víctor respondió: “todo el tiempo estuve huyendo, con gestos pequeñísimos de resistencia, tomarle la mano a una persona que está sufriendo por ejemplo”. Bajamos las escaleras, durante la visita nos cruzamos con varios grupos, es una alegría que muchos vengan. Nadie se distiende a pesar de los pequeños diálogos, es conmocionante. Un visitante pide un aplauso por todos y recuerda lo escrito por Juan Gelman: “¿Cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.”
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