Por Alfredo Zaiat
En el grupo de las 500 compañías no financieras líderes del país, 179 son de capital nacional y las 321 restantes son extranjeras, según el último informe “Grandes empresas en la Argentina” elaborado por el Indec, correspondiente a 2012. En 2003, había 160 firmas nacionales y 340 extranjeras. Pese al aumento (19) de la presencia de grupos locales en la cúpula del poder económico, que mostraría una reversión de la tendencia en la extranjerización, el valor de producción generado por empresas de capital nacional se ha mantenido casi constante en ese período (21,4 por ciento) en el total de ese lote de 500. O sea, hay más firmas nacionales entre las más grandes, pero las de capital extranjero con menos mantuvieron su participación en la producción. De ese modo, durante el kirchnerismo la extranjerización se ha mantenido en niveles muy elevados en volumen de producción, mientras que ha descendido en cantidad de empresas de ese origen. En el renglón de las utilidades, las nacionales describieron un importante salto, del 9,4 al 18,6 por ciento del total de ese grupo de empresas líderes de 2003 a 2012.
La extranjerización de la economía argentina no es un fenómeno de las últimas décadas, aunque durante los ’90 se profundizó, sino que ha formado parte a lo largo de su historia. En Transformaciones estructurales de la economía argentina, documento de Daniel Azpiazu y Eduardo Basualdo, para el PNUD, publicado en 2009, se explica que un conjunto de capitales de origen extranjero, que ha expresado las formas de la internacionalización temprana de la economía local, se instaló en el país a fines del siglo XIX mediante la radicación de algunas ramas de las familias propietarias y, como tal, confluyeron con la clase dominante local en términos sociales y económicos. Los dos investigadores mencionan que debido a tal integración social y económica esos capitales no se dedicaron sólo a la producción manufacturera, aunque controlaban múltiples firmas líderes en esa actividad, sino que formaron parte de los grandes terratenientes pampeanos y extra pampeanos, participaron en la exportación de productos primarios y en los negocios financieros de la época, e incluso instalaron o adquirieron firmas en otros países del Cono Sur. “Entre ellos se encontraban destacados grupos económicos, como Bunge y Born, Bemberg y Tornquist”, detallan.
En la investigación se destaca que la presencia de las empresas extranjeras se remonta a los orígenes de la industrialización argentina, y se señala que no eran muchas en ese sector en el total del capital foráneo en el país, pero eran muy importantes al controlar grandes establecimientos manufactureros en áreas claves del modelo agroexportador: frigoríficos, producción de tanino, talleres ferroviarios, que constituían las grandes empresas metalúrgicas de la época. Durante las primeras décadas del siglo XX se instalaron filiales que replicaban procesos productivos de las casas matrices, cuya producción estaba destinada al abastecimiento del mercado interno. En la década de 1920 se radicaron firmas extranjeras que serán tradicionales en el mercado local, y en la década siguiente se aceleró la incorporación de subsidiarias extranjeras a la producción industrial (Nestlé, Suchard, Bols, Sudamtex, Glaxo, Ciba, Gillette, Remington, Osram). “La estimación acerca de la incidencia de estas empresas sobre la producción sectorial fue siempre significativa”, destacan Azpiazu y Basualdo.
El documento precisa que con posterioridad al golpe de Estado que interrumpió el segundo gobierno del peronismo en 1955 se puso en marcha la segunda etapa de sustitución de importaciones (el desarrollismo de Frondizi) sobre la base de una significativa incorporación de inversiones extranjeras que se localizaron en la actividad industrial, principalmente en la producción automotriz, metalúrgica y química-petroquímica. En la década de 1990 se puso en marcha un nuevo ciclo de extranjerización cuyo núcleo central estuvo constituido por las empresas de servicios públicos. “Esta nueva fase de extranjerización de la economía local presentó características inéditas en términos históricos, porque no se trataba de la venta de empresas que registraban una situación económica-financiera comprometida, sino de las que eran líderes en sus respectivas actividades o, incluso, las de mayor rentabilidad en la economía real, como era el caso de las empresas de servicios públicos”, afirman Azpiazu y Basualdo. Para sentenciar que “a esa modificación tan relevante se la suele denominar como la etapa de ‘extranjerización’ de la economía argentina, que asume características inéditas, tanto por su amplitud como por su intensidad”. Estos investigadores explican que se trató de un proceso que replicó rasgos centrales de la inversión extranjera del modelo agroexportador (principalmente concentrada en los servicios públicos), a diferencia de las formas que ésta presentó durante las dos etapas de la sustitución de importaciones, focalizada en la producción industrial.
La dimensión y profundidad de la presencia del capital extranjero en la economía argentina como se ha descripto ha sido y sigue siendo muy relevante en la definición del sendero de desarrollo. Existe una narración incorporada en el imaginario colectivo acerca de que el capital extranjero es proveedor de mejoras en la productividad, innovación, empleos de calidad y virtuosos encadenamientos productivos. Los impactos no siempre resultan beneficiosos para la economía local y depende del tipo de IED recibida, de las estrategias y objetivos de las empresas multinacionales, de las capacidades de la estructura productiva local, así como de las políticas de regulación que se aplican a esas inversiones. En ese sentido, la experiencia de la extranjerización de los ’90 tuvo como resultado que el abastecimiento de insumos y bienes locales fuera reemplazado por importaciones, gran parte proveniente de empresas vinculadas, impactando en forma negativa en el incremento de la capacidad productiva doméstica a partir de eslabonamientos con firmas locales. Esa conducta se está padeciendo hoy con déficit comerciales sectoriales que el Gobierno busca compensar con acuerdos de sustitución de importaciones y desarrollo de proveedores locales.
A la vez, en un contexto de tensión por la disponibilidad de divisas como el que actualmente se despliega, el grado de extranjerización es un factor sensible por el monto de giro de utilidades hacia las casas matrices. La evolución de esa variable revela que ha venido creciendo en forma significativa desde 2003 hasta 2011, con un salto importante en 2008, al acumular 3439 millones de dólares, cuando un año antes había sido de 1725 millones. En 2012, el Gobierno dispuso restricciones a la remisión de dividendos, en algunos casos con regulaciones indirectas, como en el caso de los bancos, al exigir una mayor integración de capital, y en el resto por limitaciones a la compra de dólares. El Balance Cambiario del Banco Central muestra que en 2003 el giro de utilidades sumó 869 millones de dólares, aumentando año a año hasta los 4387 millones de dólares en 2011. En los dos años siguientes hubo una abrupta baja a 225 y 1363 millones de dólares.
Sin cambios en la legislación liberal sobre regulación del capital extranjero y en un marco de una economía dinámica es esperable que, ante una eventual flexibilización en el acceso a dólares, la repatriación de utilidades hacia las casas centrales vaya a registrar un alza importante. Esos giros son un factor de tensión sobre el sector externo de la balanza de pagos. En el corto plazo puede ser compensando por inversión extranjera directa, pero se sabe que en el mediano y largo el saldo será negativo, porque las remesas futuras serán mayores que los ingresos presentes.
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