Por: Silvia Mercado
"No me interesa presidir el PJ. Además, tampoco me gusta ningún candidato a presidente de los nuestros", agregó Cristina, tajante. Obviamente, ningún candidato da la talla de los fundadores del kirchnerismo, Néstor y ella misma. Y tampoco ningún otro Kirchner está en condiciones. Se trata, como se ve, de un espacio político de corte absolutista.
La conversación tuvo lugar unos días antes de la gira europea, y los éxitos cosechados no parecen haber cambiado esa visión de las cosas. Es verdad que mandó a su secretario Legal y Técnico a intervenir en la reunión de gobernadores peronistas que se realizó en el quincho de Remonta y Veterinaria, en Palermo. Al verlo llegar en forma imprevista, un gobernador le dijo a otro: "¿Y este a qué vino? ¿A pedir la ficha de afiliación?". Sucede que Carlos Zannini no es afiliado peronista, ni tampoco expresó voluntad de serlo.
La distancia emocional de Cristina con el peronismo real fue siempre importante. Los años fueron profundizándola. La Presidenta no tiene ni la habilidad ni la paciencia para el juego de la política, que tanto disfrutaba su difunto esposo. En cambio, lo que sí tiene Cristina es instinto de supervivencia.
Desde que decidió que quería irse en el 2015 por la puerta grande, se deshizo del incorrecto Guillermo Moreno, validó las medidas de ajuste ortodoxo, puso todo su empeño en blindarse judicialmente y habilitó el armado de su "Fuerza Propia". Porque no es casualidad que así se llame el libro de la (ex periodista) militante Sandra Russo. Lo que está en construcción es un kirchnerismo de base juvenil, por fuera de los aparatos políticos, que aprovechará los meses venideros para fortalecerse y lanzarse a competir por varias intendencias de todo el país. También alguna del conurbano.
Obviamente, ya se sabe quién es el jefe de ese proyecto. Se llama Máximo Kirchner, que está convencido de poder ganar en Río Gallegos. Realmente, parece posible. Si juega él, el peronismo santacruceño se unirá y tiene chances de conservar la provincia. Unido, las posibilidades de ganar Río Gallegos son igualmente posibles. En cambio, si no juega Máximo, se pierde, y tras esa derrota, con la victoria de los radicales, se debilitan las posibilidades de reconstrucción.
La centralidad que tiene para el kirchnerismo retener Santa Cruz en el 2015 es fácil de comprobar. En el 2013, como sabían que iban a perder las legislativas, los funcionarios santacruceños del gobierno nacional recorrieron tres veces la provincia con un objetivo preciso, que era ganarle al Partido Justicialista local liderado por Daniel Peralta. Lo lograron. El FPV salió segundo, con 24.70%, después de la UCR liderada por Eduardo Costa, que alcanzó 42.16%, relegando al PJ al tercer lugar, que apenas rozó el 20%.
Luego vino la segunda etapa. A saber, reconstruir los puentes dinamitados entre el FPV y el PJ santacruceños en los últimos años. Parece que no costó demasiado, ya que en apenas tres meses se logró sellar la Pax SantaCrucenseentre De Vido y Peralta, a cambio de nuevas obras y vaya a saber qué más, todo monitoreado por el joven Kirchner, que prometió competir por la intendencia donde su padre comenzó su ascenso político.
Es difícil aceptar la importancia de Máximo en el armado que se está cocinando por estos días. Para los que no lo conocen, o sea más o menos para los 40 millones de argentinos, su figura es otro invento del relato kirchnerista, un troll que se activa con el sólo objetivo de desactivar a los que pretenden adueñarse de la continuidad de esta década, llámese Daniel Scioli, Sergio Urribarri, o cualquiera. Sin embargo, hay quien asegura que Máximo es "un cuadro político leído, formado por dos grandes docentes como Néstor y Cristina, con características de monje, debido a su austeridad, y con un temple notable". Algo parecido dicen que le dijo el hijo de la Presidenta a la Russo.
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