Twitter se ha convertido en una arena política virtual donde todos pueden tener voz, pero donde también proliferan peleas, insultos y mentiras que ponen en peligro la calidad y profundidad del debate político.
Diez años de política de los 140 caracteres Foto: Jorge Restrepo
Hace un mes, antes de mediodía, Colombia se encontró con un escenario que se ha vuelto costumbre. Mientras miembros del Centro Democrático protestaban frente a la Casa de Nariño contra la gestión del presidente Juan Manuel Santos, seis ministros del gabinete salieron rápidamente a defender al mandatario. Lo que habría podido ser una deliberación entre las partes, se convirtió en una pelea virtual por Twitter en la que desde ambos lados volaron insultos y acusaciones cargadas de rabia y con la pobre argumentación que permiten las frases de solo 140 caracteres.
La política es una de las actividades que más transformaciones ha sufrido como consecuencia de su llegada a la era digital. Facebook fue la primera plataforma con la que políticos y ciudadanos contaron para hacer campaña, opinar, adquirir seguidores o quejarse del acontecer nacional. Y por medio de likes e información compartida en forma de voz a voz electrónico, nacieron movimientos como la llamada ‘ola verde’ que protagonizó Antanas Mockus en la campaña presidencial de 2010. Pero cada día, señalan los expertos, Facebook se relega más al ámbito de los temas personales, y Twitter se toma el terreno de las discusiones públicas.
En este mundo de hashtags y trendtopics la información se ha vuelto instantánea y global, pero también se han degradado las discusiones políticas por falta de contexto. Con ocasión de las peleas que casi a diario se dan en esta red, el dilema sobre la ‘Twitter-política’ cobra aún más vigencia: ¿es esta plataforma un espacio democrático en que los ciudadanos pueden interpelar a los políticos? o ¿es una plaza a donde exclusivamente llegan odios y protestas salidas de tono? Ninguna de las dos opciones es totalmente cierta.
Twitter, con 17 millones de cuentas registradas, ha puesto a Colombia entre los países con más usuarios activos en el mundo y ha abierto espacios de comunicación que en el pasado estaban reservados para los medios tradicionales. La capacidad de transmitir textos, imágenes y video en segundos ha transformado la forma en que las personas, y en especial los políticos, ven y usan esta red social. En la actualidad, las cuentas han dejado de ser personales para convertirse en oficinas de prensa y centros de recepción de quejas que los usuarios utilizan para hacer seguimiento de la gestión de su candidato, y a su vez los políticos para mostrar su trabajo.
La administración de esta y otras redes ha cobrado tanta importancia dentro de la esfera política que las estrategias para aumentar el número de seguidores son el pan de cada día en agencias de publicidad y consultoras especializadas en temas de audiencias. Las agencias de comunicaciones han sido otras de las ganadoras: “Ahora las crisis de comunicación vienen de cualquier parte. Los ciudadanos ya no necesitan mandar cartas a un periódico o llamar a una emisora para mostrar descontento con una decisión. Toman una foto de un político haciendo algo incorrecto, y en segundos esta le puede dar la vuelta al mundo”, sostiene Felipe Londoño, fundador de la agencia especializada Precise. Esto fue lo que sucedió cuando en 2012, un policía grabó al senador Eduardo Merlano enfrentando a la autoridad para no hacerse una prueba de alcoholemia. El senador se defendió por Twitter, pero la prueba difundida en las redes sociales fue tan fuerte como para que la Procuraduría lo inhabilitara por diez años.
Pese a que más seguidores no significa más votos, tener la atención de más personas es garantía de que lo que se diga, o más bien se ‘trine’, recibirá atención y cobrará relevancia dentro de la discusión pública. Por esta razón, en los últimos cinco años cada candidato, dirigente, funcionario de alto nivel o entidad dentro y fuera del gobierno ha creado una cuenta desde donde publica sus acciones, conversa con los ciudadanos y es blanco de críticas. Pero para lograr retuits, el lenguaje importa: por eso las frases meramente informativas no son las que agitan las redes sociales, y si lo son las que denuncian, invitan a la indignación, o generan reacciones emocionales.
Si bien, la pluralidad de actores en el mundo virtual ha dado voz a sectores anteriormente excluidos y ha creado nuevas maneras de informarse, la forma en la que Twitter opera puede ser problemática por varias razones. Con la brevedad de 140 caracteres se corre el riesgo de desinformar a las audiencias o formar opiniones que no están basadas en hechos reales, contextualizadas o posibles de verificar. La rapidez con la que pasan los trinos, o tuits, casi uno detrás del otro, crea un sentido de inmediatez informativa que tiende a ser superficial y sin una lectura crítica o conocimiento previo de las circunstancias que rodean la noticia se puede caer en mentiras, montajes o exageraciones. Para Juan David Mendieta, asesor digital de varios ministerios y campañas presidenciales, “Twitter es como un tren: pasa y se va. A diferencia del papel, es efímero. Pero los ciudadanos no son bobos y cada vez están más formados en lo digital como para dimensionar cuando una publicación no es honesta. En un tuit un ministro, un alcalde o un congresista, se puede jugar parte de su reputación”.
En Colombia, Twitter se ha vuelto el escenario perfecto para anunciar decisiones o ejercer la oposición. Prueba de ello es que dos de los tuiteros más relevantes, que inciden en la agenda de los medios tradicionales a través de sus palabras en las redes, sin ruedas de prensa, son los senadores Jorge Enrique Robledo y Álvaro Uribe, ambos en la oposición pero en orillas diferentes. Mientras Robledo, del Polo, tiene 342.000 seguidores, Uribe tiene más de 4 millones.
La gran mayoría de los pulsos políticos que a diario recorren la red vienen de los protagonistas de los hechos, pero también hay cuentas falsas creadas por terceros con propósitos puntuales. Ejemplo de ello sucedió el mes pasado con los ataques a TransMilenio en Bogotá, cuando cientos de perfiles falsos, identificables porque no tienen más tuits o no hablan de otros temas, invitaron a manifestar contra el sistema con el hashtag #metroya.
Las ventajas y desventajas de la influencia de Twitter en la conversación política se pueden estudiar con gran detalle. Y la pregunta de si un diálogo que consta de tan pocos caracteres es bueno o malo para la política y el periodismo público seguirá siendo objeto de debate. Pero está fuera de toda duda que, para bien o para mal, Twitter ha dejado una huella profunda en el proceso político, que por la magnitud de las audiencias que acoge debe manejarse con responsabilidad. En un mundo ideal y civilizado, los medios deben cuidar que la política privilegie los argumentos sobre la desinformación y la violencia.
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