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miércoles, mayo 11, 2016
ESTADO ANORÉXICO
Nicolás Dallorso / Gabriela Seghezzo @NicoDallorso / @gabiseghezzo
Muchos se han indigestado con las recientes medidas. Les cayeron mal. No es casual que comida y política vayan de la mano. Y no es la primera vez que la cultura política argentina se define por lo que se come. Recordemos el choripán como ícono de la grieta nacional o las regulaciones restrictivas acerca del uso del parquet para asar la carne, pero también el maridaje de la pizza y el champagne o la alianza sushi. Comer es una de las necesidades más básicas de nuestra naturaleza y, al mismo tiempo, una práctica sociocultural estrictamente regulada entramada en relaciones de fuerza: qué se puede comer y qué no, cuándo se puede comer y cuándo no, con quién o quiénes se puede comer y con quién o quiénes no, cuál es la manera apropiada de comer y cuál no. El acto de comer está políticamente sobredeterminado. Lévi-Strauss en Tristes trópicos conceptualiza modos diversos de lidiar con la conflictividad social, distinguiendo entre sociedades que se caracterizan por la ingestión/absorción y otras que, en cambio, se definen por el vómito/expulsión. Más recientemente, Zygmunt Bauman en Ética posmoderna propone -distanciándose de Lévi-Strauss- que las estrategias fágicas (incluyentes) y émicas (expulsivas) se aplican de manera paralela, en cada sociedad. Comer y vomitar, tragar y expulsar se corresponden con una oposición binaria central para reflexionar en torno a lo social y lo político: la oposición adentro-afuera, la disyunción inclusión-exclusión. Toda la política y todo lo social pivotean en o intentan dirimir esta tensión.
El nuevo gobierno se esfuerza en construir la etapa política concluida como un período de consumo excesivo, de glotonería, de bacanal irresponsable, de voracidad derrochadora. Una imagen espejada de los gigantes Gargantúa y Pantagruel de las novelas de Rabelais: doce años grotescos, devoradores, insaciables. La imagen de un régimen incumplido, donde se aviene la necesidad de reinstaurar por la fuerza un orden que presuntamente ha sido desbordado por el exceso. Bajo este diagnóstico, la etapa que se inaugura debe, en primer lugar, purgar y eliminar lo que ha sido incorporado sin medida. “No vamos a dejar la grasa militante, vamos a contratar gente idónea y eliminar ñoquis”, dijo Prat Gay durante una de sus primeras alocuciones oficiales en el Ministerio. Primero, y haciendo uso de la metáfora del desorden alimenticio, una política bulímica: vomitar, echar, despedir. Para luego sí soñar con una dietética propia, un régimen definitivo que clausure el ciclo pendular de momentos de atracos y purgas, un régimen rayano al sueño anoréxico: un sobre-control auto-restrictivo, incluso, hasta la inanición. El binomio aumento exponencial en las tarifas y premios a los consumos bajos, bajísimos, nulos en los servicios públicos es una muestra gratis de esa dietética en marcha.
Una política anoréxica para una estatalidad desgrasada, exclusiva y excluyente, sin celulitis. Cambiar, adelgazar, ponerse a dieta. Reinstaurar una dietética es lo mismo que imponer un régimen. El veranito y la luna de miel llegan a su fin, pero la máxima “si es necesario, podemos pasar hambre” se erige como el más indicado precepto para los nuevos tiempos. Una clase trabajadora que está dulce después de una etapa desordenada puede abandonar por un tiempo los postres. Puede, incluso, trocar comida por luz, como sugirió el Ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, cuando afirmó: “los aumentos tarifarios equivalen a dos pizzas”. ¿Por qué no hacer el sacrificio después de una temporada tan licenciosa? Basta de grasas e hidratos. Y también basta de chori, de coca y de ñoquis. Rúcula sin cepo. Se viene una temporada de ensaladas. Pero la rúcula no es para todos, sino para pocos. Cerrar el pico. “Para adelgazar no hay otra manera que cerrar la boca”, le habrían insinuado a Víctor Hugo Morales.
“Me parece que cada sindicato sabrá dónde le aprieta el zapato y hasta qué punto puede arriesgar salario a cambio de empleo”, aseveró también el Ministro. Si todo nos aprieta es porque estamos excedidos. Elegir donde te aprieta el zapato es muy parecido a elegir qué cinturón te ajusta mejor. La dietética es una ortopedia. Apretar, ajustar, reducir, rebajar, adelgazar, achicar, enderezar, contraer, despedir, desgrasar. Y, en el mismo menú, dejar de retener, claro. Eliminar las retenciones, aplacar la gula estatista. Retener sólo engorda pero no nutre. Retener hincha. Quien retiene se ve gordo pero está malnutrido. Con las retenciones, el fisco no tiene un crecimiento genuino, es un crecimiento aparente, es una hinchazón, una malnutrición. Entonces, hay que deshinchar, hay que dejar de retener. Y el fisco adelgaza ante la voracidad de las mineras y los agroexportadores. Adelgazar al Estado, para engordar a La Nación. Un país anoréxico que expulsa y no retiene: el granero del mundo no alimenta, nos cuida la línea. En una época de abundancia y glotonería, cinco sanguchitos de miga y tres mates fríos parecen poca cosa pero, en tiempos de recortes y dietas, deberían ser suficientes para propios y ajenos en un país que quiere producir carroña de primera para que picoteen los buitres. Y si la repartija no alcanza para saciar, se impone la amenaza: si no se aprueba el régimen de Griesa, habrá más recortes, habrá que ajustarse más.
Un Estado que purga y se purga para limpiarse y para hacerse más liviano debe deshacerse de la pesada herencia. Debe liberarse de las cargas, de los cepos. Sincerar. No queremos más una burocracia pesada, queremos un aparato administrativo “en forma”. Algunos vieron a Macri y al Pro como lights, en el sentido de ejemplos de la pospolítica, de la gestión pública eficaz y eficiente más allá de los enfrentamientos estériles y de las ideologías fuertes. Pero light no es suave, inconsistente o flojo, sino la autoimposición de un disciplinamiento, un régimen, una dieta. Ser light es una vocación del nuevo gobierno, mejor, es una forma de gobernar. Ser light, ser liviano como el aire, vaciarse, volverse transparente. No sólo una mano invisible sino un cuerpo invisible. Un cuerpo que no entorpece, que no se entromete, que no interviene.
Y para producir un cuerpo social raquíticamente invisible, para hacerlo encajar, para conseguir y mantener un buen estado, se requiere mucho fitness, iniciativa, actividad. Para Balcarce, dieta estricta de alimento balanceado y ejercicio intensivo. Ninguna ausencia, ningún achicamiento del Estado. Se requiere una suerte de estatalidad bulímico-anoréxica pero sumamente atlética, una forma de estatalidad que expulsa, no incorpora y, al mismo tiempo, se ejercita compulsivamente: despide y dispara. Despidos que en esta gimnasia son edulcorados: listas y telegramas sin rostros que diluyen responsabilidades y posibles empatías. Disparos a blancos móviles que la “emergencia” securitaria invisibiliza y legitima.
Ser light, ser livianos pero no flojitos. Hay que ser firme, incluso duros para cumplir el régimen. Ante una tentación, hay que reprimirla. Hay que estar convencido y mostrarse así: sin debilidades. Una dieta estricta sin ningún permitido. La construcción de una crisis de glotonería se presenta como precondición para la instauración de una estatalidad bulímico-anoréxica. De eso se trata: de purgar, despedir, desechar, expulsar… Y se expulsa del modo más básico: nos “hace mierda”.
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