Martín Rodríguez/ Pablo Semán @tintalimon
No discutamos más por diez años la comunicación de un gobierno. Eso empuja la conversación a la meta-comunicación. Y no discutamos la comunicación del gobierno porque esa es su invitación. ¿Cómo comunican? Bárrrbaro.
La marcha del 29A tuvo un mérito: movilizar también la defraudación de quienes esperaban algo del gobierno hace unos meses. Puso en escena la transversalidad en la que se distribuyó el voto popular. No era una marcha policlasista pero sí, tal vez, “poli-electoral”. La lucidez vocacional del PRO de negar siempre la política (como si la política fuera la corporación a destruir, su Clarín, en términos kirchneristas) y en pos de un gestionalismo concentrado en cosas concretas, corre el riesgo esta vez sí, de resbalar. El 29 A fue la marcha del concreto, marcharon los que no rechazan la ideología del PRO por prejuicio sino la política del PRO por juicio: le empiezan a temer.
El “achicamiento del Estado” módico, acompañado por una sociedad que te aprueba mayoritariamente la intervención estatal en la economía tanto como el despido de “ñoquis”, todo dentro de una misma “astucia”, ahora devino en noche: los despidos empezaron en lo público y siguieron en lo privado. Las cifras son tan improbables pero hay un efecto que canta hasta Mirtha Legrand: basta de despidos. Y lo que miles de personas en la calle demostraron es que es necesario mostrar los dientes contra ese corolario disciplinador de la “moda del despido”. Habrá más o menos despedidos, pero todos los ocupados sienten el temblor y serán más agradecidos de lo que tienen. Vivimos el inicio de una contracción y con ello el temor a los despidos. El trabajo “inútil” que identifica Macri sintoniza con la publicidad desafiante de Chevrolet: “Imaginate vivir en una meritocracia”. La relación del gobierno con la sociedad se funda en muchas cosas pero también en la sospecha de un diálogo: ¿trabajás?, ¿de qué trabajás? ¿Cuál es tu mérito? Como una policía laboral extendida hecha de todos los lugares comunes en torno al trabajo: “acá no trabaja el que no quiere”, pero combinada a la expectativa de una expansión económica que traerá “trabajo genuino”. El PRO no es un lenguaje cheto, es una conjunción de lenguajes recogidos por la sabiduría popular y liberal intacta aún en la Argentina peronista. ¿Trabajás? ¿Seguro? El trabajo bajo sospecha porque la sospecha es extendida: ¿tanta industria hace falta?, ¿tanto Estado hace falta? El sinceramiento argentino justo cuando la soja y el petróleo pasaron su boom y el enemigo impensado es Brasil, cuya caída nos deja más solos a la espera de las inversiones. El 40% de nuestras manufacturas, por ejemplo.
" ¿tanta industria hace falta?, ¿tanto Estado hace falta?"
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Las declaraciones del elenco del gobierno fuerzan la preeminencia de sus asesores. Los funcionarios no pueden decir lo que piensan tanto porque no pueden pensar sus ideas en el vacío que les dejó la ausencia de una catástrofe. Deben ser gradualistas y no pueden, quieren ser refundacionalistas y no hay desierto. El giro en el vacío macrista lo es sobre esa ausencia. ¿Se puede gobernar sin refundar? Parte del lenguaje tormentoso del propio Macri deriva de esa ausencia, le molesta el no-estallido. No es que la herencia no sea pesada, o no existan dificultades, desafíos, problemas estructurales; es que simplemente no se ha desgajado la sociedad permitiéndole reconstruir un sentido común opuesto. Menem tuvo la híper más el Estado elefante al que había que sacarle los trenes, los teléfonos y la picana. No hay “eso”. Nos cansamos de leer los estudios de Ibarómetro que fijan la idea de que la sociedad quiere más igualdad que libertad, más Brasil que USA, más Estado que mercado. ¿Pero no es acaso esa la lengua ordenada de una época no estrictamente refractaria al instinto liberal del PRO sino al salto al vacío que propone su sinceramiento? El gobierno aún usufructúa en los pasillos las encuestas que “todavía le dan por las nubes” a Macri, más la certeza de que “lo peor ya pasó”. Justo cuando lo que se discute es “si lo bueno vendrá”. Hace días todos destacaban los éxitos encadenados de Prat Gay, a decir: baja de retenciones, apertura del cepo al dólar, renegociación con los buitres y toma de deuda. Pero Macri no distribuyó poder. El gabinete está hecho a imagen y semejanza de sus miedos a la ambición ajena. El “círculo amarillo” reconoce la habilidad de “Alfonso” pero retrucan su propio cepo: “es el ministro de Hacienda, ¿qué cosa tan espectacular le queda por hacer?”. Un gobierno de políticos “contenidos”, una sociedad que vota o marcha en su defensa, un presidente que baila pero no contagia. ¿Meritocracia es el eufemismo para nombrar una elite electoralmente circunstancial, sistémicamente recurrente cuyo superpoder es transferirle a la sociedad entera los costos de sus atajos?
La democracia responde. Un cambio signa la época que se inauguró en 2001: en comparación con otras épocas es más legítimo y más efectivo protestar y esto tiene lugar en megaeventos políticos cada vez más frecuentes y ritualizados. Los últimos quince años, a diferencia de los relativamente infructuosos 90 y de los atemorizados 80, confirmaron las esperanzas de los que protestan: quien más quien menos puede sentirse derribador de gobiernos o constructor de alternativas. De los hechos de Diciembre de 2001 a los del 8N de 2012, pasando por las sucesivas movilizaciones de la 125 o el bicentenario de 2010 hay un espacio y escala de movilizaciones que difieren radicalmente de los actos y protestas tradicionales y son el resultado de varios factores que se asocian para producir algo que es sui generis. La democracia y su horizonte hasta ahora irrecusablemente instalado es uno de ellos. Y no solo porque asegura un marco legal o porque con los años el fantasma de la peor represión ha sido exorcizado con el relevo de generaciones. También porque como puede observarse en varios de estos hechos albergan siempre multiplicidad de sujetos: tipos y escalas de organizaciones pero también géneros, generaciones, clases sociales y con los más diversos usos más allá de predominios de cada convocatoria. Acompañan esta emergencia tecnologías que permiten un grado tal de interconexión y velocidad de la puesta en común de sentimientos y reacciones concomitantes que lo espontáneo y lo organizado adquieren nuevos valores y nuevas sinergias. Es la era de los megaeventos políticos.
"Menem tuvo la híper más el Estado elefante al que había que sacarle los trenes, los teléfonos y la picana."
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El acto de las CGTs desempata y arma un nuevo equilibrio inestable frente a lo que disparó la calle cristinista, que no fue sólo aparato, es justo reconocer. No son fuerzas exclusivamente opuestas, pero son magnitudes diferentes que se resolverán en un proceso. En la concentración estaban el sentimiento agraviado de los trabajadores y también un cierto horror cívico derivado de la agresión al trabajo que hasta cierto punto es el pacto pacificante de los últimos años (y es ahí, más que en Comodoro Py, que estuvo presente el legado kirchnerista). No sabemos cómo terminarán definiendo sus opciones políticas estos sujetos que confrontan las políticas del gobierno casi en defensa propia y como último recurso, pero con este acto pasó definitivamente el tiempo en la única oposición era el kirchnerismo. Y tampoco debe verse en esto la reemergencia del viejo y querido movimiento nacional justicialista con que sueñan los que creen que bastan bandera, marcha e impostar gesto perentorio de “si no les gusta se van” para definir los límites políticos. En el brazo peronista quizás definido y en el brazo constituido por la porción agredida de la sociedad que no se identifica con el peronismo, pero es decisiva en todas las elecciones, se prefiguran motivos y modos que ninguno de los peronistas actualmente en danza alcanza a encarnar satisfactoriamente. Pero allí está emergiendo, en piedra, lo que deben representar y dar voz.
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