Solidaridad, equidad y cuidado del medio ambiente son algunos de los ideales que alientan la búsqueda de canales alternativos de comercialización, un fenómeno global cuya lógica no consiste en minimizar costos para obtener mayores ganancias sino en garantizar a los artesanos y pequeños productores de países en desarrollo un precio razonable por sus productos. Ya son unos 60 millones los adeptos en todo el mundo y el volumen de ventas alcanza los 1800 millones de dólares.
Por Jorge Liotti
Los países desarrollados se resisten a reducir los subsidios agrícolas que perjudican las exportaciones de los países en vías de desarrollo. Algunas naciones asiáticas invaden el planeta con sus productos de bajo costo elaborados por mano de obra esclava. Una multitud de argentinos se agolpa los fines de semana para comprar prendas de dudoso origen en la feria La Salada.
Mientras se producen estos abusos típicos del sistema económico global, una práctica comercial solidaria, equitativa y ecológica ha ganado terreno hasta transformarse en un verdadero fenómeno alternativo de alcance mundial. Es la modalidad internacionalmente conocida como comercio justo, que ya tiene unos 60 millones de adeptos y que moviliza en la actualidad unos 1800 millones de dólares. Aunque todavía de manera algo tímida, su desarrollo también se advierte en la Argentina.
Según las estadísticas suministradas por Fairtrade Labelling Organizations (FLO), una de las entidades encargadas de certificar los bienes que se comercializan en estas cadenas, ya hay 598 organizaciones que nuclear a productores de 59 países que operan con el sello de comercio justo. "En la última década el número de organizaciones de productores se ha triplicado, y las ventas han aumentado a un promedio de 40 por ciento por año", señala Barbara Fiorito, directora de la Mesa de Directores de FLO.
Hay lugares en los que esta modalidad es un verdadero fenómeno, como en Alemania, en Holanda y en algunas regiones de España. Pero el caso más emblemático es el de Gran Bretaña, en donde a través de comercios como los de Oxfam y Traidcraft se concentra el 25 por ciento de los productos justos, y en donde el volumen de ventas crece un tercio cada año. Sainsbury´s, una de las mayores cadenas de supermercados británicas, comenzó el año pasado a vender bananas sólo si contaban con un certificado de comercio justo, como un modo de responder a una demanda de consumo ético que habían planteado algunos compradores. Marks & Spencer hizo lo mismo con los tés. En tanto Dunkin Donuts y las cadenas de hoteles Scandic y Hilton anunciaron que servirían café de comercio justo a sus clientes.
Tal como ocurre con el cuidado del medio ambiente, la movida a favor del comercio justo sumó a la causa a artistas populares como el infaltable Bono o el cantante de la banda Coldplay, Chris Martin, quien apareció en varios recitales haciendo promoción del sitio www.maketradefair.com . Oxfam también editó un libro en el que 70 celebridades británicas ofrecen sus recetas culinarias elaboradas con productos justos.
La principal particularidad de este esquema comercial es que en vez de seguir la lógica capitalista de minimizar los costos para obtener mayores ganancias, busca garantizarles a los artesanos y productores de países en vías de desarrollo un volumen y un precio de compra razonables para que puedan trabajar en situación digna y mejorar sus métodos de producción. La lógica a la que responde es similar a la que rige para los productos ecológicamente responsables, en la cual los consumidores, en general de países ricos, se toman el trabajo de seleccionar las mercancías identificadas como justas para promover un circuito comercial más equitativo e inclusive, en algunos casos, de pagar un valor ligeramente superior por ellas.
Un bien elaborado bajo la impronta del comercio justo supone haber seguido una serie de consignas básicas, como no recurrir a mano de obra esclava, respetar los derechos de las mujeres y los niños, ser sustentable para el medio ambiente, no incluir costos sobredimensionados de intermediación, y por supuesto, haber sido adquirido por un valor justo y acorde con el trabajo realizado. "Si en el comercio tradicional los compradores tratan de hacer máxima la relación precio-calidad, los consumidores responsables están dispuestos a pagar un precio superior, entre un 10 y un 20 por ciento, por el mismo nivel de calidad si tienen garantías de las repercusiones sociales de su acto de compra", indica en un informe la Asociación Europea de Comercio Justo (EFTA). Para algunos se trata de conciencia global, para otros, de licuar culpas por las injusticias en el sistema comercial mundial.
Los académicos españoles Inmaculada Buendía, Jorge Coque Martínez y José Vidal sostienen que "la incorporación de los aspectos éticos como criterios de decisión de compra ha puesto de manifiesto que estos consumidores no sólo toman en consideración la calidad de los bienes, sino también dónde y cómo han sido fabricados, además de quién se beneficia con su compra". Y aportan como dato adicional que el perfil más representativo del consumidor justo son las mujeres de clase media y media-alta, por debajo de los treinta y cinco años.
Claro que a medida que se expande el fenómeno del comercio justo, también comienzan a emerger los cuestionamientos. Uno de los más severos se produjo cuando algunas multinacionales, como por ejemplo Starbucks, Nestlé, McDonald´s y Donkin Donuts, lanzaron sus propias líneas de productos Fairtrade. Muchas de las organizaciones que pugnan por difundir una modalidad comercial alternativa se sintieron burladas por esta decisión y algunas de ellas iniciaron campañas en contra de los procesos de certificación.
El término comercio justo empezó a utilizarse a partir de 1964, durante la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo de la ONU (UNCTAD) realizada en Ginebra. Como parte del auge de las ideas sobre el Tercer Mundo y del Movimiento No Alineados, se planteó allí un fuerte debate sobre la necesidad de generar un flujo comercial más equilibrado entre el desarrollado hemisferio norte y el sur subdesarrollado. "Trade, No Aid", fue el lema con el que se buscó reflejar los esfuerzos por reemplazar la ayuda a los países más pobres por facilidades para comerciar.
En las góndolas
Desde entonces, el crecimiento a nivel mundial de esta práctica ha sido constante, tanto en Africa, Asia y América latina, que conforman las áreas productoras, como en Europa, Estados Unidos, Japón, Canadá y Australia, donde está la mayoría de los consumidores. Además, el sistema ganó en sofisticación, ya que surgieron redes de ONG dedicadas al tema y organizaciones internacionales encargadas de realizar la certificación. Hoy los productos justos se comercializan a través de unas 3000 tiendas especiales, pero también se los puede encontrar en 60.000 comercios europeos y 20.000 norteamericanos de ramos generales que han decidido incluir este tipo de mercancías en sus góndolas con etiquetas que identifican su pertenencia al movimiento "Fair Trade".
Según la Asociación Europea de Comercio Justo (EFTA), el 69 por ciento de la mercancía vendida por esta vía corresponde a alimentos, el 26 por ciento a artesanías, y el cinco por ciento restante a rubros como libros, videos y música. América latina se incorporó tempranamente a este movimiento a través del café, que ha sido siempre el producto emblemático del comercio justo porque los europeos lo identifican con el trabajo esclavo. De hecho, el primer café producido bajo la noción de comercio justo era elaborado en 1973 por cooperativas guatemaltecas bajo la marca "Indio Solidarity Coffee". Posteriormente Ecuador ingresó con fuerza al movimiento con la venta de café y de bananas, y más tarde lo hicieron países como Perú y Bolivia a través de artesanías y productos indígenas.
Mercedes Marzal, directora de Arte y Esperanza, apunta que "a nivel latinoamericano hay una trayectoria más vasta que en la Argentina, en donde el comercio justo llegó un poco tarde. Por eso, mientras en países de la región hay grandes cooperativas, acá la mayoría de las organizaciones integran pequeños grupos dedicados a los alimentos o las artesanías que están tratando de armarse".Pese a ello, el comercio justo se ha expandido fuertemente en la Argentina a partir de la crisis de 2001-2002, cuando confluyeron movimientos relacionados con el trueque, la recuperación de fábricas y la renovada actividad cooperativista. Por un lado, la debacle promovió la expansión de canales comerciales informales y, por el otro, la devaluación les otorgó mayor atractivo a las exportaciones.
Estos procesos tuvieron su corolario en 2004 con la creación de la Red Argentina de Comercio Justo (Racj), una entidad que aglutina a veinticinco organizaciones nacionales y que se transformó en el primer intento para darle organicidad a un movimiento hasta entonces disperso.
Según los datos que aporta Rubén Ravera, presidente de la cooperativa Autosuficiencia y uno de los fundadores de la Racj, en la Argentina actualmente hay cerca de un centenar de grupos que forman parte de estas cadenas alternativas. "La crisis de 2001 tuvo mucha importancia porque la gente se hizo más consciente del valor de la solidaridad. Hasta entonces, la Argentina no se pensaba a sí misma como un país de pobres. El consumo responsable y la justicia comercial se volvieron valores más conocidos", coincide Dolores Bulit, vocera de la Racj y referente de la organización Silataj. Pero también admite que los progresos realizados en los últimos tiempos pueden verse frustrados porque "la inflación está transformando el factor precio en un elemento determinante para definir una compra".
Sin embargo, hay sectores productivos nacionales a los que en los últimos años se les han abierto oportunidades excepcionales para incorporarse a los flujos mundiales de mercancías justas, al punto de que algunos de ellos inclusive se encuentran en proceso de certificación internacional.
Uno de ellos es la producción apícola, muy desarrollada tecnológicamente y floreciente económicamente. En 2006 la Argentina vendió al mercado externo 104.000 toneladas de miel, lo que la transformó en la segunda exportadora mundial. Parte de este crecimiento responde al trabajo de apicultores y cooperativas del noroeste del país que integran un conglomerado productivo y adhieren a los principios del comercio justo. "Para los pequeños productores, formar parte del cluster constituye la única posibilidad de insertarse en una cadena competitiva sostenible en el tiempo. Además, tienen la posibilidad de hacer compras conjuntas de insumos, y en vez de vender la miel a un acopiador sin saber qué pasa después, pueden insertarse en un flujo transparente, donde saben cómo va a ser el negocio, los costos, y los márgenes, evitando así las posiciones dominantes", señala Enrique Bedascarrasbure, uno de los principales impulsores del conglomerado que está próximo a obtener una certificación internacional.
Otro núcleo productivo que visualizó el comercio justo como una alternativa es el té. En Misiones este sector se nutre del aporte de cientos de pequeños productores, pero está regido por las condiciones que fijan cuatro o cinco grandes empresas. "¿Cómo nos íbamos a mantener si el brote de té a nosotros nos sale 0,50 centavos de peso, y los exportadores nos pagan 0,15 centavos? Nos dimos cuenta de que si no instrumentábamos cambios profundos íbamos a quedar fuera del mercado en pocos años", admite Hugo Sand, miembro de la Asociación de Productores Agropecuarios de Misiones, una de las entidades que se sumó al cluster para tratar de elaborar un té de mayor calidad a mejor costo.
El potencial de sectores como el de la miel o el té en las cadenas de comercio justo abre importantes posibilidades de exportación y de financiación para cooperativas y microemprendedores que fueron desplazados de los circuitos centrales, y que han encontrado en este movimiento una alternativa para desarrollar un trabajo digno con remuneración equitativa. Algo así como una reedición de las viejas utopías pero con sentido práctico.
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