Por Mario Diament
MIAMI.- Si Vladimir Putin no hubiera tenido la idea de condecorarlo póstumamente con la medalla al Héroe de Rusia, el mundo no habría escuchado jamás de George Koval.
El hombre había muerto en Moscú, en el anonimato, en 2006 y nada hacía suponer que su historia emergería casi dos años más tarde. Pero fueron el significado político del inesperado homenaje del mes pasado y los términos usados por Putin los que desataron el frenético interés de periodistas, historiadores y científicos por Koval.
"Fue -dijo Putin- el único agente de inteligencia soviético que logró infiltrar las plantas secretas donde se desarrollaba la bomba atómica." Su trabajo, aseguró, "ayudó a acelerar considerablemente el tiempo que le tomó a la Unión Soviética producir una bomba propia".
El anuncio tomó por sorpresa a los servicios de contrainteligencia de Estados Unidos, no porque no hubieran sabido de Koval sino porque, probablemente, no tenían una idea cabal de su importancia. En el más reciente y exhaustivo estudio sobre la CIA, el libro Legado de cenizas , de Tim Weiner, el nombre de Koval ni siquiera aparece mencionado.
Tras la honra póstuma, The New York Times publicó una semblanza de Koval, donde señala: "A lo largo de los años, expertos y agentes federales han identificado a una media docena de individuos que espiaron para los soviéticos el proyecto de la bomba... Todos ellos fueron ´voluntarios , espías por simpatía por la causa más que resultado de un entrenamiento riguroso. En contraste, Koval fue un espía preparado en la Unión Soviética por la temible GRU, la agencia de inteligencia militar. Más aún, él logró amplio acceso a las plantas atómicas de Estados Unidos, una hazaña sin igual".
La gran ventaja de Koval era que había nacido, en 1913, en Estados Unidos y creció jugando béisbol. Sus padres habían inmigrado de Rusia en 1910 y se establecieron en Sioux City, Iowa, porque allí vivía el único amigo que conocían.
Los Koval eran socialistas acérrimos y, cuando la Depresión se abatió sobre Estados Unidos, en 1932, regresaron a la Unión Soviética, entusiasmados con la idea de establecerse en Birobidyán, una región en Siberia, elegida por Stalin para servir como "República Autónoma Judía".
George Koval tenía entonces 18 años. En dos años obtuvo un grado en Química y fue reclutado por el GRU en vista de su familiaridad con la cultura norteamericana; cuando su entrenamiento terminó, fue enviado de regreso a Estados Unidos. Su código secreto era "Delmar". En 1943, Koval se incorporó al ejército y fue enviado a estudiar al City College de Nueva York, para que se especializara en ingeniería eléctrica.
Tal vez fuera su mérito o pura suerte, pero, en 1944, fue destinado a la base de Oak Ridge, uno de los sitios supersecretos del Proyecto Manhattan, donde se fabricaba combustible para la bomba atómica. Por su trabajo, Koval tenía libertad de acceso. En 1945, sus responsabilidades incluyeron la base de Dayton, donde se refinaba polonio 210, el material utilizado para iniciar la reacción en cadena de la bomba.
Nadie sabe exactamente cómo "Delmar" pasaba su información a Moscú ni quiénes eran sus operadores. Hasta 1948, su doble vida era insospechada, hasta que, en una investigación de rutina, agentes de la contrainteligencia encontraron en su casa un artículo en una revista soviética que describía el feliz regreso de sus padres a la URSS.
George Koval volvió a Moscú a mediados de 1948 y ya nunca volvió a salir. El 29 de agosto de 1949, cuatro años, un mes y 13 días después de que los norteamericanos detonaran la primera bomba de plutonio en Almagordo, los rusos anunciaron al mundo la exitosa conclusión de su propio programa atómico.
George Koval murió el 31 de enero de 2006 a la edad de 93 años, ignorante de que un homenaje planeado para irritar a Washington pondría su nombre en el panteón de los más grandes espías del siglo veinte.
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