Rafael Mendoza Castillo |
Inicio estas reflexiones con el pensamiento de Gilles Lipovetsky: “Dado que se prolongan las esperas democráticas, de justicia y bienestar, en nuestra época prosperan el desasosiego y el desengaño, la decepción y la angustia”. Todo mundo aspira hoy a participar en el orbe del consumo, el ocio y las marcas, nos han convertido en clientes compradores. El que puede comprar mitiga su frustración consumiendo el objeto y el que no puede comprar sufre la decepción. Ambos sujetos padecen la deshumanización, en distintos grados, pero ninguno se escapa a la alienación psicológica y social. Sobre este fenómeno reflexionó el bueno de Carlos Marx. Este pensador descubrió que los productos se echan a andar sobre sus propias patas (valor de cambio). Ahora, ante el consumismo contemporáneo, los deseos y el querer, instaladas estas figuras en el imaginario neoliberal, se echan a andar sobre sus propios pies y, de esa forma, se configura un fenómeno nuevo llamado fetichismo de la subjetividad o como bien lo dijo Marx, de quien ya nadie se quiere acordar, se produce un sujeto para el objeto. Este pensador alemán, ya no pudo observar, que en la sociedad consumista de hoy, el sujeto se convierte en un producto de consumo. El consumo implica un tipo de subjetividad cuya práctica configura un sujeto homogéneo, tal comportamiento no va más allá del sistema social establecido. Consumir los objetos o la ilusión imaginaria del consumo de los mismos, constituye una acción o conducta que no modifica a la realidad social-histórica. El sujeto de consumo cede su acto de pensar al sistema y éste piensa y actúa por el primero. Este hecho destruye todo sujeto o ciudadano político y anula la posibilidad de la reflexión y la crítica y, sobre todo, la creación de un proyecto de una autonomía individual y colectiva, tal y como lo planteó la Ilustración. El consumo de mercancías se instala en un tipo de progreso unilineal que pretende saturar al sujeto, vía la imagen de la cantidad y de la acumulación. Esto último reclama, para su justificación, a las ilusiones, el estatus y al placer como resultado. Se observa, entonces, que estamos asistiendo al sostenimiento del imaginario capitalista de hoy: la ganancia y el excedente son primero. Así, el sujeto consumidor cree que avanza, también cree que se mueve; pero su función, en lo que lo ha convertido el consumo, no altera el sentido de las estructuras y los discursos que la soportan. Dicha función erotiza al actor, lo coloca en lo imaginario y lo aleja de las referencias e identificaciones metasociales y metapsíquicas o sea del contenido social. Como bien afirma Zygmunt Bauman: “Los encuentros de los potenciales consumidores con sus potenciales objetos de consumo se convierten poco a poco en los ladrillos con que se construye ese entramado de relaciones humanas que sucintamente llamamos “sociedad de consumidores”. De esta manera, la función y el consumo instalan al sujeto en el discurso privado que promueve el orden social y su ideología paralizadora. Por ello, el consumidor se parece al prisionero: no puede salir ni estar adentro, pero puede soñar. De ahí que en la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto. La característica importante de esta sociedad es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles. Lo anterior es resultado de la individuación extrema provocada por el poder de dominación y de explotación actual. En el ideal del yo del consumidor se coloca una ficción de felicidad (conductor o significante amo), que dura lo que la imagen o la presencia del objeto. En el fondo, de lo que se trata en el juego perverso del consumo es de un bloqueo, que aleja a los sujetos de los auténticos deseos y de las determinaciones históricas y políticas. Por ello, es importante entender que el consumismo, como relación ante el mundo, es un medio que ajusta la conciencia al equilibrio de lo que está hecho o construido, es decir, al sistema del social- conformismo. Los espacios sociales del consumo, construidos por el imaginario neoliberal (el Buen Fin) son mecanismos que se heredan por la tradición o la costumbre. Estos imaginarios son colonizadores del yo, y llega por la saturación, a provocar una crisis en las identificaciones del sujeto. Para algunos autores el consumismo es un tipo de acuerdo social que resulta de la reconversión de los deseos o anhelos humanos en la principal fuerza de impulso y de operaciones de la sociedad, una fuerza que coordina la reproducción sistémica. A través de la práctica del consumo el sujeto se coloca en una cadena infinita de visitantes invisibles o muy visibles en la televisión, que dictan el gusto, el placer, la conducta, la elección, la diversión, el aburrimiento y hasta la forma de reír. Todos estos fantasmas, imágenes, máscaras o espectros, saturan al sujeto y lo detienen en un presente eterno para servir al orden, es lo que algunos investigadores llaman cultura “ahorista” (Pepsi es lo de hoy) o cultura acelerada. Como afirma Gilles Lipovetsky: “Con la dinámica individualizadora todos quieren ser reconocidos, preferidos a los demás, deseados por sí mismos y no comparados con seres anónimos e “intercambiables”. Hay que entender que la organización de la sociedad y sus productos culturales, tecnológicos, de saber, de conocimientos etcétera, se convierten en objetos de apropiación por parte de la subjetividad individual. Mejorar las condiciones de vida no es suficiente, si a ello no agregamos las posibilidades de opciones que impulsen la autonomía y la potenciación de la subjetividad individual y colectiva. Lo anterior produce un sujeto desafiante de lo establecido. El consumo, como comportamiento, debe saltar el nivel de la pura satisfacción de las necesidades, de bienes indispensables y que el sujeto acceda a la expresión del nivel social y con la voluntad de acción política, para ampliar la potenciación de la subjetividad, es decir, la libertad de escoger otros proyectos sociales, culturales, científicos, tecnológicos y económicos. Por eso la subjetividad no puede dejarse atrapar en un consumo natural ni mecánico, aquella contiene a lo real, a lo consciente y a la acción política que producen derroteros no previstos. El mecanismo del consumo, al contrario, separa a los sujetos de la reflexión, del reconocer y, sobre todo, de la acción constituyente que tiene como finalidad la propuesta de crear un orden nuevo. El consumismo satisface y bloquea. De lo que se trata en cambio, es potenciar al sujeto individual y colectivo, para evitar que queden atrapados estos en la lógica de la reproducción material, el fetichismo de la subjetividad y del poder, los cuales tienen la pretensión de convertirlos en operarios sumisos del sistema social neoliberal vigente. Ello implica, transformar el modelo de acumulación de capital y una transformación cultural que revalorice las prioridades de la vida, la jerarquía de los fines. Otro mundo es posible. |
Pages
- Página Principal
- Weinsteiner Consulting Government & Political Campaigns
- Voto joven
- Microsegmentación 3.0
- Contacto
- Nuestro servicio de Advocacy en Weinsteiner Consul...
- Contact
- Servicios
- Advocacy
- Grassroots
- Third Party Advocacy
- Reputation management
- Public Affairs
- Stakeholder engagement
- Our approach
- Foundations & NGOs
- Government & Political Campaigns
- Microsegmentación 3.0
- Gestión de articulaciones con alta dirigencia
- Novedades
viernes, diciembre 06, 2013
El Buen Fin y el sujeto comprador
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario