La Argentina tiene, desde el modelo de sustitución de importaciones, una economía de dos velocidades. El sector agropecuario genera las divisas que necesita la industria para proveerse de los insumos y de la mayor parte de los bienes de capital. En la década del setenta, se sostenía que para producir 10 dólares de productos industriales se necesitaba un dólar de insumo importado. Cuando se entraba en un ciclo de de expansión y la industria demandaba mayor cantidad de insumos que no podían ser provistos por el carácter rentístico de la producción agropecuaria se producía, lo que en lenguaje de la época se conocía como estrangulamiento de la balanza de pagos, y lo que hoy se denomina restricción externa. Se efectuaban entonces los típicos ajustes propulsados por el Fondo Monetario, con el entusiasmo del establishment agropecuario, con lo que se lograba bajar significativamente la producción industrial y la demanda de insumos importados mediante una baja del consumo por la caída del salario real y el aumento de la desocupación.
Cuarenta años después, con el arrasamiento industrial perpetrado durante la dictadura establishment militar y el menemismo, el componente importado de la producción industrial es considerablemente más alto. En la industria automotriz alcanza entre un 65 y 70%. Esto ha sido compensado relativamente por las nuevas tecnologías aplicadas en la actividad agrícola, que al tiempo que se concentró, aumentó en forma considerable los rendimientos.
Los principales drenajes actuales de divisas son la industria automotriz, que en el 2013, de acuerdo a la consultora Abeceb.com, “el rubro automotriz cerrará el año con un rojo comercial de U$S 8.000 millones, a pesar de los esfuerzos del Gobierno para crear una red de proveedores locales. El sector automotriz fue, junto con el agro, uno de los motores principales del despegue económico que experimentó la Argentina desde el 2003. Pero la principal estrella de la industria argentina no es precisamente un rubro estratégico si de generar dólares se trata -a diferencia del sector primario- sino más bien todo lo contrario. La balanza comercial del rubro automotriz generará en el 2013 un déficit de U$S 8.000 millones. El rojo está explicado principalmente por el agujero de U$S 9.000 millones que surge del intercambio de autopartes.”. El año 2012 había cerrado con un déficit de alrededor de 7.000 millones de dólares.
A su vez el intercambio comercial total con Brasil en el último año “registró en 2013 un déficit comercial de u$s 3.153 millones, más del doble del registrado un año antes, lo que se explica por un incremento de las importaciones de vehículos automóviles y una contracción de los envíos de trigo y sus derivados, tras la escasez del cereal que sufrió Argentina en el año que acaba de terminar”, informó la consultora Abeceb.com. La participación del sector automotriz en el comercio exterior argentino es del 12,9 por ciento del total exportador; cifras que asciende al 37,8 por ciento cuando se analiza su participación respecto de las manufacturas de origen industrial (MOI).”
El segundo rubro es la importación de energía que cerró con aproximadamente 12.800 millones de dólares de egresos
El tercero es el turismo que de superavitario pasó, dado la brecha cambiaria que lleva a que los turistas no vendan sus dólares en los bancos, a deficitario en una cifra cercana a los 5000 millones de dólares. Según datos del Indec, luego de registrar superávits desde 2002 hasta 2010, en 2011 el déficit del turismo totalizó US$ 1140 millones, mientras que en 2012 se cuadruplicó hasta alcanzar los US$ 4667 millones. El hecho de financiar el gasto de las tarjetas de créditos de los argentinos que viajan al exterior con reservas del Banco Central, ha sido un drenaje prolongado e injusto, siendo los beneficiarios mayoritariamente denostadores exacerbados del gobierno.
El cuarto rubro que incide sobre la salida de divisas es todo el grupo de electrodomésticos armados en Tierra del Fuego, con un porcentaje cercano al 100% de insumos importados que redondearon el último año los 3500 millones de dólares.
Obviamente que es plausible la fabricación de automotores y electrodomésticos por la cantidad de empleos y porque importarlo totalmente resultaría mucho más oneroso. Pero para que el proceso de sustitución de importaciones no implique caer en las habituales restricciones externas, los empresarios dedicados a estos rubros, empresas nacionales y multinacionales, deberían ser obligados a un proceso de integración creciente de producción nacional. El tipo de cambio favorable para los industriales, debe ser retribuido por estos con un mejoramiento significativo de sus capacidades competitivas.
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En la actual situación, el pago con reservas, tal como se viene haciendo hasta el presente, se enfrenta con el inconveniente de que las arcas del Central se encuentran en baja, por lo que la necesidad práctica de cambiar de estrategia se impone por sobre cualquier discusión filosófica. Para evitar el costo de una reducción de la actividad económica que deprima las importaciones, y mientras maduran las políticas estructurales en el sector energético (y las que deberían realizarse en el automotor y de electrónica), la decisión parece ser el acceso a financiamiento internacional tanto en sus variantes orientales (swaps e inversiones en energía de China y Rusia) como occidentales (organismos financieros, solución de controversias en el Ciadi y arreglo con el Club de París para facilitar inversiones privadas).
La nueva estrategia desató el entusiasmo del empresariado local, que espera, de la mano de la llegada de los préstamos financieros, una relajación de las restricciones cambiarias que le facilite dolarizar sus ganancias. El objetivo de la política económica debe ser evitarlo, utilizando los créditos e inversiones para reconvertir los sectores deficitarios en divisas y consolidar nuestra independencia económica.
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