Sex with Glass permite que cambies la cámara en tiempo
real y veas lo que tu pareja ve, acrecentando a la posibilidad de
experimentar lo que el otro experimenta, el gran deseo erótico de todas
las épocas.
Por: Alejandro de Pourtales
Desde el lanzamiento de Google Glass, la tecnología óptica portatil que recibió una aceptación mixta, se esperaba la llegada de apps que pudieran aumentar la experiencia sexual. Sex with Glass parece la primera que provee un servicio interesante en este sentido. Desarrollada por Sherif Maktabi en Londres, la app permite controlar la luz y la música con la voz y compartir un live streaming de lo que ve tu pareja. Esto parece ser lo más sobresaliente que ofrece la aplicación, invertir papeles y cumplir al menos visualmente la fantasía de experimentar lo que la otra persona vive. Si bien la vista a través de una cámara no ofrece sensorialmente la misma riqueza que supone la experiencia multisensorial entera, es un acercamiento a la idea de fusión que atraviesa toda la historia del erotismo.
Sex with Glass permite alternar puntos
de vista con sólo un comando de voz, sólo diciendo “Ok glass it’s time”
para entrar en el modo de visión de la otra persona y “Ok glass, pull
out”, para regresar, esto puede hacerse hasta el punto de caer en un
vértigo ontológico de identidades traslapadas. La app también tiene una
función que proyecta imágenes del kamasutra, por si buscas algo de
inspiración en tiempo real. Luego, los usarios pueden ver estos videos
como una versión más sofisticada de los sextapes caseros. Aunque por el
momento Sex with Glass borra los videos cinco horas después de que
fueron grabados.
Maktabi señala que a algunas personas
les parece repulsiva la idea de probar este switch durante el acto
sexual —acaso como una versión de narcisismo autoerótico— pero para
otras es un revulsivo recibido con fascinación. Advierte que “la culpa,
el dogma y la vergüenza son cosas todavía comúnmente experimentadas
alrededor del sexo”.
La app también llamada “Glance” ha sido
criticada por utilizar mayormente imágenes de mujeres desnudas en su
publicidad o de apelar a parejas heterosexuales en su comunicación. Y
aunque no es seguramente aún una experiencia de realidad virtual
transpersonal inmersiva, empieza a evocar esta zona de tecnoerotismo
adictivo, como el que se presenta en la película Strange Days.
En la perturbadora cinta de Kathryn Bigelow (la esposa de James Cameron)
los habitantes de un Los Angeles distópico utilizan un aparato llamado
SQUID (Superconducting Quantum Interference Device), el cual graba
eventos experimentados por una persona directamente de su neurocórtex y
luego los reproduce a través de un aparato para que un usario pueda
experimentar las memorias de otra persona o revivir los sucesos de su
vida con la misma intensidad. En la película, algunos personajes se
vuelven adictos a esta tecnología y viven disociados de la realidad,
buscando memorias de otras personas como si fueran las más poderosas
drogas.
Este aparato no es del todo
inconcebible: si se mezcla tecnología como la de Google Glass con bandas
electroencefalográficas que registren un mapa de excitación neural
relacionado a un evento se puede, en teoría, grabar una memoria para ser
reproducida. La pieza faltante es la capacidad de interpretar patrones
de actividad neural como sensaciones físicas (olores, sonidos, texturas,
etc.), las cuales podrían ser generadas vía estimulación magnética en
el cerebro de un usuario. El aparato tendría que integrar tecnología
óptica con un aparato de estimulación transcraneal. Si bien esto no
puede hacerse hoy del todo, investigaciones que muestran que es posible grabar sueños y reinterpretarlos como señales audiovisuales sugieren
que un dispositivo de realidad virtual inmersiva transpersonal no es
del todo descabellado. Usar este aparato al mismo tiempo sería lo más
cercano a ser el otro.
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