Darío Richarte, abogado, profesor y militante político desde su adolescencia, habla sobre cómo debe ser la universidad en el siglo XXI, la búsqueda de acuerdos y los cambios que se vienen. Su paso por la Secretaría de Inteligencia y el trabajo en su estudio.
Por Jorge Cicuttin
Charla a fondo con el vicerrector de la UBA, Darío Richarte.
"En este momento la universidad tiene que profundizar su legitimación en la sociedad, porque si bien tiene un ida y vuelta permanente con ella, con los actores de la vida del país, creo que en cierta manera aún está en deuda”. Quien reconoce esto es el flamante vicerrector de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Darío Richarte. Abogado, profesor titular de la UBA, militante político desde su adolescencia, y poco afecto a las entrevistas, define en un extenso diálogo con Veintitrés el importante y complejo lugar de la universidad en el país a comienzos del siglo XXI y responde a los cuestionamientos que desde algunos sectores hacen a su nombramiento.
En 1982, la guerra de Malvinas lo encontró en el Colegio Nacional Urquiza, del barrio porteño de Flores. Entonces mezclaba la música –tenía su banda de rock– con la incipiente participación política que permitían los huecos que dejaba una dictadura en retirada. En forma encubierta comenzaron a nombrar delegados por división y hasta sacar una revista “subterránea” llamada Contraviento. El despertar político lo encontró discutiendo en reuniones en el ateneo de la calle Libertad, donde tomó forma la primera coordinadora de centros de estudiantes secundarios. Como coordinador general, fue uno de los organizadores de la primera marcha de los secundarios contra la dictadura frente al Palacio Pizzurno.
“Allí fui uno de los oradores, y cuando termino de hablar se me acerca un chico –recuerdo que se llamaba Roberto–, y me cuenta que estaba trabajando para un señor llamado Alfonsín, y me invitaba a participar en las reuniones que hacían en un local radical de la calle Formosa”, recuerda Richarte. “Nos juntábamos los sábados, y ahí decidimos que nos íbamos a llamar Franja Morada Secundarios, por la Franja Morada universitaria. Entonces empecé a dejar la música por mi nueva pasión, la política”.
Nieto e hijo de abogados, ingresó a la Facultad de Derecho de la UBA y en 1986, con 19 años, fue electo presidente del centro de estudiantes. “Siempre tuve la sensación –recuerda– de que llegaba a los lugares un poco antes de tiempo. Ahora soy el vicerrector más joven de la UBA, también me pasó cuando llegué a la Secretaría de Inteligencia con 32 años. Eso, a veces, me jugó en contra”.
–En aquel momento la universidad dejaba la noche de la dictadura, había mucho por hacer.
–Me tocó vivir tres momentos clave y distintos entre sí. En 1986 fue la etapa de la de la institucionalización de la universidad. Se salía del oscurantismo de la dictadura, volvían los científicos y los intelectuales al país, las instituciones tenían historia pero había que refundarlas. Veníamos de una universidad con arancelamiento, de ingreso con cupos, con listas negras, con censura. Había que darles un lugar a quienes volvían del exilio, debíamos reformar los programas de estudio, pero fundamentalmente había que darle un gobierno democrático, volver a los principios de autonomía. La etapa que me tocó vivir como militante estudiantil fue el momento de refundación de la UBA sobre la base de principios democráticos de la autonomía universitaria. La democracia no podía darse el lujo de fracasar con el tema universitario, la educación es fundamental para lograr una sociedad igualitaria.
Se recibió de abogado en 1992, ya integrando el Consejo Superior de la UBA, como consejero estudiantil. Además era alumno y ayudante de Germán Bidart Campos y Andrés D’Alessio. Este último le dio la responsabilidad de hacerse cargo de un curso sobre recurso extraordinario ante la Corte Suprema y allí fue nombrado profesor adjunto. Tenía 26 años y desde entonces nunca dejó de dar clases en la universidad.
–Los años ’90 fueron de mucha tensión entre el gobierno de Carlos Menem y la universidad.
–Ese es el segundo de los tres momentos que le mencioné. Lo viví como profesor y como funcionario, primero como subsecretario académico y después durante seis años como secretario general. Fue un momento de gran tensión y conflicto con el gobierno. Era como dar marcha atrás, de pronto querían intervenir la universidad, achicar los márgenes de autonomía, intentar arancelarla. Nos metían “topos” adentro como el decano de Medicina Luis Ferreira que pretendía derogar el CBC. Nos ahogaban presupuestariamente hasta límites insospechados. Después mandaban emisarios que nos decían: “Si arancelan o ponen cupo, solucionamos sus problemas”.
–Entonces estaba al frente de la UBA Oscar Shuberoff…
–Sí, y sufrió permanentes operaciones en su contra con el claro motivo de debilitarlo. Sin embargo, lejos de debilitarlo, lo reeligieron cuatro veces, porque hacia adentro de la universidad tenía un amplio consenso. Si hay un lugar por excelencia en la Argentina que combatió el menemismo cuando estaba en su apogeo, este fue la universidad. Por supuesto que teníamos nuestros ideales y nuestras pertenencias, pero nosotros defendíamos un espacio plural, alejado de las interferencias partidarias o gubernamentales. Y por suerte nos salió bien. Gracias a esa lucha hoy la universidad no está arancelada, sigue siendo un proyecto que en lo institucional está más allá de la transitoriedad de los gobiernos. Hoy la universidad sigue siendo un espacio plural, de investigación, de creación de conocimientos, de enseñanza, de extensión, donde tienen lugar todas las expresiones de pensamiento. Esto fue lo que nos planteamos conservar frente a los embates que recibíamos. Y fuimos exitosos.
–En ese momento, por lo que señala, hubo un gran consenso, desde los alumnos hasta las autoridades. ¿Ese consenso sigue existiendo hoy?
–Sí, porque la UBA se mueve siempre con consensos muy grandes. La elección del actual rector, Alberto Barbieri, sirve como ejemplo. Él cosechó una mayoría muy holgada en la Asamblea Universitaria. También en mi caso, me eligieron vicerrector con el voto de 18 consejeros, diez decanos, tres integrantes del claustro de profesores, cuatro del claustro de graduados y un consejero del claustro estudiantil. Esto representa aproximadamente el 68 por ciento de los votos. Por eso digo que la universidad se mueve con amplios consensos, es un ámbito de discusión y pluralismo por excelencia. Por eso las coaliciones que gobiernan siempre van más allá de la representación política tradicional. Eso a veces no se entiende bien fuera de la UBA.
–Usted habló de tres momentos en la universidad, me imagino que el tercero es el que comienza ahora.
–Este momento que comienza es muy importante porque es el comienzo de un nuevo ciclo. Creo que hoy la universidad tiene, de alguna manera, que lograr profundizar su legitimación en la sociedad. La universidad tiene un ida y vuelta permanente con la sociedad, con los actores de la vida del país, pero creo que en cierta manera aún está en deuda. Por eso si bien es una de las instituciones que goza de mayor prestigio social, hace falta que demos más de nosotros para ponernos a la altura de lo que necesita nuestro país. Esto quiere decir que la universidad como institución debe ponerse más al nivel que tienen los individuos que la componen.
–¿Cómo es eso?
–La universidad tiene científicos extraordinarios, tiene profesores reconocidos por sus creaciones en todo el mundo. La universidad no es sólo una reproductora de conocimientos sino que debe ser generadora de conocimientos, y por la capacidad de quienes la integran lo puede hacer. Sigue siendo un formidable instrumento para lograr un futuro mejor para los jóvenes. Cuanto más abajo vas en la universidad, más vas a poder ver todo ese esfuerzo, ese sacrificio y ese éxito que tienen los profesores, los investigadores, los propios estudiantes que no desentonan en ninguna de las universidades más importantes del mundo. En el éxito profesional de nuestros graduados. Los departamentos funcionan bien, lo mismo las facultades, pero cuanto más vas subiendo en la estructura ves algunas cuestiones donde todavía nos tenemos que esforzar más. Y hoy creo que tenemos, a nivel Rectorado y Consejo Superior, una inmejorable oportunidad para hacerlo. Tenemos que acompañar todo este crecimiento de nuestros profesores, de nuestros investigadores, de nuestros graduados y alumnos. Hay algunas cuestiones que son extremadamente sensibles hacia el futuro donde no podemos desentonar. El rector acaba de proponer un amplio debate hacia adentro de la universidad, es el punto de partida para empezar a discutir lo que va a ser la universidad en los próximos años. Hay varios puntos en los que nos tenemos que poner a tono con los tiempos que estamos viviendo, porque la universidad es una institución extremadamente difícil para transformar, pero cuando realiza cambios los hace para que duren mucho tiempo. Con mucho debate, con mucha reflexión, con un amplio consenso. Los grandes cambios en la universidad nunca se impusieron por mayorías circunstanciales sino por grandes coaliciones. Hoy estamos en un buen momento en este sentido.
–¿Entre estas modificaciones está la reclamada reforma del estatuto?
–La universidad es profundamente democrática. Son pocas las instituciones que se dan su propia forma de gobierno y que sus autoridades son elegidas por el voto de sus miembros. El estatuto se reformó no hace mucho tiempo. Mi posición es que hay que escuchar las propuestas; llegado el caso, debatirlas. Por ejemplo, creo a título personal que hay un sector de la universidad que, más allá de que lo hemos integrado en el Consejo Superior y en las facultades con voz pero sin voto, me parece que en algún momento habrá que darle una plena integración reconociéndole el voto en estas instancias. Este es el sector de los trabajadores no docentes.
–Con el gobierno de la Alianza usted fue nombrado subsecretario de la Secretaría de Inteligencia. Esto generó críticas de algunos sectores que se opusieron a su elección como vicerrector. ¿Por qué aceptó ese puesto en el gobierno?
–Le cuento. Soy un militante político y me siento comprometido con la política. Ocurre que paralelamente a mi militancia en el radicalismo yo era profesor en la Facultad de Derecho y esto es importante para entender mi paso por la Secretaría de Inteligencia. Desde que era profesor adjunto en Elementos de Derecho Penal y Procesal Penal me interesé en temas vinculados con la criminalidad organizada, con el narcotráfico, con el lavado del dinero, con el terrorismo, es decir, con las amenazas que sufre la sociedad. Entonces empiezo a dar una materia que se llama Derechos Humanos y Derecho Penal Internacional; después me nombran profesor de Derechos Humanos y me enfoco en esta materia. Con estos antecedentes me nombran funcionario político de la Secretaría de Inteligencia, un organismo que tenía bastantes asignaturas pendientes con la democracia. Y a mí me tocó trabajar sobre esas asignaturas pendientes.
–¿Asignaturas pendientes como cuáles?
–Hay cosas a las que no me voy a referir ni puedo referirme, soy muy respetuoso de las leyes. Pero hay temas que son públicos. Por ejemplo algo que era una asignatura pendiente de la democracia: el sistema nacional de inteligencia no tenía una ley que lo regulara. Se seguía regulando por un decreto ley de Onganía. A mí me tocó, entre otras, esa tarea en la secretaría. Obviamente no fui el único que trabajó en eso, pero yo hablaba con los distintos sectores del Congreso de la Nación para consensuar un proyecto de ley que terminó siendo votado por unanimidad en ambas cámaras. También trabajamos en la reforma de los programas de estudio de la Escuela Nacional de Inteligencia, y en otras cuestiones sensibles de importancia estratégica para la Argentina. Seguramente hice cosas bien y cosas mal, pero los errores que pude haber cometido los cometí siempre teniendo en claro cuáles eran los valores que tenían que regir mi comportamiento ahí adentro. Y, cosa rara, no me fui con ninguna denuncia judicial.
–Pero ese período de la secretaría quedó marcado por las denuncias de supuestas valijas con dinero para pagar coimas en el Senado.
–Fue una denuncia sumamente injusta, de hecho terminó con la absolución de todas las personas acusadas. Mi estudio estuvo a cargo, junto a otros colegas, de la defensa de Fernando de Santibáñez –ex jefe de la SIDE–, en el marco del juicio oral. Fue un momento bastante complejo desde el punto de vista institucional. Lo que pasa es que a veces se tarda muchos años en llegar a la verdad y en este caso, tarde, pero finalmente pudo esclarecerse que el rol que tuvo en este supuesto hecho la secretaría fue nulo. El tribunal oral declaró inocentes a todas las personas acusadas.
–Pero también se publicaron otras denuncias en su contra…
–Sí, es cierto. No fueron muchas pero existieron esas publicaciones. La realidad es que nunca tuve denuncias en mi contra y nunca fui imputado en causas penales. A pesar de eso le aclaro que nunca hice un juicio contra un periodista. Hace poco tuve un problema por una nota que mencionaba a mi padre con el alquiler de un departamento a una persona que ejercía la prostitución. Allí sí pedí que se aclarara el tema porque se hablaba de una red de trata de personas. Se solucionó en la mediación y la periodista terminó pidiéndome disculpas. Siempre traté de encarrilar estas cuestiones de manera amistosa, por medio de un llamado telefónico, de un mail. Aunque también soy consciente de que muchas de estas cosas no son culpa de los periodistas. En un país caníbal como el nuestro donde muchas de las diferencias políticas se intentan dirimir en los tribunales con denuncias, es tristemente lógico que si por mi actuación profesional o la del estudio, un cliente nuestro se ve favorecido, traten de quitarnos del medio con operaciones de prensa o intenten debilitarnos en nuestro accionar. Gajes del oficio le dicen. Igual no me resigno a pensar que otra forma de hacer política es posible para nuestro país.
–¿Desde entonces nunca más un cargo público?
–No. Me dediqué a la profesión y a dar clases en la facultad y en el CBC. Hace catorce años que hago eso, abogado y docente universitario.
–Ahora bien, a su estudio se lo vincula siempre con la defensa de funcionarios públicos.
–Nosotros somos un estudio donde trabajan muchos abogados, básicamente vinculados al derecho penal y al derecho penal económico. Yo creo que en la vida tenés que tener valores, y ser consecuente con ellos. El nuestro es un estudio de abogados penalistas, pero no defendemos cualquier cosa, no hacemos delitos de sangre pero tampoco hacemos causas de narcotráfico. No lo hacemos porque no queremos, porque va en contra de nuestros principios. Todos tienen derecho a una defensa, pero cada abogado debe saber cuáles son sus límites.
–Pero el tema de los funcionarios…
–Tenemos dos grandes áreas en el estudio, una que se dedica más con el sector privado, con bancos, con empresas, y la otra vinculada al sector político, donde tenemos como clientes a algunos funcionarios públicos y ex funcionarios. Unos son más famosos que otros, pero son de todos los partidos, tenemos de los que se habla en los medios y de otros de los que no se habla porque no se sabe. Nosotros no hacemos política, ejercemos nuestra función de abogados. Claro que no somos tontos, sabemos que las causas que manejamos no son sencillas. Nosotros nunca defendimos ni vamos a defender a personas vinculadas con la dictadura militar. No hay posibilidad alguna, porque los límites son importantes para no hacer estupideces. En lo personal, y la gente que está en el estudio somos todos hijos de la democracia y de alguna manera tenemos que ver con la participación política, no nos aterroriza que alguien piense distinto. Pero nos pegan por estas defensas, porque son situaciones complejas, y es algo que entiendo.
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