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sábado, abril 23, 2016
El plan para que 90 millones de chinos vayan a la ciudad
Jose Reinoso
“Certificados falsos”. “Señoritas de compañía”. “Préstamos”. “Pistolas y productos para drogar”. Los reclamos garabateados en las paredes junto con números de teléfono se repiten por todos lados en las callejas de Xisanjiao, un barrio de construcciones decrépitas de dos plantas en el que viven en condiciones miserables emigrantes llegados de otras regiones chinas a Shijiazhuang, capital de la provincia de Hebei, 320 kilómetros al suroeste de Pekín.
Los edificios son fríos y ocres. El único color lo aporta el rojo de las fachadas de algunos locales de artículos para el sexo, con fotos de chicas occidentales en ropa interior picante. Al final de un callejón con el suelo encharcado y cubierto de polvo negro, un joven hierve agua en un hornillo de carbón. Una masa de harina yace en una bandeja. A su lado, una joven se muestra sorprendida, e invita a entrar en un cuartucho semioscuro de unos ocho metros cuadrados en el que abarrotan las paredes bolsas de plástico, prendas polvorientas, termos de té, cajas con carbón, una olla para hervir arroz y zanahorias terrosas. De un clavo, cuelgan unos pedazos de carne de cerdo ahumada y un pescado seco.
Zhang Qiao E, de 28 años, se sienta en un camastro de matrimonio construido con un tablero sobre unos ladrillos, mira con ojos tristes y comienza a hablar con suavidad. “Soy de un pueblo de la provincia de Shaanxi (centro de China). Vine a Shijiazhuang hace más de dos años porque mis padres estaban aquí. Venden ‘liangpi’ (tallarines fríos de arroz o harina, típicos de Shaanxi)”. A su lado, su prima Hu Ling, de 24 años, asiente, mientras el hijo de esta, un bebé de 15 meses, sonríe, forrado de ropa como un muñeco Michelin. “Las dos trabajamos en un supermercado. Nuestra vida es aceptable, aunque el sueldo no es muy bueno, unos 1.600 yuanes (185 euros) al mes con las comisiones”.
El suelo de la habitación es de tierra, y apenas hay luz. La temperatura ronda cinco grados. “Aquí es donde viven mis padres. No hay calefacción. Pagan 150 yuanes (17 euros) al mes. Yo y mi marido (el joven que hervía agua), que es pinche en un restaurante, tenemos otra habitación similar”, dice abrigada con un anorak negro.
Zhang es una de los 260 millones de chinos que han emigrado de las zonas rurales a las urbanas dentro de China desde la década de 1980 en busca de un futuro mejor pero se han convertido en ciudadanos de segunda allí donde han llegado, debido al sistema de hukou o registro de residencia familiar, que ata a los chinos a su lugar de nacimiento, ya que solo tienen derecho a las ventajas sociales, sanitarias y educativas en el lugar donde se encuentra su hukou, normalmente su pueblo o ciudad de origen.
La urbanización de los años 80 fue impulsada por el proceso de apertura y reforma iniciado por Deng Xiaoping en diciembre de 1978, que relajó los controles sobre el movimiento de la población impuestos con el hukou en 1958. Pero, aún hoy, los emigrantes siguen sin gozar de los mismos derechos que los locales.
Los líderes chinos quieren cambiar la situación. El Tercer Pleno del 18 Comité Central del Partido Comunista Chino, celebrado en noviembre pasado, puso en marcha una nueva fase en el proceso de urbanización, con objeto de crear más consumidores y bascular a un modelo económico menos dependiente de las inversiones y la exportación para garantizar la continuidad del desarrollo del país. Esto requiere reformar el arcaico sistema de empadronamiento familiar, ya que es un impedimento para el objetivo de asentar en las ciudades a cientos de millones de habitantes de las zonas rurales, donde no hay empleos y existe una gran brecha de ingresos con las urbes. La sesión anual de Parlamento, celebrada este mes, ha bendecido el plan, y los detalles fueron hechos públicos el domingo pasado.
El documento –denominado ‘Plan nacional para un nuevo tipo de urbanización (2014-2020)’- asegura que la proporción de la población china que vive en las ciudades pasará del 53,7% en la actualidad al 60% en 2020 -un movimiento de unos 90 millones de personas-, y se aumentará el porcentaje de los que gozan del estatus legal de residente urbano del 35,7% al 45%. Los salarios en las ciudades son mucho más altos que en el campo, por lo que una mayor población urbana generará una mayor masa de consumidores.
Actualmente, unos 720 millones de chinos -de una población total de 1.340 millones- viven en las ciudades, pero 240 millones no tienen hukou urbano, lo que los convierte en ciudadanos de segunda. El objetivo del plan es conceder la residencia urbana a 100 millones de campesinos para 2020. A plazo más largo, se prevé que la población urbana alcance 1.000 millones para 2030, según la consultora estadounidense McKinsey.
“La ciudad y el campo deberían estar más integrados. La ciudad debería desarrollarse de una forma más razonable y habría que mejorar la situación en el campo, con más servicios públicos, que permitan a los habitantes rurales tener lo mismo que en las ciudades, como hospitales, escuelas, bancos, Internet o servicios de recogida de basura. Al mismo tiempo, habría que unificar los sistemas de seguridad social, mejorar el entorno vital y el laboral en el campo y modernizar la agricultura lo antes posible”, afirma Yang Yansui, directora del Instituto de Investigación sobre Empleo y Seguridad Social en la Universidad Qinghua de Pekín.
El caso de Zhang Qiao E y su familia es similar al de la mayoría de los emigrantes chinos en su propio país. Su hukou es de su pueblo en Shaanxi; de ahí que el seguro médico, que, en caso de enfermar, cubriría parte de los gastos en su región, no le sirve en Shijiazhuang, donde si tiene que ir al hospital debe pagar todo de su bolsillo.
“Me siento como una ciudadana de segunda clase. En el supermercado, a los empleados locales les dan un seguro, pero a nosotros no. Y si quiero enviar a mi hijo –tengo uno de dos años- al colegio aquí, el primer año tengo que pagar más de 10.000 yuanes (1.160 euros) por inscribirlo, algo que no le ocurre a la gente de Shijiazhuang. Cuando tenga que llevarlo al colegio, regresaré a mi pueblo”.
El barrio ruinoso, aunque solo tiene 12 años, en el que viven Zhang y su familia contrasta con las torres de más de 30 pisos en construcción de los alrededores, la gigantesca estación de tren de alta velocidad inaugurada en diciembre de 2012 y las avenidas y los rascacielos del centro.
La capital de Hebei es una de las ciudades chinas que ha experimentado una transformación más radical en las dos últimas décadas. Vive una euforia constructora, y es hogar de empresas textiles, farmacéuticas y de maquinaria, en una provincia con numerosas minas de carbón y acerías. La profusión de karaokes y clubs con salas de masaje -a menudo cortinas para la prostitución-, con nombres como ‘Sueño dorado’ o ‘El lago de los cisnes’, da fe de su actividad económica.
Aunque Zhang y su prima viven en Shijiazhuang con los suyos, en la mayoría de los casos los emigrantes dejan sus pueblos solos, tan solo arropados por conocidos que partieron antes. Muchos duermen en dormitorios comunes facilitados por sus empleadores, otros en el mismo negocio que abren allí donde emigran o en cuartuchos de alquiler bajo. De ahí que, cuando tienen hijos, los suelen dejar en sus pueblos con la esposa o los abuelos.
Es el caso de Gao Majun, de 40 años, de la provincia de Shandong. “Acabo de llegar con dos amigos para trabajar en una obra. Tenemos amigos aquí. Voy a cobrar 4.000 o 5.000 yuanes (460 o 580 euros) al mes”, dice sentado junto a varios fardos delante de la estación de tren del Norte, la segunda de la ciudad. “Me gustaría tener conmigo a mi esposa y mis hijos, pero no tengo las condiciones de vida necesarias para ellos”.
Shijiazhuang ronda los 2,8 millones de almas, cuando a principios del siglo XX era una aldea de medio millar de vecinos. Hoy es un nudo de comunicación ferroviaria clave y alberga un importante contingente militar, responsable de la defensa de Pekín.
El boom de desarrollo, que ha atraído a tantos emigrantes, ha mejorado la vida material de sus habitantes, pero ha convertido la ciudad en una de las más contaminadas de China, en la que las partículas en suspensión en el aire transforman el sol en un disco marrón.
“Shijiazhuang ha cambiado de forma abismal en los últimos 10 años, el nivel de vida de la gente ha mejorado mucho, pero la contaminación es terrible”, dice Wang Xiujun, una mujer de 40 años de Shijiazhuang, administrativa en una constructora municipal, a los pies de dos torres de apartamentos de 33 plantas casi finalizadas.
El Gobierno no contempla la liberalización completa del hukou, sino su relajación progresiva. Estará basado en el lugar de trabajo y residencia de una persona, no en dónde nació. Las autoridades han prometido “eliminar totalmente” las restricciones en municipios y ciudades pequeñas, “suavizar gradualmente” las limitaciones en las medianas, “fijar condiciones razonables” en las grandes y “controlar de forma estricta” la población en las megaciudades (Pekín, Shanghái, Guangzhou y Shenzhen). Shijiazhuang cae en la penúltima categoría. China tiene 160 ciudades con más de un millón de habitantes.
“En los dos últimos años, se ha hecho más difícil conseguir el hukou de Shijiazhuang. Es necesario probar que se han pagado impuestos durante dos años”, explica Zhao, un contable de 50 años local que solo da su apellido, en el parque Changan, en el centro de la ciudad.
Muchos emigrantes preferirían trabajar y vivir en las megaciudades, sin embargo. “Me gustaría mudarme a Pekín o Shanghái, pero no nos quieren allí”, dice Gao, el obrero de la construcción recién llegado. “Al final, la cuestión no es si tu hukou es de aquí o allí, sino tener trabajo e ingresos estables. Aunque tuviera la posibilidad, no me gustaría cambiar mi hukou.
De ahí que algunos expertos defiendan la necesidad de una reforma más ambiciosa. “El plan es un paso significativo, especialmente después de una década de no haber hecho nada. Pero relajar las restricciones solo en las ciudades pequeñas y medianas no ayudará a muchos de los emigrantes, ya que la mayoría están en las grandes ciudades. Aquellas no atraerán a muchos. En esta etapa del desarrollo de China, las economías de aglomeración juegan aún un gran papel. Los funcionarios del Gobierno no tienen y no pueden tener la información precisa para saber qué negocios funcionarán mejor en qué tipo de ciudades, y en cuáles serán capaces de encontrar trabajo los emigrantes”, asegura Kam Wing Chan, profesor de Geografía y experto en China en la Universidad de Washington. “La decisión sobre a qué tipo de ciudad ir debería ser dejada a los negocios, los trabajadores y el mercado. La reforma del ‘hukou’ tendría que ser efectuada en todas las ciudades, y la apertura gradual debería incluir también Pekín, Shanghái y otras grandes ciudades, porque ahí es donde se encuentran los empleos”.
El plan de urbanización del Gobierno afirma que, para responder al que será uno de los mayores movimientos migratorios de la historia, se mejorarán los servicios públicos, la oferta de vivienda de protección oficial, la calidad de construcción de los edificios, la calidad del aire y el agua, y se potenciarán las infraestructuras, lo cual impulsará la economía. El documento asegura que todas las ciudades con más 200.000 habitantes tendrán conexión ferroviaria para 2020, y las que tienen más de 500.000 dispondrán de enlace con tren de alta velocidad.
¿Responderá esto a las demandas de los emigrantes? Muchos no están interesados en cambiar el empadronamiento y mudarse con sus familias a las ciudades, ya que el coste superior de la vida les impediría acceder a una vivienda digna. “No trasladaría mi ‘hukou’ a Shijiazhuang ni aunque tuviera la oportunidad. La vivienda es demasiado cara. No tiene sentido hablar de ello mientras no se solucione ese problema. Prefiero mi pueblo”, dice Zhang Qiao E, la empleada del supermercado, mientras en un pequeño televisor una ametralladora repiquetea en un nuevo episodio de una serie sobre la guerra civil china.
Además, muchos campesinos tampoco quieren cortar los lazos con su tierra. “Compré un apartamento aquí, pero nunca he pensado en trasladar mi hukou a Shijiazhuang. Cuando sea mayor, no podré ganar dinero aquí. Regresaré a mi pueblo”, dice Zhou, un hombre de 38 años de la provincia de Jiangsu, en su pequeño negocio de fabricación de ventanas.
“El concepto de urbanización no debe ser que los emigrantes se tengan que mudar a las ciudades sino que puedan tener los mismos servicios y empleos en sus pueblos”, defiende Zhao, el contable, y se da la vuelta y acelera el paso a través del parque polvoriento, en su ritual diario de ejercicio, camino de casa.
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