Las respuestas no se han hecho esperar. Una de ellas proviene de la activista antipornografía y profesora de sociología del Wheelock College Gail Dines, que planteó ya el pasado mes de junio sus reservas sobre la orientación que podía tomar la revista ante la noticia de su apertura. “Estos editores provienen de una formación pro-porno que niega las toneladas y toneladas de investigación que ha sido realizada sobre sus efectos negativos”, aseguraba Dines, que comparó a sus colegas con los negacionistas del cambio climático, en cuanto que se apresuran a llegar a conclusiones a partir de unos pocos datos.
No hay que tomarse la revista como una broma, recuerda Alexis C. Madrigal en The Atlantic, y echar un vistazo a su primer volumen, que acaba de ver la luz del día esta semana, no hace más que refrendarlo. La metodología y objetivos de la revista que será publicada por Routledge cada cuatro meses son tan serios como exigen los principios de las revistas científicas.
Los editores en jefe aclararan, en el editorial del primer número, la razón que los ha movido a arrancar con esta iniciativa. “Los últimos años han visto el resurgimiento de discusiones (y miedos) públicos sobre una serie de temas relacionados con la pornografía, sobre todo con la extensión de la pornografía en la red, su supuesto vínculo con la violencia sexual y las violaciones y el estilo de vida erótico o, como se suele llamar, ‘la sexualización de la cultura’”, explicaban Feona Atwood y Clarissa Smith.
A continuación recogemos algunas de las conclusiones a las que llegan las publicaciones de este primer número, al que se puede acceder mediante la página web de Taylor & Francis:
La pornografía te obliga a “traspasar los límites”
En su examen de la industria del porno, Linda Williams, autora de Hard Core: Power, Pleasure and the Frenzy of the Visible (University of Califonria Press), sugiere que el negocio de la pornografía se basa en la negociación de los límites del consumidor.
De ahí la obligación de aceptar, en todas las páginas, las condiciones
legales por las cuales se reconoce que no se encontrarán “desagradables,
repugnantes u obscenas” ninguna de las cosas que se verán en la página.
Sin transgresión, no sería porno.
El porno más innovador no es occidental
Esta es una de las ideas que se defienden en «Internacionalizando los estudios sobre el porno», donde Katrien Jacobs
pone de manifiesto que, aunque la mayor parte de investigaciones sobre
la industria pornográfica se realizan en Estados Unidos y Europa, suelen
ser países orientales “las culturas eróticas más innovadoras”. Es el
caso de China, donde la apertura de la sociedad postcomunista ha
provocado que el entretenimiento sexual sea una forma de trascender la
cultura local y establecer una nueva identidad nacional.
Existen cinco formas de explicar las fantasías sexuales
Martin Barker distingue en «El ‘problema’ de las fantasías sexuales» cinco
funciones de la imaginación erótica, y otras diez motivaciones que
pueden llevar a una persona a tenerlas (entre las que se encuentran la
expansión de los escenarios sexuales, facilitar la excitación, crear un
mundo aparte al de la realidad o una sensación de validación).Estas cinco declinaciones de las fantasías son: la fantasía como un cristal magnificador (la acentuación de un deseo ya presente); la fantasía como espejo (una forma de analizar nuestras reacciones frente a los estímulos); la fantasía como emporio (un mundo de posibilidades para ser explorado); la fantasía como viaje (la visita a reinos distantes de deseos y actividades); y la fantasía como otro yo (lo que puedo o no puedo ser).
“Afecto” es la palabra de moda
Es la problemática que expone Susanna Paasonen en «Entre el significado y la importancia: sobre el afecto y los estudios del porno», si
hace años estaban de moda otras perspectivas en las publicaciones
científicas, los últimos 15 años parecen haber abrazado el concepto de
“afecto”, que no significa gran cosa, en detrimento de las
investigaciones sobre el significado, la representación y la identidad.
El 95% del porno puede ser odiado por las feministas anti-porno (e incluso por las pro-porno)
Barbara DeGenevieve resume
en dicho porcentaje su interés por la pornografía, una de las pocas
cosas que, en su opinión, aún resultan políticamente incorrectas para la
mayor parte de la población. Son las reacciones al porno lo que la
investigadora, pero también artista, encuentra profundamente fascinante.
Su principal interés (los cuerpos no) pone de manifiesto que la objetificación consustancial al porno en la cultura queer no es inherentemente malo, sino que es empleado como un arma política.
El porno no conduce a la violencia
Al
igual que ocurre con los videojuegos o los dibujos animados, la
pornografía ha sido esgrimida en un gran número de casos como una
posible causa de comportamientos sexuales violentos. En su revisión de estudios, Brian McNair
defiende que “eliminar todo el porno de la faz de la tierra no
reduciría o acabaría con los crímenes sexuales que, sin embargo, han
existido en todas las culturas humanas”.
Gonzo, trannys y teens: las nuevas tendencias de la pornografía
El paper entregado por Chauntelle Anne Tibbals señala
algunas de las preferencias emergentes del público estadounidense,
entre las que se encuentran los transexuales, el sexo con jóvenes y el
gonzo, donde es el propio enunciador de la acción (el cámara) el que
protagoniza la acción, una variante habitual en la pornografía amateur. Algo que va asociado indefectiblemente a los nuevos nichos de público que están apareciendo.
La lucha de clases también afecta a los profesionales del porno
Heather Berg recurre a Marx
para recordar que las formas del trabajo contemporáneo pueden ser
comprendidas de manera más adecuada a través del análisis de la labor de
los trabajadores de la industria del porno. En resumen, hay que tomarse
la pornografía en serio, y no aceptar la visión popularizada entre el
feminismo anti-pornográfico de que la crítica al sistema capitalista y a la pornografía han de ir indefectiblemente de la mano.
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