jueves, junio 29, 2017

El paparazzi detrás de la foto que cambió la guerra de Vietnam


Nick Ut



Nick Ut nos cita en un bar de Ho Chi Minh para rememorar su foto más icónica: "cambió el curso de la guerra", dice el ganador del Pulitzer, recién jubilado.


Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no estabas lo suficientemente cerca». Atribuida a Robert Capa, el mejor fotógrafo de guerra de la historia, la frase acosa a reporteros desde su primer clic. Todos buscan esa instantánea que narre la historia. Lo suficientemente buena, lo suficientemente cerca. Como la Muerte de un miliciano de Capa. Y luego, esa foto acaba por perseguir a los que la consiguen. Por su autenticidad. Por su crudeza. Por su repercusión histórica.

A Huynh Cong Ut (1951), la guerra le golpeó lo suficientemente cerca. A los 15 años ya había enterrado a dos de sus 11 hermanos. Uno cayó combatiendo con el Ejército de Vietnam del Sur. El otro, actor de cine reconvertido a fotógrafo, murió en el Delta del Mekong mientras trabajaba para Associated Press (AP). Meses después, el entonces imberbe Nick Ut -como se le conoce en el gremio- empezó a trabajar para la misma agencia de prensa. Primero, revelando negativos. Después, documentando las atrocidades de la guerra en su país. Más tarde, como fotógrafo en Los Angeles, la ciudad a la que se exilió tras la caída de Saigón. En total, 51 años ligados a una profesión de la que se retiró el pasado abril con un Pulitzer y un World Press Photo (ambos en 1973) y en los que su objetivo ha captado todo tipo de historias. Bombardeos del Vietcong en el sur de Vietnam, Paris Hilton en el asiento trasero de un coche de policía, soldados estadounidenses entre manglares camboyanos. el juicio a O. J. Simpson...

O la fotografía que le persigue y que pasó a la historia del periodismo de guerra: La niña del napalm.¿Cuál es la diferencia entre sacar fotos en la selva en la Guerra de Vietnam y en la jungla de asfalto de Hollywood? Son mundos completamente diferentes. Necesitas otras cualidades. Cada vez hay más fotógrafos que usan móviles o retocan fotos. No me gusta eso. Yo, por ejemplo, no quiero aprender Photoshop. Si mi foto no es lo suficientemente buena, es porque yo no fui lo suficientemente bueno cuando la tomé. ¿Qué otra cosa no le gusta de ese mundo? No me gustan los paparazzi. Empujan, gritan y siempre están enfadados. Se corren riesgos... Pero no existe el riesgo de morir... Es diferente [ríe]. Tengo tres heridas de guerra y aun recuerdo la primera vez que escapé de la muerte. En enero de 1971, Estados Unidos empezó la guerra en Laos y yo quería documentarla. Solo había un hueco en el helicóptero que nos trasladaría desde Vietnam. A última hora, le cedí mi asiento a Henry John [fotógrafo de AP]. Cuando volví a la oficina en Saigón, me abrazó Horst Faas [editor jefe de fotografía en AP y dos premios Pulitzer] «Nicky», me dijo. «Han derribado el helicóptero. Todos han muerto»... No había el mismo riesgo que entre paparazzi, definitivamente. ¿Se consideró alguna vez paparazzi por haber trabajado sacando fotos de celebridades? Los paparazzi fotografían a cualquier precio. Hacen cualquier cosa por dinero. Ellos sólo buscan la foto; yo busco una historia que contar.

Enjuto, Nick Ut pasa desapercibido entre los comensales del bar en el centro de Ho Chi Minh; en la calle Pasteur. Vacuna contra el olvido para veteranos reporteros y neófitos filmmakers, nada como el vapor etílico y el humo del tabaco de una taberna para acompañar el rumor de viejas batallas. «La fotografía cambió la forma en que la gente miraba la guerra y el mundo. Antes había cierta épica. Ya no», dice arqueando una de sus pobladas cejas.
Tras la guerra, se mudó a EEUU y se hizo paparazzi. Allí tomó otra foto que dio la vuelta al mundo: Paris Hilton en un coche policial


Nick Ut no fuma y tampoco bebe mucho, pero no pierde ocasión de reunirse con los asiduos del local, al que regresa por primera vez después de su jubilación. La ciudad es otra. El último lustro de crecimiento económico al 6,7% puebla las calles de cafés, restaurantes, rascacielos y grúas.

Los grupos de occidentales maduros en busca de jóvenes locales parecen ser el escaso legado del viejo Saigón. Nada queda del emplazamiento de la prestigiosa AP, una máquina de fabricar premios Pulizter: 51 en total y casi una decena conviviendo bajo la misma sede desde la que Nick Ut hizo historia el 8 de junio de 1972.

Desde el amanecer, reporteros fotografiaban y filmaban los aledaños de la principal autovía cercana al pequeño pueblo de Trang Bang. El primer bombardero estadounidense apareció cerca del medio día. «Mmmmmm», imita el sonido con la boca. «El segundo, un A1 Sky-rider, sobrevolaba la pagoda a poca altura cuando dejó caer cuatro bombas. Boom, boom, boom, boom. Pero éstas eran diferentes».

El napalm explota en el cielo impregnando el aire de un amarillo cegador. Miles de lugareños habían abandonado la zona horas antes. Nick se concentra en el bombardeo cuando varias siluetas emergen entre el denso humo negro. Dos madres se abalanzan hacia él acunando a bebés calcinados. Enfoca los cuerpos diminutos, inertes. No dispara. Una tercera grita auxilio para un crío de tres años. Nick captura la pequeña figura dando los últimos estertores de muerte. Silencio. Leica M2 en mano, camina hacia la línea de fuego al tiempo que un grupo de infantes huyen despavoridos de la espesa humareda. En el centro, algo escorada a la izquierda, una niña corre desconcertada. Alza sus brazos , evitando el roce con su carne viva. Desnuda. Jirones de ropa y piel cuelgan de sus miembros. La boca abierta en una mueca de dolor y espanto.¿Se esperaba la repercusión que tuvo aquella foto? Sentí que había hecho un buen trabajo cuando la vi en portada del New York Times y en revistas de todo el mundo. Me llamaron a la redacción y me dijeron que la imagen estaba intensificando las protestas contra la guerra. Entonces comprendí que la foto cambiaría el curso de la guerra. ¿Hasta qué punto puede una imagen influir una guerra? EEUU aprendió la lección. No sólo por mi foto. También las de Eddie Adams [un general de Vietnam del Sur disparando en la cabeza a un indefenso soldado del Vietcong] o la del monje ardiendo [de su compañero Malcolm Browne]. Pensaban que perdieron la guerra de Vietnam por las fotos que llegaban del frente, que afectaban a la moral de las tropas y alimentaban el sentimiento pacifista en suelo americano. Pero eso es sólo una verdad a medias. Nosotros nunca hicimos propaganda aunque nos acusasen de ello. El propio Nixon puso en tela de juicio su autenticidad No sólo Nixon. También el comandante en jefe del ejército de Vietnam del Sur, el general Westmoreland. En su conferencia de prensa en Miami, después de la guerra, insistió en que la chica no pudo haber sobrevivido al ataque con napalm. ¡Seguían manteniendo que se había quemado con aceite de cocina! Pero unos 20 medios estaban allí... Algunos me llamaron después para disculparse por dudar de la autenticidad de mi foto. Nunca respondí. Lo que importa es que ella sigue viva. Si quieren disculparse; deberían llamarla a ella.

Kim Phuc sobrevivió. Su historia quedó unida a la del tío Nick, como llama al fotógrafo que se acercó lo suficiente. El reportero la llevó al hospital local y amenazó al equipo médico que se negaba a tratarla con culparles de dejar morir a la niña. «Pensé que no sobreviviría, su cuerpo se había quemado en un 80%». Aunque desesperanzado, Nick regresó en su busca al día siguiente, junto a Horst Faas y Peter Arnett. Este último - otro Pulitzer-se refirió a aquellos jóvenes reporteros como la generación que abrió la caja de Pandora.Vietnam cambió la forma de documentar la guerra Nadie nos impidió sacar fotos en Vietnam. En las guerras de hoy (Irak, Afganistán y Siria), EEUU no quiere que los medios cubran lo que sucede en el terreno por miedo a su repercusión. Además, antes los soldados nos necesitaban a su lado para tener fotos que mandarles a sus familias. Hoy los fotógrafos no tienen suficientes recursos para sobrevivir y los militares ya no los necesitan porque todos tienen móviles. En un mundo sobrexpuesto a imágenes, ¿pueden las fotografías tener el impacto que tenían antes? La fotografía sigue dejando huella. Por ejemplo, hace unas semanas estuve en Amsterdam, donde asistí el premio del World Press Photo. El ganador de este año, Burhan Ozbilici, que también trabaja para AP, tomó la foto del asesinato del embajador ruso en Turquía. Una foto que causó conmoción mundial. Se criticó que ese premio pudiera entenderse como apología de los magnicidios. Nuestro trabajo es documentar la realidad de la mejor forma posible. Los fotoperiodistas somos testigos visuales de la historia. Es inútil culpar a los testigos. Los crímenes pasarían de todas formas. Además, está el componente de riesgo. Ese fotógrafo se jugaba la vida al captar ese asesinato, como me la jugué yo entre el napalm.

Alejado desde hace décadas de los peligros de la guerra -hasta 135 reporteros perdieron la vida, según un libro del fotógrafo Horst Faas-, el conflicto nunca le abandonó. Precisamente, un documental sobre aquel viejo alemán es uno de los motivos que le traen de nuevo a su país; además de conferencias y talleres sobre un oficio que no está hecho para cínicos. Nick deja la profesión sin colgar la cámara: «Vuelvo a tomar fotos de los sitios a los que fui destinado hace años, porque mi mirada ha cambiado».

El reportero de cejas espesas también prepara un volumen de instantáneas sobre la Guerra de Vietnam. «Durante el último aniversario de la caída de Saigón, visité el monumento a los caídos de Thu Duc e hice una foto muy buena de una mujer». Lloraba el recuerdo de su marido muerto en el bombardeo al aeropuerto en abril del 75. Nick recogió el testimonio al aproximarse para hablar con la viuda sin nombre. Lo suficientemente cerca.

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