El músico ironiza sobre el efecto que las prohibiciones tuvieron sobre generaciones míticas de rockeros
Litto Nebbia posa para la cámara tras la entrevista
Corre el año 1967 y Sudamérica asiste a un violento cambio de época que se desata tras la ejecución del Che Guevara en la selva de Bolivia. En sintonía, las fuerzas armadas gobiernan Argentina con Juan Carlos Onganía al mando, el segundo presidente de facto que más duró en el poder. Sin embargo, en el baño de un bar del centro de Buenos Aires, la poesía encuentra un nuevo refugio de la mano de un puñado de hippies cargados de sueños. Entre ellos sobresale otro rosarino, como el Che Guevara, que, sin darse cuenta, da inicio al rock argentino, un género que utiliza la metáfora como una finta a la censura y que, hasta hoy, canaliza deseos de libertad en contextos de represión.
“Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado. Tengo una idea, es la de irme al lugar que yo más quiera”. El inicio de La balsa, la piedra inicial del rock argentino refiere a esas ansias de libertad. Según cuenta el mito, fue compuesta en conjunto por José Alberto Iglesias, más conocido por el seudónimo de Tanguito, y Félix Francisco Nebbia Corbacho, alias Litto Nebbia, en el baño de La Perla del Once, un viejo bar de trabajadores hoy convertido en un local más de una cadena de pizzerías, con aburridas baldosas blancas y focos de luz tan fríos como sus ventanales en invierno. Litto Nebbia (Rosario, 1948) es la parte viviente de ese mito, tras la violenta muerte de Tanguito en 1972, cuando cayó a las vías del tren luego de escapar de un presidio de psicópatas. Lo visitamos en su ciudad natal a pocas horas de dar un histórico concierto junto a la banda PEZ, con la que grabó el disco Rodar, para celebrar el medio siglo de distorsiones.
“Lo llamo rock argentino y no rock nacional porque así le empezaron a decir en la dictadura de una manera peyorativa”, aclara el músico con sus clásicas gafas negras puestas, a pesar de estar en el lobby de un hotel, “Mucha gente estaba en contra de lo que hacíamos y al género lo acusaban de foráneo pero no se daban cuenta de que es un estilo uniforme y es una de las músicas mas abiertas a cualquier fusión, algo que no ha sucedido con el tango y el folclore que son mas ortodoxos. Pero en nuestro país siempre se discute y hay que reconocerlo con alegría”.
“Eramos una juventud típica, con los sueños de querer grabar un disco y comprar una guitarra eléctrica. No había un peso, pero igual cada uno tenia su proyecto, incluso Tanguito, pero su vida era todo el día en la calle y tomando pastillas. Una persona con espíritu artístico pero autodestructiva que nunca pudo sacar un disco propio”, recuerda Nebbia. Los Gatos, la primera banda del músico fue la primera en entrar a un estudio profesional. A los ocho meses, el sencillo La Balsa había 200.000 copias y se colocó en el primer puesto del ranking de toda América.
“Habla de un joven inconforme y la mayoría de mis primeras canciones tuvieron el mismo recurso con la letra. Si yo decía directamente ‘no tengo libertad’, íbamos presos o nos censuraban la canción porque ya estaba Onganía. Entonces me inventé una fábula que es la misma en El rey lloró, Viento dile a la lluvia y La Balsa, un tipo que se quiere ir al diablo y se construye una embarcación para irse a la aventura. No era el típico deseo adolescente sino un deseo general porque cada calle y media la policía te pedía documentos. Para la época fue novedoso porque no había letras con metáforas. Después, eso se convirtió en una constante y el hecho de tener dictaduras a cada rato ayudó mucho (risas). Tengo un montón de canciones que escribí en los 80 y las cantas ahora y parece que pasó la semana pasada, pero yo no soy Ray Bradbury, no hago ciencia ficción, hay cosas que se repiten”, reconoce el músico.
Luego de La Balsa, Nebbia compuso 1.200 canciones y grabó 130 discos. Entre esos éxitos también se destacan Sólo se trata de vivir, El rey lloró y Viento dile a la lluvia. “Sólo se trata de vivir tiene nueve millones de reproducciones en YouTube y yo apenas gané 30 pesos (1,73 dólares); La balsa tiene ocho millones y Viento dile a la lluvia tiene seis millones. No le firmé a nadie para que lo suba, nadie me llamó y traté de averiguar porque cobré esa cifra. Lo averigüé la semana pasada: cada reproducción representa una tarifa de 0,0005 pesos”, se indigna.
Viento dile a la lluvia fue pretendida por los creadores de la serie Breaking Bad para cerrar un capítulo, aunque el músico se negó. “Vi Breaking Bad como todo el mundo y me gustó la serie, como a todos, pero yo no quiero ser famoso afuera, quiero ser famoso en mi país, donde vivo y duermo”, explica. La historia detrás de esa negativa es un fuerte conflicto que mantiene con la multinacional Sony, que se arroga los derechos de la obra de Nebbia. “¿Quien puede creerse que yo, siendo menor de edad, le firmé a alguien hace 51 años que mi música esté en internet. Ni existía la palabra. Son gente arrogante, malvada y poderosa que trata de joderme”, se ofusca.
La poesía no terminó con la censura. “Creo que los jóvenes de ahora siguen careciendo de esa libertad pero ahora es más cínico que antes, porque hoy en día esta muy mezclada la carencia de libertad personal con una meta información donde, a través de diversos productos, le hacen creer a alguien que es libre. La falta de libertad no son cadenas, es la falta de un mango que te impida comprarte una campera o ir al cine”, opina.
“Todo es una discusión y a mí me da miedo poner la tele. Me corro de eso y no es que uno quiera vivir en una torre de marfil, pero es más positiva la música. Lo otro es enfrascarse y este es el país de las discusiones. Con gran ánimo de voluntad debería poderse seguir charlando, pero yo en Argentina veo discusiones con odio y no lo entiendo, y generalmente la gente que muestra odio no es la que sufre problemas económicos. Entonces, nos tenemos que dejar de joder”, determina al ser consultado acerca de la grieta política que divide a los argentinos.
“Soy optimista con respecto al futuro, pero me preocupa que tanta gente se haya quedado sin trabajo y como aumentan las cosas, que lo sufren los que menos tienen, y si la respuesta es lo que pasó los 12 años anteriores, no lo sé, andá a decirle eso a la gente que no tiene para comer. Ojalá los políticos y los sindicalistas se den cuenta que esto tiene que mermar y que hay que tranquilizar la granja. Tampoco la solución es amenazar y decir que acá va a venir el caos. El caos ya es que no tengas que comer ni donde laburar”, completa el rosarino, aún con sus gafas oscuras montadas a la nariz, esas que usa para que nadie lo vea llorar.
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